La mayoría damos por hecho que estamos en la antesala de la era después el coronavirus, pero prácticamente todos asumimos que habrá unas pocas cosas que, más que cambiar, lo que habrán realizado es un rápido viaje del futuro al presente, como Marty McFly subido en el Delorean (para los no cincuentones, como yo, os diré que son los personajes de la película Regreso al Futuro).

La necesidad nos ha impulsado a realizar un viaje de ida y vuelta al año 2025 para traer tecnologías y, con ellas, nuevos hábitos que en otra situación habríamos implementado y adquirido dentro de cinco años.

El mercado laboral tecnológico: un proyectil imparable

En este nuevo contexto, la pregunta que me hago, en parte por curiosidad y en parte por necesidad, es: ¿qué mecanismos va a poner en marcha este futuro que hemos adelantado debido a las situaciones excepcionales que hemos vivido?

El coronavirus ha hecho el mundo labora lo que hace el gatillo para un revólver

Pienso que el coronavirus ha hecho en el mundo laboral lo que hace el gatillo para un revólver: es un movimiento simple y leve, pero que desencadena el impulso imparable del proyectil, que en este caso es el mercado del trabajo tecnológico, pasando de una posición inmóvil -el “trabajo presentista de ocho horas en una oficina y más o menos cerca de donde vivimos”-, a una fase de movimiento y aceleración que cambiará el concepto de “trabajo y cómo trabajamos”. La necesidad fruto de la emergencia sanitaria prendió la pólvora y un mercado inmóvil empieza a moverse a gran velocidad, aparece el teletrabajo y se consolida como opción más que recomendable. De repente, las empresas se dan cuenta de que no hay una gran pérdida de eficiencia y que muchas tareas se pueden realizar de forma remota, mientras que, por su parte, los asalariados evidencian que pueden disfrutar de una mayor conciliación de su vida personal y laboral, además de tener una mayor libertad a la hora de elegir dónde vivir.

Al final, la cercanía al puesto de trabajo deja de ser clave. El “statu quo” ha cambiado, y la limitación que imponía la proximidad al lugar de trabajo, deja de ser un obstáculo a la hora de conseguir el trabajo que deseamos.

Esto abre la puerta a los “nómadas digitales” que ofrecen su talento a un mercado global y que trabajan para este sin moverse de su casa, al mismo tiempo que se crean un mar de oportunidades para quienes nos dedicamos a la gestión del talento.

Las fuerzas emergentes

Hablemos de hechos. Sin poner magnitudes ni números, deseo compartir una opinión y no realizar una tesis doctoral, pero en caso de necesidad, estoy seguro que las cifras me respaldarían. Vamos punto a punto.

Las herencias del coronavirus han sido mejores comunicaciones y el teletrabajo se ha vuelto un estándar aceptado universalmente. Durante la pandemia solo hemos prestado atención a las malas noticias y a los lentos avances que se hacían para intentar tener la situación bajo control, pero esto no ha evitado que hubiera una serie de acontecimientos a los que yo llamo “fuerzas de segundo orden”, que no eran muy visibles y que ahora van a emerger para reclamar el protagonismo que se merecen, y que para mí son las que gobernarán en la era después del coronavirus

Para exponer a qué tipo de “fuerzas” me refiero, volvamos a los viejos problemas de aquel “feliz 2019”. Entonces había, y sigue habiendo, países con una fuerza laboral muy preparada, pero con pocas expectativas de un futuro profesional acorde con sus conocimientos. Normalmente son países que tienen una buena red universitaria pero que disponen de un tejido empresarial más bien débil, que genera pocas oportunidades y de escasa calidad. España, en el contexto europeo, juega en esta liga (Sic transit gloria…).

Los perfiles cada día más escasos son los “emigrantes de oro”, que están en condiciones de salir de sus países para encontrar mejores trabajos y más oportunidades en las sociedades occidentales, que, fruto del estado del bienestar, han sufrido una caída imparable de natalidad y, como consecuencia, por pura estadística, tienen menos talento en el mercado. La única barrera que impedía a estas personas acceder y competir en los mercados laborales de los países más desarrollados eran las restricciones a la inmigración y, en algunos casos, también sus lazos familiares.

Hay que usar la tecnología para digitalizar procesos y reducir costes.

Por otro lado, los países que han prosperado lo han hecho sobre empresas innovadoras y competitivas en áreas tecnológicas. Por ende, las naciones ricas son, en general, las más escasas en talento. Los retos de transformación digital y tecnológica en los que se han visto inmersas las empresas, más la amenaza que plantea el Covid-19 para su supervivencia, las ha forzado a incrementar la inversión tecnológica y digital. El paradigma es “si no lo hago, no habrá un mañana”, hay que usar la tecnología para digitalizar procesos y reducir costes.

Si combinamos todos los elementos anteriores -sistemas de comunicaciones y un cambio de hábitos (aceptar el teletrabajo) que nos liberan de la presencialidad; un mercado laboral tecnológico activo por la demanda que imponen las necesidades de las empresas; un mundo en el que en ciertas partes sobra talento y por efecto de  oferta y demanda están peor pagado, y, al revés, un mundo rico con una gran demanda, poca oferta y sueldos al alza…-, todo esto es lo que podemos definir como  un escenario en desequilibrio, y… ¿qué pasa cuando hay desequilibrios? Pues que aparecen flujos para reequilibrar la situación porque, de lo contrario, no será sostenible a largo plazo. En este escenario, el coronavirus ha abierto la válvula del flujo de talento. ¿Cómo? Pues sencillamente demostrando que hay ciertos tipos de trabajo de valor añadido que se pueden desempeñar en remoto desde cualquier parte del mundo, sin una gran pérdida de eficiencia.

Hacia un mercado mundial del talento 

A mi entender, estamos en los albores de la aparición del mercado mundial del talento: igual que la facilidad de transporte desarrolla el comercio, las telecomunicaciones permiten el transporte del conocimiento entre personas. Si en su día la necesidad de movimiento de mercancías físicas fue lo que precedió a la aparición de los mercados mundiales del acero, del trigo, etc., ¿qué motivos hay para pensar que no va a aparecer un mercado mundial de talento y que este, además, marcará los precios? El acero no vale en función de donde lo compramos, sino en función de un precio que se establece a nivel mundial fruto de la oferta y la demanda.

Veamos un ejemplo concreto. En un entorno precovid, el presencialismo generaba servidumbre. Hasta ahora, las personas trabajaban en el “mejor trabajo posible” ofrecido por la empresa “más cercana posible” y esta, a su vez, indexaba su coste laboral -principalmente el sueldo- a la cantidad de talento que tenía alrededor. A partir de ahora, y gracias al teletrabajo, el sueldo de un especialista en inteligencia artificial que vive en Albacete ya no va a estar indexado a lo que le ofrecen las empresas de la zona, sino a lo que le ofrecen empresas lejanas ávidas de su conocimiento y que podrían estar perfectamente en Londres.

Para España, el talento fluye de manera natural hacia el centro de Europa y, en menor medida, hacia EE.UU. Esto ya sucedió en 2010, cuando fruto de la última crisis se exportó talento via emigración (médicos, ingenieros, enfermeras, científicos, etc.). Hoy estamos en los albores de una nueva ola en la que el talento no va a jugar con las condiciones que imponga el mercado nacional (una mala noticia para más de una empresa del Ibex 35 y más allá), sino que se verá obligado a aplicar las condiciones laborales que tienen entornos más avanzados, por desgracia para nosotros, y que suelen estar al norte de los Pirineos.

Las reglas del juego acaban de cambiar, nos guste o no, la gente puede trabajar globalmente sin moverse de su casa y las empresas ya no competirán más por el talento local, que deja de existir, sino en el mercado de talento global y sus condiciones.

Conozco a más de uno que vive siete días en Menorca pero que trabaja cinco en Holanda sin moverse de casa. El resultado: su coste de vida es el de Menorca, sus ingresos los de Holanda. Estoy convencido de que, sin querer, hemos pasado el Rubicón y ya no hay marcha atrás; estar entre vencedores y vencidos dependerá no de levantar barreras a la nueva ola, sino de quien surfee mejor sobre ella.