Sale a pelear con lo mejor que tiene porque a Ciudadanos ya no le quedan más bazas presentables que Edmundo Bal y la propia Arrimadas una vez que sus peones en Andalucía y en Castilla y León ya han procurado asegurar a su socio mayoritario, el PP, que por ellos no hay nada que temer y que mientras dure la legislatura seguirán al pie del cañón.

Y eso es especialmente meritorio en el caso del gobierno de Valladolid porque allí el PSOE está presionando hasta el límite a los procuradores de Ciudadanos para que se pasen con sus votos a las filas socialistas y desmonten el pacto que Ciudadanos tiene con el PP. Es decir, repetir lo mismo que en Murcia, una operación que tan mal le ha salido al partido naranja y de la que su principal instigador, que es el PSOE a su más alto nivel, ha conseguido salir indemne.             

Con la salida de Ignacio Aguado, cuya candidatura aseguraba prácticamente el hundimiento del partido en la Comunidad de Madrid y en consecuencia, la muerte de Ciudadanos como opción política viable, Inés Arrimadas está apostándolo todo a sobrevivir aunque sea por la mínima. Edmundo Bal es mucho mejor candidato que Aguado, sin duda, pero ahora queda por comprobar si su sola persona va a ser bastante como para hacer olvidar a los madrileños la razón por la que van a ir a votar el 4 de mayo: porque el partido de Bal y de Arrimadas intentó desalojar del gobierno de Murcia al PP aliándose con el PSOE y aceptando el apoyo de Podemos para completar la mayoría necesaria para culminar la operación y esa bomba ha acabado estallando en Madrid.

El problema de Bal es que ha lanzado tal grado de invectivas al PP nacional, a cuyos dirigentes ha acusado directamente de cohecho, que ahora está obligado a hacer una campaña que le acerca inevitablemente a la izquierda. Lo previsible ahora mismo es que si Ciudadanos logra pasar del 5% de los votos emitidos, sume sus fuerzas a las del PSOE, que necesariamente tendría a su vez que sumar las suyas a lo que quede del partido de Errejón, a quien Pablo Iglesias aspira a laminar, y las que consiga levantar el propio líder de Podemos.

Tiene razón el señor Bal en el sentido de que un partido moderado, alejado de los extremos y que luche contra la corriente de polarización que padece hoy España, es muy necesario"

No es buena compañía para un partido que tan airadamente reivindicaba estos días Edmundo Bal como de centro: “Aquellos que están apostando por una de las dos Españas no están entendiendo lo que es el centro político, lo que es la tercera España, la mano tendida a los dos lados. Estamos en el camino correcto y de aquí no nos vamos a mover”, decía ayer mismo el flamante candidato a la presidencia de Madrid. Tiene razón el señor Bal en el sentido de que un partido moderado, alejado de los extremos y que luche contra la corriente de polarización que padece hoy España, es muy necesario.

La cuestión es que ocupar el centro político no incluye pactar con la izquierda socialista y con la ultraizquierda de Podemos una moción de censura malamente armada y peor justificada. Inés Arrimadas -que ya no se acuerda de que el expresidente de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, se pasó a Ciudadanos cuando ya estaba incluido su nombre en las listas del PP para el parlamento europeo- digirió muy mal el paso de Lorena Roldán a las filas populares antes de las elecciones catalanas que supusieron el fracaso estrepitoso de su partido.

Esa irritación es probablemente la que le llevó a escuchar los susurros que el PSOE vertió en su oído para iniciar una operación de demolición de los centros autonómicos de poder ocupados por el partido de Pablo Casado con el apoyo de Ciudadanos. Y se creyó la historia sin comprender que la suma debilidad electoral demostrada por su formación se podría volver en su contra y estallarle en la cara, que es exactamente lo que ha sucedido.      

Su problema es que la estrategia seguida por la dirección de su partido en los últimos meses le ha llevado a actuar, no de elemento moderador de las tendencias izquierdistas del Gobierno, sino de incauta muleta que ha ayudado a Pedro Sánchez a utilizar a esta formación para sacar adelante sus proyectos pactados con aquellos partidos con los que Ciudadanos se había declarado radicalmente incompatible.

Y que no ha sido consciente del precio que estaba pagando por el hecho de que, cada vez que su grupo votaba a favor de una iniciativa del Gobierno, el resultado final era que el grupo socialista lo había pactado también con los partidos de la ultraizquierda, de modo que los naranjas quedaban así como sumisos aliados del PSOE sin obtener nada a cambio, ni una mínima concesión que Cs pudiera vender como un éxito propio.

Cada vez que su grupo votaba a favor de una iniciativa del Gobierno, el resultado final era que el grupo socialista lo había pactado también con los partidos de la ultraizquierda"

El error de Inés Arrimadas ha sido pensar que sus electores iban a comprender su apoyo a un Partido Socialista que buscaba y obtenía a su vez los votos de partidos como los independentistas ERC y JxCat, y los proetarras de Bildu.  

Es esa clase de “puente”entre el PP y el PSOE a la que aludía Edmundo Bal la que resulta intolerable para el votante de Ciudadanos que, no lo olvidemos, se ha movido durante años dentro del ámbito político del PP. No es, pues, la defensa de una posición de centro lo que está llevando a tantos de sus cuadros a abandonar sus filas, sino la pésima estrategia llevada a cabo contra viento y marea y que se ha demostrado profundamente equivocada.

Su acercamiento al PSOE, que lleva meses en vigor, ha satisfecho al Gobierno, que contaba así con la opción de tirar del recambio naranja en el caso de que le resultara necesario o conveniente. Por eso siguen insistiendo en que Arrimadas no se arrugue y siga cumpliendo con lo que, dicen los socialistas, los electores le encomendaron: que haga de partido bisagra, que en el caso de Murcia, consistía en hacerles de muleta para, con la ficción de poner en la presidencia a una diputada de Ciudadanos, hacerse con el gobierno de la comunidad y también con el Ayuntamiento de la capital.

Ahora todos los errores y todos los conflictos han desaguado en Madrid. Pero la situación en que se encontraría Cs si consiguiera tener representación en la Asamblea, cosa que con la candidatura de Bal parece más factible, no sería nada fácil porque se toparía con un dilema peligroso.

Supongamos que Isabel Díaz Ayuso no consigue la mayoría absoluta que busca y no alcanza el suficiente número de diputados como para poder permitirse la opción de gobernar en solitario. En ese caso lo probable es que tenga que recurrir a un pacto con Rocío Monasterio…o con Edmundo Bal si le dan los números, que en política hasta lo imposible es posible. 

Inés Arrimadas tendría entonces, en el estado de debilidad extrema en que se encuentra hoy su partido, que optar entre apoyar la fórmula del denostado PP o dar sus votos al acuerdo seguro de PSOE-Podemos-Más Madrid. Cualquiera de las dos salidas sería mortal de necesidad para la supervivencia de lo que quede de Ciudadanos, aunque una más que otra.

De momento, y por lo que pudiera suceder, Edmundo Bal haría bien en rebajar el nivel de hostilidad contra el PP. No vaya a ser que acabe convertido en vicepresidente de Ayuso.

Sale a pelear con lo mejor que tiene porque a Ciudadanos ya no le quedan más bazas presentables que Edmundo Bal y la propia Arrimadas una vez que sus peones en Andalucía y en Castilla y León ya han procurado asegurar a su socio mayoritario, el PP, que por ellos no hay nada que temer y que mientras dure la legislatura seguirán al pie del cañón.

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