Los nazis desfilan comiendo berberechos por el Madrid de Carmen Calvo, un Madrid que se diría que sale de una pesadilla de después de una garbanzada. Lo que pasa, sencillamente, es que Carmen Calvo se expresa con el lenguaje de los niños, por eso sus conceptos y sus imágenes parecen gallifantes. El nazi con abrelatas o con torrezno por Madrid es como el robot que se toma el té con las muñecas, no tiene sentido para el adulto pero sí para el niño, que sólo quiere público para su té. Como los niños, todo lo que dice Carmen Calvo tiene un fondo de verdad. En realidad, ella es lo único serio y seguro que nos queda en el Gobierno. Sánchez puede mentir, pero Calvo no, aunque hable a través de marionetitas de calcetín. Por Calvo sabemos, pues, que la tesis sanchista es que Madrid está realmente tomado por fascistas y que ha ganado las elecciones una mesonera tirolesa con trenzas de cerveza y escote de queso. O que aún no tienen mejor explicación.

Sánchez no se ha atrevido a salir después del batacazo en Madrid, sino que ha mandado a Carmen Calvo, que es a quien deja decir las verdades para que no la tomen en serio, como si fuera Leticia Sabater. Calvo resumió las elecciones madrileñas en la victoria increíble de alguien que sólo ha hablado de “cañas, ex y berberechos”, para luego recordar que “a veces el fascismo aparece con la bandera de la libertad, con la libertad de quienes pensaron que la limpieza que querían hacer en Europa les llevaba justamente a asesinar en los campos de concentración”. Calvo había pasado del terraceo al genocidio como un niño pasa del dinosaurio a Spiderman, sin que tiemble nada en su realidad, que no es otra que su deseo. Justo como el sanchismo.

Ante el shock, la izquierda no reacciona con desprecio o superioridad, como se ha dicho, sino que reacciona con la evasión, con la fantasía, como un niño o un loco

Lo de Madrid no sólo se explica con nazis aficionados a los bares, nazis como de Casablanca, sino que además éstos han tenido la ayuda de la pandemia, “que altera la percepción de las cosas”. Esto, parece, no ha pasado en Cataluña con Illa (Illa quizá es como un manchón gris que uno ve exactamente igual a través de vapores etílicos, de los de la enfermedad, o de unas gafas limpísimas). Pero Calvo no se paraba ahí. El madrileño pandémico y acervezado es, además, presa aún más fácil para el nazi de banderilla, morcón y ducha de gas cuando la derecha “está bien ensamblada con el poder económico”. Con el dinero, con el poder, con la gente borracha de cañas, nolotiles y primavera, los nazis salchicheros y asesinos ya lo tenían todo hecho. Más cuando hay una especie de camarera de la Gestapo como candidata, invitándote a las rondas y a veneno de su anillo con cruz negra.

Nazis y berberechos, así de enorme y de aceitoso es el shock de la izquierda, del PSOE sobre todo, que es el que está en el poder. Sánchez no ha podido perder su baraka, la derechaza de Colón con banderita de Snoopy, grasilla de Bárcenas y pistolete en la huevera no puede ganar de esta manera. Quizá el pueblo es tonto, o está corrompido, o seducido, o forzado. Lo del pueblo tonto puede servir para Monedero, que, como Iglesias, se cree un aristócrata con magisterio moral e intelectual. Pero no sirve para Sánchez que, al fin y al cabo, nos ha querido colar que había vencido al virus lo menos tres veces sin más que estar de vacaciones de piña colada. No, el pueblo puede ser tonto mientras siga siendo progre. Pero no puede ser tonto y facha. Debe tratarse, pues, de una sociedad enferma. Madrid es una sociedad enferma, de ahí el fascismo, la concupiscencia y la gula, esa decadencia como romana que une el poder, el oro, el asesinato, la orgía y las uvas pisadas.

Madrid como sociedad enferma, ésa es la única manera en la que ellos pueden salvarse. No se trata de nazis invasores u opresores, de una élite perversa en su fuerza y en su determinación, sino de un pueblo que los vitorea y los acoge como salvadores y como higiene. De ahí juntar el horror y la alegría, la crueldad y la costumbre, con esa banalidad del mal que se cita tanto en estos casos. De ahí los nazis y los berberechos, que yo no sé si Ayuso ha llegado a mencionar los berberechos o es licencia de Calvo, como inventarse raros fascistas de tanque, pianola y gambón seduciendo igual al de Serrano que al de Vallecas.

Nazis y berberechos, ultraderecha y fiesta de la salchicha, mal y gozo... No es que el sanchismo no tenga otra excusa, es que no tiene otra explicación. Aún no entiende qué ha pasado. Ante el shock, no reacciona con desprecio o superioridad, como se ha dicho, sino que reacciona con la evasión, con la fantasía, como un niño o un loco, salvando la integridad de su existencia a costa de la realidad. Por eso tenía que ser Carmen Calvo la que lo dijera, con su voz y su pirueta de niño, con su media lengua o media verdad de niño. Por ella sabemos que Sánchez ha perdido pie, también como otro niño.

Los nazis desfilan comiendo berberechos por el Madrid de Carmen Calvo, un Madrid que se diría que sale de una pesadilla de después de una garbanzada. Lo que pasa, sencillamente, es que Carmen Calvo se expresa con el lenguaje de los niños, por eso sus conceptos y sus imágenes parecen gallifantes. El nazi con abrelatas o con torrezno por Madrid es como el robot que se toma el té con las muñecas, no tiene sentido para el adulto pero sí para el niño, que sólo quiere público para su té. Como los niños, todo lo que dice Carmen Calvo tiene un fondo de verdad. En realidad, ella es lo único serio y seguro que nos queda en el Gobierno. Sánchez puede mentir, pero Calvo no, aunque hable a través de marionetitas de calcetín. Por Calvo sabemos, pues, que la tesis sanchista es que Madrid está realmente tomado por fascistas y que ha ganado las elecciones una mesonera tirolesa con trenzas de cerveza y escote de queso. O que aún no tienen mejor explicación.

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