¡Tantas vueltas para acabar volviendo a la casilla de salida! ¡Tantos esfuerzos por revolucionar la política española para acabar volviendo al mismo bipartidismo 'imperfecto' que ha gobernado los asuntos públicos de este país durante más de cuarenta años! ¡Tanto nadar... para ahogarse en la orilla! Las elecciones que acaban de tener lugar en Madrid y que acaban de expulsar a Ciudadanos de la Asamblea de la capital, acelerando su descomposición en Valencia y otras comunidades y que han propiciado la humillación de Podemos por parte de la que Iglesias pretendía que fuera una marca subalterna, Más Madrid fundado por su 'íntimo enemigo' Errejón han dejado al aire las limitaciones de quienes hace apenas siete años vinieron a regenerar la política española y se están diluyendo como un azucarillo en una taza de café.

Es conocida la sentencia clásica según la cual, a quien los dioses quieren perder, lo primero que envían, en cantidades ingentes, es ese veneno llamado soberbia. La hybris, ese pecado de orgullo en el que incurren casi todos los mimados por la fortuna, según la tradición griega, que acaba llevando aparejado un castigo divino que Némesis, la diosa de la justicia retributiva, se encarga de administrar. Se trata de un mal muy extendido entre buena parte de líderes políticos, a lo largo y ancho del mundo, y que en España ha tenido sus últimos y más depurados ejemplos en las personas de Albert Rivera y de Pablo Iglesias.

'La nueva política'… que adoptó enseguida los 'viejos vicios'

A ambos cabe el enorme reconocimiento de haber intentado romper ese formidable aparato político -y económico- llamado bipartidismo. Una estructura de hormigón armado, que parecía indestructible y que, tras la muerte del dictador, se enseñoreó de España durante medio siglo. Las corruptas cuadernas de aquel Sistema comenzaron a resquebrajarse en los estertores del Felipismo y terminaron por reventar con decenas de escándalos insoportables para los ciudadanos, siendo los últimos y más sonados el de los ERE andaluces y los papeles de Bárcenas. Todos ellos demostraron en qué forma algunas manzanas podridas -a veces desde el mismísimo puente de mando de los grandes portaaviones de la política española- se enriquecieron muchas personas honorables, de forma espúrea, y cómo contribuyeron a financiar, de manera irregular, al PSOE, al PP y de paso a formaciones nacionalistas como la Convergencia de ‘Padrino’ Pujol.

Rivera e Iglesias, Iglesias y Rivera, eran dos chicos jóvenes, se supone que suficientemente preparados, a los que Jordi Évole llevó a juntar en un Salvados, allá por 2019, y que venían a regenerar España... a cambiarlo todo. Ambos pretendían convertirse en la voz de una ciudadanía hastiada, cansada, indignada y harta, sobre todo tras la terrible crisis económica que arrancó en 2008 y que hundió en la miseria a millones de personas. Ambos talentosos, formados, con una pasión auténtica para la política. A las antípodas a nivel ideológico pero con el mismo sueño de cambiar las cosas y representar los intereses de los ciudadanos.

Pablo: el 'líder vallecano' que dejó de serlo

Pablo Iglesias, como los malos líderes, dejó de escuchar a casi todos; solo atendía a sus asesores más cercanos y probablemente menos objetivos"

Pablo Manuel Iglesias Turrión, aquel profesor de Ciencias Políticas de la Complutense, forjado en programas audiovisuales de cadenas casi marginales, desde las que saltó pronto al estrellato en acorazados mediáticos como La Sexta, edificó desde la nada todo un movimiento que, cristalizado a través de las ya históricas movilizaciones del 15-M, irrumpió en el Congreso de los Diputados con 71 escaños. La gente creyó en él a pies juntillas y ciegamente interiorizó aquel lema -por lo demás copiado del célebre Yes we can de Barack Obama-  de Sí se puede como dogma de fe. La realidad sin embargo es más compleja, y el que fuera hasta hace muy poco vicepresidente del Gobierno, recorrió a velocidad de vértigo todo un camino por el que otros líderes tardan décadas en transitar: el de la pérdida de la realidad derivada de un creciente desapego de lo que la gente siente y cree. Las sucesivas exclusiones de quienes fueron, un día sus amigos personales y primeros compañeros de viaje, con Errejón a la cabeza, sus tiranteces con Pedro Sánchez y la cúpula del PSOE, que le habían franqueado su entrada en el gobierno y cinco ministerios -algo con lo que jamás hubiera soñado en tan poco tiempo- pero sobre todo, la pérdida del olfato y del oído hacia lo que la calle quería y sentía en realidad, le han dejado fuera del terreno de juego.

Pablo Iglesias, como los malos líderes, dejó de escuchar a casi todos; solo atendía a sus asesores más cercanos y probablemente menos objetivos y a esos tramposos y manipulados algoritmos que manejan las redes. Tan solo con esto, estaba seguro de que su planteamiento del 4-M en términos 'guerracivilistas' iba a ser un revulsivo que diera la vuelta a todos los pronósticos demoscópicos. La realidad ha sido la contraria. La ciudadanía, no ha 'comprado' esa forzada fractura entre 'izquierda versus fascismo'... y se ha quedado fuera del terreno de juego, llevándose en buena parte en su caída jirones del proyecto socialista que había jugado a acompañar al ya exlíder de Podemos en ese viaje a ninguna parte.   

Albert, el hombre que se inspiró en J. F. Kennedy y se creyó Adolfo Suárez

Aún recuerdo cuando Albert Rivera no era nada más, ni tampoco menos, que un joven y valiente político catalán que plantaba cara al separatismo y que ni siquiera abrigaba la idea de entrar en la arena política nacional.  Pero acabó por hacerlo... ¡vaya si lo hizo! Ciutadans pasó a ser Ciudadanos y llegó a acariciar nada menos que el sorpasso al gran portaaviones del centro derecha, al PP, en aquellos famosos comicios en los que Casado obtuvo 66 escaños y Rivera 57. Un éxito extraordinario.

El PP, ahogado en un fango de corrupción tras décadas de escándalos y lógico agotamiento tras sus años de gobierno, daba la sensación de estar periclitado. Ciudadanos parecía la alternativa natural, desde el centro derecha, para sustituir a la formación de la gaviota. Todos parecían tenerlo claro, comenzando por su líder. Tan insultantemente claro lo tenían Rivera y su sanedrín, que el líder emergente llegó a creerse predestinado por los dioses para el objetivo expuesto, sin apenas más que dejar pasar el tiempo.

Tanto quiso parecerse Albert Rivera a Adolfo Suárez, que acabó como él... pero sin haber llegado a probar la Presidencia del Gobierno"

La vida, sin embargo, se encarga de disponer a su antojo las bolas en el tablero de su particular billar, que no siempre es como a los pobres mortales, por muy líderes que seamos, nos gustaría. Aquella negativa de un crecido Albert Rivera, tras los primeros y fallidos comicios de 2019, a formar gobierno con un Pedro Sánchez que le ponía en bandeja, a él la vicepresidencia y a España una holgada y segura mayoría de 180 escaños, precipitaron el desastre. El suyo y el de su partido. En apenas unos meses, el político catalán pasó de un triunfo global, que aún no había probado, a una extraña sensación: la de deambular por los grandes salones madrileños, en aquel otoño de 2019, sin explicarse bien por qué sus militantes, y previsiblemente los que eran -habían sido- sus votantes, se le escapaban a chorros, buscando de nuevo, en su mayoría, la seguridad de una marca consolidada y previsible como era el PP. 

'Those were the days…', cantaba Mary Hopkins en aquella inolvidable canción, que traducido significa ‘fueron aquellos los días’ en los que, emulando a su admirado Suárez y su famosa frase: 'Me quieren, pero no me votan', se preguntaba porque a él habían dejado de quererle... y de votarle, como se comprobó cuando sus faros cortos convirtieron lo que pudo haber sido un gran proyecto político en tan solo diez escaños. Tanto quiso parecerse a Adolfo Suárez, que acabó como él... pero sin haber llegado a probar la Presidencia del Gobierno. Dicen de Suárez que terminó agobiado y obsesionado porque se sintió solo y abandonado, por los suyos y por todos los poderes fácticos de un país que pocos años antes le habían elevado a los altares. 

Me consta que no es el estado de Albert Rivera, que disfruta de una cómoda posición laboral y económica en un prestigioso bufete y observa la política con la distancia necesaria. Una tranquilidad que también le deseo a Pablo Iglesias, que bien merecería una cierta misericordia de los medios y de la opinión antes de juzgar y valorar, sosegadamente, su figura, su paso por la política y su contribución a la gobernabilidad de España.

Una historia mil veces repetida

La semblanza de ambos personajes, cuyas trayectorias corren paralelas a otros auges y caídas, de otros líderes y de otros partidos, como Cinque Stelle, en Italia, con Beppe Grillo, David Cameron y sus absurdos y suicidas referendos, o Giuseppe Conte, con más de lo mismo que el exlíder tory, y tantos y tantos... ¿Quién se acuerda ya de ellos? Vidas públicas e historias casi clonadas que me hacen reflexionar sobre hasta qué punto la ciudadanía vota elaborados proyectos de marketing político que, con un adecuado ropaje mediático, pueden presentarse como alternativa y solución para las angustias que las últimas y reiteradas crisis han inoculado en millones de personas o lo que al final prefieren los pueblos es la seguridad -y por tanto la practicidad- de proyectos consolidados, con sus luces y sus sombras. No quiero tirar con esto último piedras contra mi tejado de asesor de líderes y experto en comunicación política, pero es de justicia reconocer que, en situaciones excepcionales -y Madrid ha sido un espejo de ello- las gentes se aferran a lo seguro; y lo seguro, no es la poesía ni los grandes y épicos discursos acerca de escenarios de un mundo nuevo, idílico y mejor… lo seguro es el empleo, unos impuestos que no asfixien a los que más sufren y el pan propio y de los tuyos. No hay mucho más. Esa, y no otra, ha sido la clave del triunfo de Díaz Ayuso sobre sus oponentes; sobre todo sobre quienes no supieron ver que la crispación y la fractura social solo conducen a la melancolía política.

¿Vuelve España, a pasos agigantados, al bipartidismo, salvando la incógnita de futuro que supone Vox, de quien yo no me atrevería a prejuzgar ya si ha tocado techo o no, o aún hay margen para aquella ‘nueva política’ que tanto llegó a ilusionarnos? Solo el tiempo tiene la respuesta.

¡Tantas vueltas para acabar volviendo a la casilla de salida! ¡Tantos esfuerzos por revolucionar la política española para acabar volviendo al mismo bipartidismo 'imperfecto' que ha gobernado los asuntos públicos de este país durante más de cuarenta años! ¡Tanto nadar... para ahogarse en la orilla! Las elecciones que acaban de tener lugar en Madrid y que acaban de expulsar a Ciudadanos de la Asamblea de la capital, acelerando su descomposición en Valencia y otras comunidades y que han propiciado la humillación de Podemos por parte de la que Iglesias pretendía que fuera una marca subalterna, Más Madrid fundado por su 'íntimo enemigo' Errejón han dejado al aire las limitaciones de quienes hace apenas siete años vinieron a regenerar la política española y se están diluyendo como un azucarillo en una taza de café.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí