El aspecto del ex comisario Villarejo a su salida de la prisión de Estremera recuerda un poco al del general Millán-Astray al volver de la guerra con Marruecos. Parche en el ojo, un evidente deterioro físico y su encorvamiento, son sus particulares heridas de guerra. Casi tres años y medio entre rejas y convertido de forma unánime en el bicho que picó al tren, el desgaste físico y psicológico han dejado en él su indeleble huella. Nadie le defiende, sus otrora poderosos amigos le han dado la espalda y, además, penden sobre él sumarios que podrían enviarle de nuevo a la cárcel por más de veinte años.

Sin embargo, el calvario por el que ha pasado desde que decidió atacar de frente al ex director del CNI Félix Sánz Roldán no le ha doblegado. Todo lo contrario. Ya no tiene nada que perder y amenaza, desde la misma puerta del centro penitenciario, con volver a poner en marcha el ventilador. Más de uno no habrá dormido bien esta noche.

A diferencia de Bárcenas, que de tanto amenazar con tirar de la manta sin pruebas ya no le creen ni los fiscales con los que busca un pacto para aliviar la pena de su mujer, Villarejo tiene bombas atómicas todavía por estallar.

La información que manejaba el "agente encubierto" ya ha hecho temblar a las estructuras del Estado. Fueron las cintas grabadas de conversaciones a Corina Larssen en Londres las que provocaron la investigación de la fiscalía de Ginebra que, tras recalar en Madrid, forzaron la salida del rey emérito a Abu Dabi y que han colocado a la Monarquía en la situación más débil desde el 23-F. Situación aprovechada por Podemos y los independentistas para deslegitimar a la Corona y lanzar una oportunista campaña a favor de la república. Su modus operandi evidenció una forma chapucera y a veces ilegal de actuación de la Policía; sus relaciones con jueces y fiscales han puesto en apuros a algunos de sus más insignes representantes, uno de ellos, Dolores Delgado, ahora al frente de la Fiscalía General del Estado. Sus negocios privados han sacado a la luz la manera nada ejemplar en la que algunos grandes empresarios dilucidaban sus particulares lances.

Tan sólo una pequeña parte de la información que había en sus discos duros ha sido utilizada para los sumarios que hay en marcha. Villarejo ya no tiene nada que perder: algunos no habrán dormido bien

Como decía, a diferencia de Bárcenas, un aficionado al lado del todo poderoso agente secreto, Villarejo no tiene unas cajas con documentos en no se sabe que sitio. La Policía encontró en el registro que hizo de su vivienda de Boadilla unos discos duros en los que había para dar y tomar. De esos discos tan sólo se ha desencriptado una parte, pequeña, que afecta a los sumarios que hay ahora en marcha. Incluso en una pieza tan importante como Kitchen hay partes que aún están bajo el secreto de sumario.

Parece lógico pensar que un hombre dedicado profesionalmente al manejo de información sensible haya tomado la precaución de tener a buen recaudo copia de esos discos duros que ahora están en poder del juez García Castellón.

La defensa del ex comisario siempre ha denunciado que la Policía ha puesto a disposición del juez tan sólo una mínima parte de lo que guardaban sus valiosos archivos informáticos. Puede que ahora, una vez recobrada su libertad aunque de forma momentánea, piense que ha llegado el momento de vomitar todo lo que sabe.

Villarejo es un peligro público, una bomba andante. Echar basura sobre él es lo más fácil. Es el malo de la película; el mentiroso, el chantajista, el hombre sin escrúpulos capaz de todo. Desde luego no es un santo, ni un ejemplo a seguir. Pero los gobiernos del PSOE y del PP le utilizaron para que caminara por el filo de la navaja, quizás en beneficio del Estado, o tal vez, de una estrategia política, de un objetivo que consideraban supremo, como el desmantelamiento del independentismo ahondando en las finanzas de la familia Pujol, otra de sus víctimas. Le utilizaron los partidos, fundamentalmente el PP, pero no sólo. Y los grandes del Ibex, algunos de los cuales se vieron obligados a abandonar sus cargos de forma poco honorable, como Francisco González.

No es la primera vez que el Estado de Derecho afronta un reto de grandes proporciones. Sucedió con Mario Conde y con Javier de la Rosa. También ellos quisieron utilizar al rey Juan Carlos como parapeto de sus fechorías. La diferencia es que ahora la capacidad destructiva es mucho mayor. Han sido más de 20 años incrustado en las cloacas del Estado.

Todos los estados tienen sus particulares cloacas que, de tiempo en tiempo, despiden su fétido olor. Pero aquí ha sido la lucha a muerte entre el ex jefe de los servicios secretos y el espía que hacía los trabajos sucios para el gobierno de turno desde su particular estatus la que nos ha mostrado esas cloacas por dentro. Eso pone los pelos de punta. Y eso que no lo hemos visto todo.

El aspecto del ex comisario Villarejo a su salida de la prisión de Estremera recuerda un poco al del general Millán-Astray al volver de la guerra con Marruecos. Parche en el ojo, un evidente deterioro físico y su encorvamiento, son sus particulares heridas de guerra. Casi tres años y medio entre rejas y convertido de forma unánime en el bicho que picó al tren, el desgaste físico y psicológico han dejado en él su indeleble huella. Nadie le defiende, sus otrora poderosos amigos le han dado la espalda y, además, penden sobre él sumarios que podrían enviarle de nuevo a la cárcel por más de veinte años.

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