Otegi es tan achuchable... Hay gente que está deseando ir a abrazarlo bajo la lluvia, como a un perro mojado, como a un hijo mojado, como a un tipo duro que se moja esperando fuera con un ramo de flores, como el Clint Eastwood más romántico. Ir hacia Otegi, apartarle el pelo lluvioso de la cara, como cuando se le hace la raya a un escolar, darle un abrazo de dársena, de silbato de tren, y susurrarle, entre los alfileres de la lluvia, de las lágrimas, de los besos y del complejo algo como “¿por qué, por qué has tardado tanto?”. Él no hablaría, sólo se quedaría allí, mirando sus flores ahogadas ya en sus brazos como una novia ahogada, y eso sería suficiente. Sí, es esto lo que no entiendo de Otegi, esta como fantasía de solterona que hay a su alrededor. Otegi no ha pedido en realidad perdón, pero si lo hubiera pedido, si lo pidiera mañana, hincado de rodillas sobre tierra de cementerio, ¿qué importaría? Sólo le importa a quien lo necesita. O sea a los suyos y a Sánchez, que son las solteronas de la fantasía.

Otegi no ha pedido perdón, no se ha arrepentido ni ha renegado de la violencia, del crimen, del miedo, de la sangre y de la sombra de la sangre, que a veces era casi peor cuando hacía todos los días su ronda por el pueblo, como la sombra del campanario. Sí, lo de Otegi ha sido una especie de cálculo de optimización, quizá se mató mucho, quizá no hubiera hecho falta matar tanto, es una pena que hubiera que matar y que la gente haya sufrido... Parece el recuento de una cosecha de muertos, granizo y nueces, cosa muy de allí. Pero la solterona de vientre sequizo y de ojos ávidos enseguida se lanza a abrazarlo por esto, qué gran hombre que reconoce que pesó mal los muertos y el plomo en su timba de muertos y plomo, qué gran avance para la democracia que los asesinos lamenten haber malgastado munición.

Otegi no ha pedido perdón, no se ha arrepentido ni ha renegado de la violencia, del crimen, del miedo, de la sangre y de la sombra de la sangre

Otegi no ha pedido perdón, ha hecho mucho menos que los etarras de la Vía Nanclares, pero lo interesante es imaginarse qué pasaría si Otegi pidiera realmente perdón. Qué cambiaría en Euskadi, qué cambiaría en los pueblos peñistas de ETA, en las familias que hicieron de un hijo mecánico o pasota un héroe o un mártir de la patria; qué sería de esos domingos de bombero torero para terroristas que vuelven con macuto de huesos entre matasuegras y pitos, qué cambiaría en los curas que señalaban y en los vecinos que avisaban al pistolero para que remataran al que seguía vivo; qué pasaría con los concejalillos del PP o de Cs o de aquel PSOE que también dejó sus muertos aunque ya no sabemos si es el mismo PSOE (Patxi López ya parece como la solterona más vieja de toda la fantasía)... Qué cambiaría ahora en Euskadi, aun sin las balas economizadas o el sufrimiento optimizado, si Otegi pidiera realmente perdón en un Gólgota de truenos. Pues absolutamente nada.

No se trata de que Otegi se arrepienta, sino de que Sánchez pueda llamar a Bildu a su lado como si llamara al señor de Teruel con su mochila y su cayado de Labordeta, sin más culpa que un exotismo de queso crudo. El mundo abertzale no se sentiría ni conmovido ni aliviado ni liberado, no se sentiría siquiera concernido por ese arrepentimiento de paripé. Allí muy pocos de los del bando de las balas (mejor o peor contadas) se arrepienten, sólo se lamenta el fracaso, que si no es fracaso total es precisamente por estas solteronas que quieren abrazar a Otegi, y darle besos y fiambreras, y llamarle hombre de paz por haberse rendido y llamarlo generoso por no escatimar munición. Euskadi aún está enfermo; tanto, que no matar te hace merecer una medalla pero haber matado te hace merecer una medalla más grande.

No hay ningún triunfo de la democracia, no hay alegría, no hay siquiera alivio de luto en eso de que Otegi pida perdón o se tatúe una corona de espinas en el muslo. No lo hay si su mundo y su gente siguen pensando y funcionando igual, con esa garra de violencia que está ahí todavía, no sólo en un folclore que parece usar cucharones de pote como aldabas de tumba, sino en esa muerte civil o moral del disidente que aún se practica como una piñata. La aspiración no debería ser agradecer a los asesinos o a los miserables que pidan perdón, sino que el mundo que esos asesinos y miserables defienden ya no signifique nada, que ya no tenga ningún poder. Entonces, nos daría igual que Otegi pidiera perdón, se hiciera un piercing o adoptara un perrito mojado como quieren hacer con él estas solteronas de pinacle.

Se me ocurren algunas preguntas aún, antes de que Otegi sea devorado por sus solteronas, aleopardadas de ímpetu democrático. ¿Qué circunstancias deberían darse para que Sánchez pudiera pactar con Bildu sin hedor? En este mundo, en esta época, no existen esas circunstancias. ¿Qué clase de cobarde necesita el perdón de alguien que ha sido vencido? Pues la peor clase de cobarde, claro. Y la última: ¿qué clase de miserable considera el permiso de unos asesinos como algo necesario para ser demócrata? Pues justo ésos que ven ahora abalanzándose sobre el achuchable Otegi, con los picotazos de la lluvia, o quizá sólo de su emoción y su deseo, quemándoles los ojos y las pantorrillas.

Otegi es tan achuchable... Hay gente que está deseando ir a abrazarlo bajo la lluvia, como a un perro mojado, como a un hijo mojado, como a un tipo duro que se moja esperando fuera con un ramo de flores, como el Clint Eastwood más romántico. Ir hacia Otegi, apartarle el pelo lluvioso de la cara, como cuando se le hace la raya a un escolar, darle un abrazo de dársena, de silbato de tren, y susurrarle, entre los alfileres de la lluvia, de las lágrimas, de los besos y del complejo algo como “¿por qué, por qué has tardado tanto?”. Él no hablaría, sólo se quedaría allí, mirando sus flores ahogadas ya en sus brazos como una novia ahogada, y eso sería suficiente. Sí, es esto lo que no entiendo de Otegi, esta como fantasía de solterona que hay a su alrededor. Otegi no ha pedido en realidad perdón, pero si lo hubiera pedido, si lo pidiera mañana, hincado de rodillas sobre tierra de cementerio, ¿qué importaría? Sólo le importa a quien lo necesita. O sea a los suyos y a Sánchez, que son las solteronas de la fantasía.

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