Ada Colau ha llorado, otra vez. Colau llora cíclicamente, casi astronómicamente, haciendo de la repetición y de la naturaleza de sus lágrimas una especie de Perseidas de su política y su personalidad. O sea, que estamos esperando que Colau llore para hacer verano, excursión, astronomía de aficionado como su política de aficionado. Vamos a las lágrimas de Colau como a un pantano ferlosiano, casi. Es cierto que Colau ha llorado por todo, por los okupas o por los deshollinadores, por las mujeres o por la Guerra Civil. Hasta por el asesino Puig Antich. Sí, Colau tiene cierta cosa de palangana bamboleante de sentimientos y de política, que se va derramando por los pies del balcón municipal a la calle. Pero con nada se le encoge más su corazón de esponja que con el independentismo, el independentismo que desprecia sus esfuerzos por agradar, sus esfuerzos tibios, equidistantes, tiernos, sumisos y chorreantes.
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