La Convención del PP no terminó con Casado en la plaza de toros de Valencia, que tampoco él es Morante de rosa y azabache, moviendo al gran toro / partido como un relojito de arena. La Convención del PP terminó cuando Ayuso le dijo a Casado, con boquita de piñón de novia de Chaplin, que su sitio era Madrid. Sin entusiasmo, sin pestañeo, pero lo dijo. Habían pasado barones y padrecitos de Casado como en un cumpleaños; habían pasado todos por una España barajada en estampas de ciudades y juegos de la oca gastronómicos, por ir enriqueciendo al líder como a un santo al que se le cuelgan viandas... Pero llegó Ayuso de Nueva York como si llegara de Aranjuez, entrevistada sólo por Telemadrid, y era como si ella trajera las llaves de la finca y la hora de acabar el guateque. Parecían todos sus realquilados. Luego, a Casado tuvieron que ponerle la plaza de toros como un castillo hinchable.

La verdad es que para que Casado fuera indiscutible Ayuso tuvo que llegar y decir su frase, como recogiendo un pañuelito arrojado antes

Casado, cargado de aplausos como de botas de vino del público, entró a esa plaza líder del PP, líder indiscutible como suele decirse, pero un poco pisando el capote que le había tendido Ayuso, la mujer de relicario que le ha dado la vuelta a su papel en el pasodoble. La verdad es que para que Casado fuera indiscutible Ayuso tuvo que llegar y decir su frase, como recogiendo un pañuelito arrojado antes. Y esto no es así por ningún plan de Ayuso ni por errores de Casado, sino porque, como decía lord Varys, la Araña de Juego de tronos, el poder reside donde la gente cree que reside y ahora la gente mira a Ayuso.

Una frase pronunciada por Ayuso con suficiencia y sueño de viaje, como si fuera una diva del ballet ruso, importaba más que todo lo que había ocurrido antes e iba a ocurrir después en la Convención: sus estrellas invitadas ya como estrellas de casete, los discursos de Casado que parecían un estampado playero de discursos, las apariciones de García Egea entre hombre del tiempo y vendedor de olla de teletienda, y hasta la apoteosis taurina con estética de gira de Julio Iglesias. Nada, lo que queda es la frase de Ayuso y su capote ahí colgado todavía, mojado y tintineante, como el de un sereno.

Ayuso tiene todo eso que no es poder todavía, sino algo más peligroso, ese vértigo de la inminencia o de la inevitabilidad del poder

Ayuso tiene el aura, tiene la Voz (ahora que vuelve a estar de moda Dune), y eso se nota en el aplausómetro y en el cabreómetro, se nota en cómo seduce a los medios, en cómo llena las columnas enteras como se llena una marquesina de teatro sólo con unos ojos o un guante de Gilda; se nota en cómo acojona y empequeñece a Casado y a García Egea, que de repente parecen a su lado bailarines de revista, con la chistera temblona y el bastón rendido. Ayuso tiene todo eso que no es poder todavía, sino algo más peligroso, ese vértigo de la inminencia o de la inevitabilidad del poder. Eso ya no se va a ir nunca, eso no hay manera de quitárselo de encima, va a seguir ahí hasta que consiga el poder de verdad o hasta que sea derrotada. Algo así como Susana, que también tenía eso, o algo parecido, y ahora penará por el Senado con una sombra prestada de grandeza pasada y servidumbre eterna, como si fuera el Sancho Panza del otro Sancho Panza de la cercana Plaza de España. O sea, que todo no es ser ahora reina de las candilejas y musa de plumillas, como si Ayuso fuera Charo López.

Ayuso ya tiene fuera los focos y tiene dentro, estoy seguro, la vocecilla maldita de la ambición, que ya digo que no se va nunca hasta que te deja en el trono isabelino o en el sarcófago isabelino, que son casi idénticos, como de la misma espuma de mar. Esa vocecilla, además, se irá haciendo más fuerte con los oráculos, pelotas, apoderados y buscasombras que siempre salen en estos casos. Uno ve inevitable el choque entre Ayuso y Casado, que es el choque de toda la historia de la humanidad entre el que tiene la corona y el que tiene la fuerza, o al menos cree tenerla. De lo que creo que se han dado cuenta es de que la guerra ahora debilita el proyecto de ambos.

Ni siquiera nos ha aclarado Casado con este sarao si ya ha encontrado el centro, la derecha amplia o la vacuna contra Vox

Esta Convención no iba de si Casado jugaba al pádel con Aznar o al mus con Rajoy o a las criaditas francesas con Sarkozy o a los indios con Vargas Llosa (que, como se ha visto, es un hombre en el fondo torpe con el idioma a pesar de ese Gran Ducado del idioma con el que va, ese Nobel que quizá es como si llevara siempre encima un huevo de Fabergé y tuviera que escribir con él en la mano y hablar con él en la boca). Ni siquiera nos ha aclarado Casado con este sarao si ya ha encontrado el centro, la derecha amplia o la vacuna contra Vox (los de Vox están acojonados ahora también no sólo por los manteros y la suegra, sino por las vacunas). Lo que ha dicho Casado ya lo venía diciendo antes y por eso verlo en una plaza de toros nos suena a escuchar Me va, me va. No, esta Convención iba sólo de si esa guerra inevitable se iba a aplazar. Y así ha sido, así nos lo ha comunicado, con un leve parpadeo, como de obturador, Ayuso.

La Convención del PP terminó con Ayuso llegando de Nueva York en parihuela o en alfombra de Cleopatra, o quizá sólo en La Zamorana, pero dando un abanicazo de plumas y marchándose luego con levedad de bailarina, con todos los ojos sobre ella, como ojos de señores con monóculo. Casado no lo tenía planeado así, pero lo que se jugaba en esta Convención era eso, aparcar la tonta guerra de tartazos que ambos habían alimentado. Con Ayuso terminó la Convención y ahora empieza la tarea común, que es un PP que gane no las encuestas ni el morboseo sino el Gobierno. Después, ya se verá. Con la boquita de piñón, aviolinada, Ayuso dijo que su sitio era Madrid y que necesitaban a Casado en la Moncloa, y eso fue suficiente. Tampoco se iban a besar tras el sombrero.

La Convención del PP no terminó con Casado en la plaza de toros de Valencia, que tampoco él es Morante de rosa y azabache, moviendo al gran toro / partido como un relojito de arena. La Convención del PP terminó cuando Ayuso le dijo a Casado, con boquita de piñón de novia de Chaplin, que su sitio era Madrid. Sin entusiasmo, sin pestañeo, pero lo dijo. Habían pasado barones y padrecitos de Casado como en un cumpleaños; habían pasado todos por una España barajada en estampas de ciudades y juegos de la oca gastronómicos, por ir enriqueciendo al líder como a un santo al que se le cuelgan viandas... Pero llegó Ayuso de Nueva York como si llegara de Aranjuez, entrevistada sólo por Telemadrid, y era como si ella trajera las llaves de la finca y la hora de acabar el guateque. Parecían todos sus realquilados. Luego, a Casado tuvieron que ponerle la plaza de toros como un castillo hinchable.

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