Se equivoca Pablo Casado al creer que el presidente del Gobierno es sólo un "hombre de paja" al servicio del independentismo. Eso es no entender nada de lo que está pasando y supone, además, un desconocimiento profundo de las verdaderas intenciones de Pedro Sánchez.

La brocha gorda puede servir para los mítines, pero no para construir una oposición que pretende ser alternativa de Gobierno. A Casado le ha tocado esa responsabilidad y, si juega bien sus cartas, es probable que sea el nuevo inquilino de La Moncloa. Por ello hay que exigirle un poco más de seriedad y que evite caer en el recurso fácil de caricaturizar al presidente como una especie de monstruo maléfico con un plan preconcebido que consiste en descoser las costuras de España.

El plan de Sánchez para Cataluña es algo más sutil, lo que no significa que no sea peligroso. Que lo es.

Para el presidente, Cataluña es la gran operación política con la que espera doctorarse en hombre de Estado cum laude. La clave del asunto consiste en convencer a una parte del independentismo de que es mejor permanecer en España y lograr, de paso, que una mayoría amplia apueste por un nuevo marco de convivencia que se plamaría en un nuevo Estatuto, parecido al que se aprobó en 2006.

Sánchez cree que ese giro a la moderación no se va a producir gracias a un aggiornamento de ERC, sino por el papel constructivo que pueden jugar los empresarios catalanes en esta nueva "etapa de concordia". Los fondos europeos van a ser la vaselina que servirá para que algunos hombres de empresa más relevantes de Cataluña ayuden en la tarea de reconducir al independentismo a planteamientos como los que llevaron a la CiU de Jordi Pujol a gobernar durante décadas la Generalitat con mayoría absolutas que para sí quisieran ahora Junts o ERC.

Claro que Sánchez busca con su negociación con la Generalitat y con los indultos garantizarse el apoyo de los republicanos durante esta legislatura. Pero sería un error pensar que todo consiste en eso. No. Sánchez sueña con lograr un objetivo que va más allá: restar adeptos a los partidarios de la independencia.

Es un asunto que se debatió en Moncloa durante mucho tiempo. Fue Iván Redondo el que primero apostó por ese cambio: "Detectamos que había un cansancio en la sociedad catalana, que estaba harta de perseguir un anhelo imposible. Era el momento de ofrecer una alternativa. De ahí nació la idea de abrir la vía negociadora, de la que los indultos eran una condición necesaria. Después de los que pasó en las elecciones del 14-F la cosa estaba clara: el PSC fue el partido más votado, pero había una mayoría que seguía apoyando a partidos independentistas. La tercera vía entre la ruptura o no hacer nada sólo podía venir desde este Gobierno y ya había una base social, representada en la subida del PSC, suficiente como para intentarlo", reconoce una fuente próxima al presidente.

Aunque quisiera, el presidente carece de lo necesario para promover un referéndum de autodeterminación: está lejos de los 210 diputados necesarios para modificar la Constitución

El Gobierno reconoce -lo publica hoy Cristina de la Hoz- que la negociación será un camino de espinas, que tendrá momentos de ruptura y que será, en todo caso, larga: dos o tres años.

Las posibilidades de que la jugada le salga bien al presidente son limitadas. Primero porque los independentistas no se van a bajar del burro y seguirán pidiendo un referéndum de autodeterminación. En segundo lugar, porque incluso en el caso de que una parte del independentismo accediera a aceptar un nuevo Estatuto, habría que ver si ese nuevo marco se queda dentro de los límites que marca la Constitución o, como ocurrió con el de 2006, no es más que una reforma de la Carta Magna por la puerta de atrás.

Pero Sánchez, en todo caso, gana tiempo. Llevará la legislatura hasta el final y se presentará ante los electores bien como el hombre que logró lo imposible, o bien como el que lo intentó.

Ayer, en su intervención ante la Cámara Sánchez dijo rotundamente que "nunca", "jamás", "habrá referéndum de autodeterminación". Casado dijo que no le creía. Incluso Rufián se atrevió a recordarle al presidente que lo mismo había dicho con los indultos y luego... "Denos tiempo", amenazó.

Pero yo sí le creo. Entre otras cosas porque, a diferencia de los indultos, Sánchez no puede dar luz verde a un referéndum de autodeterminación. Sólo un hundimiento sin precedentes -que ningún sondeo apunta, sino todo lo contrario- de la derecha y el centro derecha daría al PSOE la posibilidad de sumar junto a sus socios los tres quintos de la Cámara (210 diputados sobre 350) que necesitaría para modificar la Constitución para permitir una consulta como le exigen los independentistas.

No. Sánchez, aunque quisiera, no puede hacerlo. Por tanto, no creerle resulta un tanto absurdo.

Mi pronóstico es que la apuesta apaciguadora del presidente va a devenir en fracaso. El independentismo no va a hacerse el harakiri, riesgo que correría el partido que aceptase renunciar de facto a la autodeterminación. Desde luego, es lo que estaría deseando Puigdemont para arrebatarle a ERC su exigua hegemonía dentro del movimiento independentista.

Si en su día los empresarios catalanes no fueron capaces de aplacar la locura de la DUI, ¿por qué ahora habrían de hacerlo? Recibirán los fondos, sus empresas ganarán dinero, serán más felices, pero nunca se enfrentarán a unas masas que, por cierto, ellos han alimentado con fondos revestidos de fomento a la cultura o a cosas parecidas.

El independentismo no le va a dar a Sánchez la oportunidad de llegar a las próximas elecciones con la sensación de que les ha ganado la batalla. Habrá ruptura antes de que volvamos a las urnas. Y se producirá un nuevo intento, ya veremos cómo, la historia nunca se repite de la misma forma, de proclamación de la república catalana independiente.

¿Qué hará entonces el presidente? Coincido aquí con un magistrado del Tribunal Supremo -experto en perder apuestas-: "Al presidente no le va a quedar más remedio que volver a aplicar el artículo 155 de la Constitución".

Y el PP, Vox y Ciudadanos no tendrán más remedio que apoyar la medida.

Se equivoca Pablo Casado al creer que el presidente del Gobierno es sólo un "hombre de paja" al servicio del independentismo. Eso es no entender nada de lo que está pasando y supone, además, un desconocimiento profundo de las verdaderas intenciones de Pedro Sánchez.

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