La política no puede ser un salvoconducto para la mentira. Pero eso es lo que está ocurriendo en la campaña de las elecciones catalanas del 14-F. Todo está permitido. Cualquier recurso es válido a cambio de un puñado de votos.

Un buen ejemplo de esta falta de escrúpulos lo tenemos en nuestro vicepresidente del Gobierno, quien en una entrevista al diario independentista Ara declaró el pasado lunes que "no hay una situación de plena normalidad política y democrática en España", porque "los jefes políticos de los dos partidos que gobiernan en Cataluña, uno está en la cárcel y otro en Bruselas".

Pablo Iglesias daba de esta forma la razón al ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, quien, en una tensa conferencia con el Alto Representante de Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, el pasado viernes en Moscú, respondió ante la petición de libertad del opositor Alexei Navalni, comparando su situación con la de los "presos políticos" de España por "convocar un referéndum".

Ayer, en declaraciones a la Agencia EFE, la portavoz del Ministerio de Exteriores de Rusia, Maria Zajarova, volvió a incidir sobre este asunto e ironizó: "No sé a quien creer. A la señora González Laya, que afirma que España es un ejemplo de democracia, o al vicepresidente del Gobierno, que dice que España está lejos de tener una situación normal en asuntos democráticos".

Que la Rusia de Vladimir Putin dé lecciones de democracia a España sólo puede entenderse por la irresponsabilidad de un líder como Iglesias, que antepone cualquier valor a la consecución de sus objetivos, por pueriles que estos sean.

La ministra de Hacienda, y portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, trató de quitar hierro a la polémica con una frase que retrata su concepción de la política: "Estamos en campaña". Y en campaña se puede decir lo que se quiera, no importa si es verdad, mentira, si hace daño al prestigio de España o si sólo se busca el eco de los medios o el calor de los que persiguen la ruptura de la nación.

Nos acercamos al final de una campaña electoral que sólo se recordará por haberse realizado en plena pandemia y con los presos del procés haciendo campaña tras habérseles concedido un tercer grado al que no tenían derecho.

En lugar de recriminar al vicepresidente por su deslealtad, la portavoz del Gobierno minimiza la afrenta: "Estamos en campaña"

El panorama que dibujan las encuestas es desolador. Otra vez podría volver a ganar el partido de Puigdemont, seguido, en reñido empate, por ERC y el PSC. El efecto Illa quedaría así limitado a repetir la triste historia de Ciudadanos, que tras ganar en diciembre de 2017, vio cómo los independentistas pactaban un gobierno que ha seguido llevando a Cataluña por el despeñadero... ¡sin coste alguno!

El gran acierto de los independentistas es que han convencido a una parte importante (prácticamente la mitad de los votantes) de la sociedad catalana de que todo lo malo procede de España y que la única forma de lograr una Cataluña "rica y plena" es independizándose.

El debate político se ha circunscrito a saber quién es más independentista o más de izquierdas. ¡Hasta la candidata de Junts, Laura Borrás, afirma que es "más de izquierdas que Illa"!

En realidad, el éxito de Illa (si es que se puede llamar éxito a quedar segundo en una competición) es haber logrado que una parte del electorado vea en él la forma más efectiva de evitar que los independentistas superen el 50% de los votos y pretendan repetir otra vez una DUI (Declaración Unilateral de Independencia).

Mientras que el independentismo, a pesar de sus luchas intestinas y su balance nefasto tras cinco años al frente de la Generalitat, ha conseguido mantener intacto su apoyo en la sociedad, el constitucionalismo ha desmoralizado a los que, en número similar si contamos los votos, se oponen tanto a la ruptura con España como al modelo de sociedad que tratan de construir Puigdemont o Junqueras.

Illa se aprovecha de su proyección mediática y del hundimiento de Ciudadanos para emerger como un político de talla, pero ni las más refinadas fórmulas mágicas de Iván Redondo podrán convertirle nunca en un líder capaz de darle la vuelta a la tortilla catalana.

¡Qué decir del PP! Que ha pasado de aspirar a hacerle el sorpasso a Ciudadanos a rezar para conservar grupo propio en el Parlament. Un papel lleno de mentiras de Bárcenas y el aprovechamiento del ruido por parte de sus enemigos ha sido suficiente como para derribar de un golpe la candidatura del PP.

Por mucho que Arrimadas se empeñe en atizar las ascuas del partido que fue Ciudadanos, su esfuerzo es vano. Desaprovechó la oportunidad que los electores le dieron en 2017, rematada después por la ceguera de Albert Rivera en 2018.

Así que Vox, que se ha olvidado de propuestas de medio pelo y lo que vende es sus ganas de enfrentarse a los independentistas, es el partido que va a salir mejor parado de la derecha en estas elecciones de la frustración.

En este contexto, que Iglesias denigre a la democracia española, él que es vicepresidente del Gobierno, es casi una anécdota, un toque de color, una gansada. Putin debe estar partiéndose de risa a nuestra costa.

La política no puede ser un salvoconducto para la mentira. Pero eso es lo que está ocurriendo en la campaña de las elecciones catalanas del 14-F. Todo está permitido. Cualquier recurso es válido a cambio de un puñado de votos.

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