Antes de irme de vacaciones leí un artículo de un médico que trataba a niños en cuidados paliativos. Decía que cuando les preguntaba qué era lo que les hacía más felices, la gran mayoría coincidía en dos puntos: sus padres y los helados. No había, decía, ni videojuegos, ni piscinas, ni playas, ni juguetes. Tampoco coles, ni deberes, ni clases de música. El helado, como rito. Como liberación, supongo, era su momento más feliz.
A los pocos días llegué a casa de mis abuelos para pasar 15 días. Mi abuelo ya estaba muy malito. No comía, no se levantaba de la cama, no quería beber ni agua; hasta que apareció el helado. Lo habían intentado todo y Tito solo se intentó incorporar para darle un lametón al helado de avellana y no paró hasta terminarlo. "Que le diesen al puré. Que se metan las papillas por donde les quepa, que no me queda mucho", debió pensar.
Mi abuelo, que siempre concibió la vida como el paraíso, guardó sus últimas fuerzas para disfrutar de ella, nunca para alargarla.
Si al irnos nos quedamos con eso, pensé, no sé me va a ocurrir decirle a mis hijos que no a un helado. Puede que no se me ocurra decirles que no a demasiadas cosas. Y comenzó el salvajismo.
Porque la felicidad está en no ser normativo, ni formal, ni duro, ni insensato
Mis hijos han devorado una media de dos helados al día. Quizás más. Ni horarios, ni demasiadas normas, ni demasiado nada. Salvajes del 1 al 31, porque no pasa nada, porque qué más da. Porque echo mucho de menos a mi abuelo y su felicidad. Porque él siempre nos dijo que nosotros ya habíamos sido muy felices y que ahora nos tocaba hacer felices a nuestros hijos. Porque la felicidad está en no ser normativo, ni formal, ni duro, ni insensato.
Es hacer lo que te da la gana cuando te da la gana. Y de eso nos acordamos al final. De los momentos en los que nos dio igual la hora, el lugar y la persona. En la que se nos fue de la manos y lo contamos orgullosos. En tomarse un helado a las 2 de la tarde y no comer; en ponerse fino a cerveza y no acordarse de volver o de ir.
Y se acaba el verano. Y los helados a deshoras. Y la vida sin normas. Y quizás un poco la felicidad. Porque somos de helados solo un mes al año, no vayamos a desestabilizarnos demasiado.
Y aunque mi gran amigo David Lema asegure en El Mundo que amamos las vacaciones porque tapan lo que no nos gusta, creo que es imposible ser absolutamente libre todo el año y es necesario serlo unas semanas en verano. Porque si no para qué. Porque sin helados, pensaríamos que el brócoli es cojonudo.
Todas las claves de la actualidad y últimas horas, en el canal de WhatsApp de El Independiente. Únete a nuestro canal de Whatsapp en este enlace.
Te puede interesar
-
Shangrila, el grupo que reinventa los restaurantes chinos: "Los wok están muertos"
-
Vestige Collection inaugura Santa Ana, su primer y "exclusivo" agroturismo en Menorca
-
El 'campanu', primer salmón de la temporada, adjudicado por una cifra récord
-
La policía detiene a un hombre como presunto autor del asesinato a tiros de otro de 57 años
Lo más visto
- 1 Francia avisó a España de sus hallazgos sobre Pegasus sin que el juez de la Audiencia Nacional lo pidiera
- 2 Marlaska otorga la Gran Cruz del Mérito a los mandos que ascendió en lugar de Pérez de los Cobos
- 3 Mapfre seguirá subiendo el precio de su seguro de coche: “No hay otra salida”
- 4 El Govern amenaza con multas lingüísticas a los hospitales en los que no se atienda en catalán
- 5 Marruecos eleva a cuatro años la pena de cárcel contra el youtuber que acusó de narcotráfico al ministro de Justicia
- 6 María Jesús Montero, la candidata natural a una sucesión que todo el PSOE quiere evitar
- 7 Lo de las 169 portadas de Camps fue otra cosa...
- 8 Así afecta a tu cerebro el consumo de brócoli según esta doctora de Harvard
- 9 Sánchez comió con Broncano para asegurarle su fichaje por RTVE