Mi padre quería que uno de sus tres hijos fuera médico. Creía que así tendría los mejores cuidados al final de su vida. Intuía que no sería fácil, supongo. No hemos avanzado mucho en cuidados paliativos, pero eso es otra historia. No logró que ninguno de los tres estudiásemos Medicina. Quien más cerca estuvo fue mi hermana Maite, que lo sabe todo sobre los ojos como óptica optometrista, y además es muy buena cuidadora. Maite sabe leer las miradas como nadie.

Un médico es, sobre todo, alguien que te cuida. No solo el cuerpo, también el alma. Lo hemos confirmado en la pandemia. Digo médico pero en realidad me refiero a todos los sanitarios, que son sanadores. Más que aplausos necesitan reconocimiento y recursos, y eso deberíamos haberlo aprendido después de esta crisis.  

Todos los sanitarios son sanadores. Más que aplausos necesitan reconocimiento y recursos, y eso debería os haberlo aprendido después de esta crisis

Y digo médico en concreto porque quiero rendir homenaje a los que me han dejado huella. Empezaré por mi tío Víctor. Bueno, era tío de mi madre. Pediatra, primo hermano de mi abuelo José María. Había podido estudiar Medicina aunque la fortuna familiar fue a menos y en los últimos años pasó estrecheces. Tenía su consulta en la calle Conde de Peñalver, en su casa. Le recuerdo grande y afable. 

Mi madre le consultaba cualquier duda sobre nuestra crianza. “La mayor habla sola con una amiga invisible. ¿Tengo que preocuparme?” Yo creo que tenía tres años y mi hermana Maite ya había nacido pero me inventé a Moni y todo el mundo tenía que dejarle sitio o tenerla en cuenta. El tío Víctor es una leyenda en mi familia. No pudo curar a su hijo, condenado a una silla de ruedas de por vida, pero salvó a miles de niños. 

No he sido enfermiza, pero cuando he tenido algún problema de salud no ha sido cualquier cosa. Un agosto de hace ya más de una década me diagnosticaron cáncer de mama. Estuve angustiada hasta confirmar el alcance de lo que tenía, pero cuando supe que no era tan grave como creía en un principio, respiré aliviada.

Realmente cuando me encontré a salvo fue cuando di con mi oncóloga, Laura G. Estévez. La primera impresión no fue buena porque me dejó claro que tenía que pasar por la quimio, aunque no tuviera afectados ni siquiera los ganglios. Me quería negar. Fue mi hermana Maite quien me ayudó a centrarme: “Es una profesional excelente, estás en buenas manos. Y la quimio no deja de ser una medicina. No tengas prejuicios. Veremos cómo lo llevas”. 

Laura G. Estévez y su equipo, aún no había llegado Encarna pero sí que luego traté con ella, me transmitían tranquilidad. Estaba todo bajo control. Además, me animó a seguir trabajando si es lo que quería, a practicar deporte, a hacer una vida sana, y cada vez que tenía una idea me animaba a hacer reportajes para que se difundiera lo más posible.

Creó una app de información para mujeres con cáncer de mama, Contigo, talleres de terapia psicológica, y cada año celebra un encuentro sobre el cáncer de mama que os aconsejo no perderos. Gracias a ella conocí a Carmen, una mujer valiente que tuvo menos suerte que yo con el diagnóstico y me enseñó lo bello que puede ser el ser humano. 

De esa etapa también recuerdo a Antonio López Salvá, ginecólogo del hospital de Torrelodones que primero me puso en la pista del Centro Integral Oncológico Clara Campal, donde Laura acababa de crear su unidad de mama. Cuando una prueba dio dudoso, me la repitió y dio negativo. Eso hizo que no tuvieran que quitarme los ganglios. Luego me lo encontré de casualidad cuando esperaba la confirmación de una prueba que indicaba que podía tener metástasis ósea. Me dio ánimos con una profunda empatía. Años más tarde supe que había muerto y que cuando me consoló con cariño él ya padecía cáncer.

Y así llegamos a quien me ha inspirado esta columna: el doctor Lapuente, médico en el centro de salud de Galapagar. Luis se jubila mañana 20 de agosto y sé que no seré la única paciente que le echará de menos. Lo que más me gusta del doctor Lapuente es que sabe cómo tranquilizar al paciente. Da confianza. Y una superviviente de cáncer tiene muchos fantasmas, créanme. “Me duele el brazo. ¿Será una metástasis?”. Si ve que sería necesaria una prueba, la recomienda, pero con mucha paz.

Aunque a partir del viernes no esté más en la consulta, seguiré escuchando al doctor Lapuente.. Tiene un programa en Radio 3, donde es conocido como Doctor Soul

Este año ha sido uno de los cientos de miles de atención primaria que se ha visto desbordado. Pasó el Covid, como tantísimos sanitarios, y atendió a muchos de sus pacientes con la enfermedad. Me daba tranquilidad saber que estaba ahí si tenía cualquier duda estos meses tan duros. “Una compañera ha dado positivo. No había tratado con ella pero sí coincidí en un espacio pequeño. Tengo dolor de cabeza pero no fiebre. ¿Me hago la prueba?”. Y respondía al rato por whapp: “Vente, y así lo descartas”.  Es de esas personas con quien piensas siempre en que la opción buena es la única posible. 

Aunque a partir del viernes no esté más en la consulta, seguiré escuchando al doctor Lapuente. Es un apasionado de la música, diría que el mayor experto en soul de nuestro país. Dirigió el Galapajazz. Ha escrito varios libros, entre ellos, El muelle de la bahía. Una historia del soul o La tierra de las mil danzas. Tiene un programa en Radio 3, donde es conocido como Doctor Soul.

Os recomiendo leer esta columna mientras escucháis la música seleccionada por el Doctor Alma en Diarios de la Pandemia de Sonideros. Nos da razones para creer.