En esta vida hay que estar preparado para ser despedido en cualquier momento. Hay que estar listo para partir raudo y veloz y poder decir adiós sin mirar atrás.

Ser despedido en alguna ocasión, es estadísticamente lo más probable porque nada es para siempre, pero no se preocupen, es muy posible que descubran que el que nada sea para siempre, es una bendición.

Cuanto antes seamos conscientes del inexorable devenir de nuestra actividad profesional, mejor y más rápido podremos recuperarnos para dar con confianza el siguiente paso. Anticiparnos nos ayudará a no ser unos memos dando mucho más de lo que otros merecen y atenuará el ineludible dolor que nos produce la ruptura porque al hacernos a la idea poco a poco parece que las penas son menores o eso dicen.

"Hay que estar preparado para empezar muchas veces...No parar de formarse y atender esas segundas llamadas"

Cuando no nos hemos preparado antes y el momento llega de súbito, es un impacto terrible, te sientes pequeño, hundido, traicionado, confuso, desamparado sin saber que va a ser de ti, ni de los tuyos. Si por el contrario te encuentras sobre aviso, es posible que seas capaz de convertir el momento en tu redención. Claro que nadie insinúa que sea fácil, ni la ruptura, ni el volver a empezar.

En ocasiones, se es afortunado al conseguir una buena indemnización, un trabajo igual o mejor rápidamente o incluso ambas, pero en otras ocasiones, que son la mayoría, toca un proceso de descubrimiento que se hace largo y duro.

Es este un periodo que nos obliga a ser conscientes de nuestra fragilidad, pero que también nos hace conscientes de nuestra capacidad de resistencia y nos muestra una ocasión única para reactivar nuestra herencia de cazadores, encontrando que bajo la piel de cordero existe un león que casi no recordábamos.

A su vez, es un tiempo para llegar a ser más solidarios y mejores personas, ya que nos permite comprobar de primera mano que necesitamos a los demás, que las segundas llamadas a nuestros conocidos y amigos para buscar nuevas oportunidades se nos hacen cada vez más difíciles y a ellos cada vez más incómodas y que no queda tanta gente a tu alrededor como imaginabas.

Y sobre todo descubrimos, que el estatus es sólo un espejismo para imberbes. Ahora ya no cuentan los méritos pasados, ni la entrega más allá del deber, ni la reputación, ni los contactos.

En España al contrario de como ocurre en mercados laborales de corte anglosajón, si no eres un alto directivo y tienes más de 50 años, estás vendido.  Aunque por suerte auguro que esta realidad tiene los días contados, no por un imperativo moral sino por una realidad del mercado laboral y de los sistemas de previsión social que convertirán al senior en el foco de una nueva guerra por el talento.

Hay que estar preparado para volver a empezar muchas veces, no dejar de mirar que ocurre a tu alrededor, no parar de formarse, de buscar oportunidades, de abrir puertas y sobre todo de atender esas segundas llamadas.

Mientras tanto, permanecer en nuestro trabajo con lealtad y compromiso, pero sin bajar la cabeza, ya que nadie te hace un favor por dejarte trabajar en su compañía. Ellos nunca piensan en ti como un amor para siempre y tú tampoco debes hacerlo, ya que probablemente ese sea el secreto de las relaciones más largas, la consciencia de que nada es eterno.

Disfruta el camino, haz lo correcto y hazlo por ti, no olvides que nadie te lo va a agradecer y que al final, todos nos encontraremos en la misma situación, adivinen: solos ante el peligro.