Junqueras, como gesto de buena voluntad, con su magnanimidad orientaloide, entresultana, se va a dejar indultar. Podría quedarse en la cárcel castigándonos la conciencia como un pesado abejorro de zumbona democracia, minando con desprecio y mucho pico de pan duro el secular franquismo español (llevamos como unos 2.500 años de franquismo, desde por lo menos la Dama de Elche que salía en los billetes de Franco, y que fue la primera fallera o jotera o tonadillera), pero no: ha tenido piedad. Junqueras nos mortificaba desde su celda de cigüeña de iglesia, dolía como alfileres en el cuello su mirada de gafas de coser, con una autoridad de maestra buena o bruja buena; dolía su anaquel de lecturas libertarias o beatas, libros hechos como de oblea o de papel del culo de santo, porque nos duele su santidad y que en España sólo se lea El guerrero del antifaz y a Pérez Reverte. Sí, es que teníamos que indultarlo o nos iba a destrozar.

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