Sánchez e Iglesias ni se cruzaron en el Senado, cámara por la que pasan los dos como Echenique ante el Rey, entre la desgana y el repostaje. Yo creo que tendrían que haber comparecido de la mano, ellos que son como carne matrimonial. Lo que nos vaya a pasar ahora en el país es básicamente lo que les pase a ellos, matrimonio aciago, tonante y wagneriano que decide nuestros destinos, así que separar sus comparecencias era como separar al Dúo Dinámico o a Los Pecos para una entrevista. La pareja se espació mucho, con una distancia alegórica, y el Senado, que parece una cocina recién montada, lo hizo más frío aún. Ellos, creo, lo agradecieron. Durante sus discursos iban a demostrar mucha más proximidad y al menos así les quedaba esa lejanía de western que siempre deja el ujier.

Sánchez llegó sonriendo bajo la mascarilla y yo pensé que ya no hacía falta ni escucharle. Sonreír bajo la mascarilla es algo que quizá sólo hace bien Sánchez, que posa hacia sus adentros, hacia el álbum de fotos interior que él se saca como radiografías. Sánchez no puede dejar de posar aunque sea para él, para su memoria de mirón. Digo que ya no hacía falta escucharle porque Sánchez venía con la sonrisa puesta, con el discurso puesto, con el estribillo puesto, con el entalladito puesto, con todo lo puesto de un presidente prêt-à-porter que parece que viene a hacer su número de siempre, como la señora que te hace la presentación de la Thermomix.

Sánchez está llegando a ese punto en que no se sabe si está agobiado, confiado o perezoso. Después de sus largas ausencias de jaquequitas o de indisposiciones de señorito con huevo pasado por agua, no ofrece más que estribillos con prisa, como un famosete que hace un pregón, siempre el mismo pregón, como aquel humorista que sólo decía “no siento las piernas”. Mientras le hacían fotos como de modelo desmayado o con ciática, Sánchez hacía como que ojeaba sus notas. Pero sus notas son como las tablas de multiplicar. Sánchez se levanta como un Cicerón, con mucho vuelo de mármol, y luego sólo deja la tabla del uno o canciones de Barrio Sésamo: “Unidad, unidad”, repetía ayer, como un Parménides del parvulito.

Sonreír bajo la mascarilla es algo que quizá sólo hace bien Sánchez, que posa hacia sus adentros, hacia el álbum de fotos interior que él se saca como radiografías

Maroto le preguntaba por una estrategia clara de vacunación y por Iglesias, por las contradicciones y trampas de un vicepresidente con el que Sánchez parece jugar “al poli bueno y al poli malo”. A Sánchez eso no le parecían preguntas, sino someterle a “un juicio”. A Sánchez se le pregunta siempre como atracándolo, parece. Hay violencia, hay amenaza, hay maldad simplemente en peguntarle cosas a un presidente del Gobierno, en vez de estar alabando sus nuevos zapatos rococó, adornados como clavicémbalos. Sánchez sólo quiere que la oposición le hable de “unidad”, que le ofrezca unidad, porque todo se arregla con unidad, unidad con él, se entiende. Un Gobierno con todos los poderes, incluidos estados de alarma largos como inviernos boreales, no puede hacer nada, en realidad, si no le ofrecen unidad, que es como si le ofrecieran abracitos. El Gobierno quiere hacer cosas pero sin la unidad no le salen, le es imposible salir a luchar contra el bicho, contra la ruina y contra los sediciosos sin un beso de despedida y sin que Casado le cante el Bella ciao.

Ésa era su tabla de multiplicar, su soniquete, que ya decíamos que Sánchez venía con sonrisa y estribillo como de Bigote Arrocet. La unidad, que si la mano tendida, que si arrimar el hombro, que dónde estaban ustedes entonces... Esta pregunta es interesante, dónde estaba la oposición mientras el Gobierno les tendía la mano y les pedía unidad. Quizá la oposición estaba preguntándose qué puede hacer el Gobierno contra una crisis histórica si su presidente, que ya tiene todos los recursos, está ahí tendiendo la mano como una señorita en una barca, y preocupado sobre todo por eso, porque no le cogen la mano que se le enfría en el gesto y en la amargura. Quizá la oposición estaba preguntándose cómo la estrategia científica y exitosa del Gobierno contra el virus podría haber mejorado con aplausitos o lanzándole un ramo de despedida de soltera. O acaso no era tan exitosa, y por eso era más útil señalar los terribles errores del Gobierno, y procurar su corrección, que cantarle a Sánchez una serenata.

Iglesias se aleja de los de las fogatas vistiéndose sin arrugas y se mantiene junto al pueblo negándose a aplaudir al Rey

Cuando Sánchez no tuvo más remedio que hablar de Iglesias, tiró de sus antiguos votos ceremoniales, como los malcasados que se vuelven hacia la antigua llama. Sánchez dijo estar “satisfecho con el Gobierno de coalición”, y señaló que con Podemos “nos unen más cosas que nos separan”. Sus votos, ya con cierta roña de arras en el cajón, eran “salud, empleo y protección social”. Iglesias no es que esté lejos de estos votos, de los que estamos cerca todos, porque también son estribillos, estribillos como de golosinas. Iglesias está lejos, muy lejos, de la propia democracia, pero eso a Sánchez no le parece una lejanía insalvable. Quizá, ni siquiera es lejanía.

Iglesias subió a la tribuna, por fin, con chaqueta y corbata con nudo Windsor, casi como si fuera Bono con moño. Iglesias se aleja de los de las fogatas vistiéndose sin arrugas y se mantiene junto al pueblo negándose a aplaudir al Rey. Así son sus aportaciones revolucionarias y democráticas. Iglesias contestaba a una interpelación sobre las víctimas de la Talidomida, cosa que, para él, también era una “carencia del sistema democrático”, también eso “ponía en cuestión la salud democrática” (supongo que ya lo venía haciendo desde los años 60). Cualquier cosa nos evidencia anormalidades democráticas, menos lo suyo: negar la democracia representativa, el imperio de la ley y la separación de poderes, y defender que sean el Gobierno o los partidos quienes puedan decidir quién entra o no en la cárcel, o si yo puedo o no escribir que Iglesias se va a terminar convirtiendo en Bono en cuanto se compre una cómoda de estilo Remordimiento.

Iglesias también venía con estribillo de azulejo de casa, hecho antes que el nudo de la corbata y que el hopo del moño. No están tan lejos Sánchez y él. Quizá se espaciaron en el Senado para que no nos diéramos cuenta de lo bien que van llevando lo suyo, aunque duerman en camas separadas y tengan en el otro a la propia suegra con antifaz de dormir o con rodete de pueblo.

Sánchez e Iglesias ni se cruzaron en el Senado, cámara por la que pasan los dos como Echenique ante el Rey, entre la desgana y el repostaje. Yo creo que tendrían que haber comparecido de la mano, ellos que son como carne matrimonial. Lo que nos vaya a pasar ahora en el país es básicamente lo que les pase a ellos, matrimonio aciago, tonante y wagneriano que decide nuestros destinos, así que separar sus comparecencias era como separar al Dúo Dinámico o a Los Pecos para una entrevista. La pareja se espació mucho, con una distancia alegórica, y el Senado, que parece una cocina recién montada, lo hizo más frío aún. Ellos, creo, lo agradecieron. Durante sus discursos iban a demostrar mucha más proximidad y al menos así les quedaba esa lejanía de western que siempre deja el ujier.

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