Me cuentan que gustó bastante que hiciera referencia en mi última colaboración a algunos paisajes británicos, y para ser exactos, escoceses. Bien es verdad que la música puede hacernos viajar donde la pandemia no nos deja. Pues en uno de esos lugares con nombres muy propios de esa isla como           East Kilbride, en South Lanarkshire, Escocia, encontramos la música perfecta para salir, textualmente, al invierno, antes de que acabe.

Walk Out To Winter es una de esas canciones que, si tuviste el disco, nunca regalarás o venderás. Seguirá ahí por mucha radio o plataforma digital que haya. Porque son de esos temas musicales que no se parecen a nada.

Sal al invierno

juro que estaré ahí.

La frialdad te despertará, alta y seca

Y el mensaje positivo que recojo viene cuando dice:

La oportunidad está enterrada justo debajo de la nieve cegadora

Hablamos de un lugar en el que tienen noches de 4 bajo cero. Salir al invierno es una invitación al sacrificio

Hablamos de un lugar en el que justo al escribir estas líneas tienen noches de 4 bajo cero y está ahora mismo lloviendo. Salir al invierno es una invitación al sacrificio. La historia de esta canción nos va a llevar de viaje a ese pueblecito que cierto chico de apenas 17 años describió como “un lugar decente para crecer, con áreas con césped, y, sobre todo, no era un tugurio”. Su alcalde estará orgulloso. En realidad se trata de una ciudad dormitorio pero bien planificada del llamado “gran Glasgow”. Pasaron de 900 habitantes a más de 70.000 en pocas décadas. Jardines, tiendas y todo tipo de comodidades se distribuyen en círculo para todos esos miles de trabajadores que entran en la city en menos de media hora. El hijo de uno de esos trabajadores era nuestro chico.

Se trata de un tal Roddy Frame, que cuentan que tuvo la suerte de tener en sus manos una guitarra con apenas cuatro años y todavía no la ha soltado. Como todo buen joven, se sintió atraído por todo menos por lo convencional. Solamente faltó la tabarra que le metió a su madre con Space Oddity de Bowie una y otra vez, en un viejo tocadiscos, para que en casa se le permitiera probar suerte en la música. Su trauma inolvidable ocurrió el día de 1976 en el que su hermana entró en casa decepcionada por no haber podido ir a un concierto del duque blanco... ¡teniendo entradas! Y va y se las enseña a nuestro adolescente. Shock. Ahogó el chico la pena tocando a Bowie en su guitarra toda la noche.

Luego vinieron las olas punk, post-punk, y como buen amante de las guitarras, no paró hasta conseguir contratar a precio de oro al mismísimo Mark Knopfler para que tocara en uno de sus discos, de escaso éxito, por cierto.

Quizá el secreto de esta canción que hoy aporto a nuestra lista, además de tener que ver con los acordes luminosos que no parecen tener nada que ver con un invierno frío y seco, esté en la enorme complicidad surgida entre elementos enfrentados en aquellos ochenta de los que parte esta pieza: el sintetizador y la guitarra. Aquí demuestran su máxima posibilidad de encuentro.

Poco más se conoce de este extraño grupo disuelto ya, llamado Aztec Camera, salvo este tema que tuvo la oportunidad de colarse en nuestro país gracias a La bola de Cristal, con Alaska y todo. En aquel invierno de 1983 no nos importaba salir (y salíamos) a donde hiciera falta, por mucho frío que hiciera. Aunque aquí y ahora lo que necesitamos es primavera. Mucha primavera.