El 12-O salen presidentes escaldados como en la gran olla de patatas
del cuartel, salen banderas deshilachadas de cielo como de metralla, sale
siempre el huevo de Colón momificado, y sale siempre la cabra de la Legión, que es una cabra romantizada en sirena de pueblo, como una Aldonza Lorenzo colocada de mascarón de proa. España no es, ni deja de ser, su presidente acercándose al Rey como un gato con sus andares de gato, ni una bandera a cañonazos, ni un ejército de peana de plástico, ni el huevo de Colón como el huevo de águila de Gerardo Diego. Lo que pasa es que no tenemos educación simbólica ni cívica y lo confundimos todo. Alfonso Guerra ha dicho que la gente “abuchea a un presidente y aplaude a una cabra, cada uno elige quién lo representa mejor”. Y no es ya que él fuera un poco también la cabra legionaria o trompetera de Felipe, es que este revoltillo de símbolo, realidad y proyección sigue haciendo que la Fiesta Nacional sea algo entre la mili en Ceuta y un ninot ideológico.

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