Pedro Sánchez es autoritario hasta para la pereza. Ésa es la lección más asombrosa que van dejando las decisiones del Tribunal Constitucional. Sánchez declaraba estados de alarma arbitrarios, y cierres del Congreso con gran candado de catedral, y eso de la cogobernanza, todo para no levantarse de su cama de espuma en la que está haciendo una presidencia blanda y asoleada, como la de un rano sobre un nenúfar. El virus no obedecía a Sánchez ni saliendo él vestido de un Tom Cruise marine, pero usó o abusó de su autoridad para disponer un estado de alarma como un despertador del oso Yogui y que no le molestaran en seis meses. Y para cerrar el Congreso como se cierran las altas contraventanas cuando se tiene jaquequita de emperatriz. Y para endilgarles el marrón a las autonomías como al recadero. Su autoridad sólo le servía para la pereza, como la autoridad de Escarlata O’Hara en un desayuno en pololos.

El TC ha declarado inconstitucionales ese estado de alarma de bella durmiente y esa cogobernanza del que no quiere gobernar, con lo que nos damos cuenta de que Sánchez estaba dispuesto a tensar las leyes no para mandar osadamente sino para no tener que mandar, tranquilamente. Es el autoritarismo de la renuncia, que es como hablar de la audacia de la cobardía. No deja de tener mérito tomarse tanto trabajo para no tener que hacer nada, es una especie de virtuosismo de la pereza, de la incompetencia o del canguelo. Que el más presidencial de nuestros presidentes, con su torería de presidente de dar vueltas al ruedo con porrón, no sólo renuncie de repente a mandar desde la almendra grecolatina de su divinidad, no sólo renuncie a exhibirse en el Congreso dando pases de pecho de perla y oro a la derechaza, sino que violente la Constitución para asegurarse de que eso no ocurre hasta que vuelva el cometa o la breva, eso es como el colmo del ego desinflado, el colmo del gatillazo de guapo.

El TC ha declarado inconstitucionales ese estado de alarma de bella durmiente y esa cogobernanza del que no quiere gobernar

Sánchez cerró el Congreso donde pasea sus pasos de león en batín, lo cerró como nunca nadie se había atrevido, como nadie pensaba que podría hacerse, y lo cerró como un nicho de mendigo, con prisa, plastón y fecha inventada. Sánchez, que llegó a orlarse de generales como un fondo de estrellas o alas de una Virgen de Murillo, delegó luego toda su autoridad en unas autonomías que no tenían competencias en lo que les obligaban a hacer y decidir. Sánchez, que nos descubrió lo del mando único como una especie de anillo de nibelungo, consentía que decisiones de estricto sentido sanitario quedaran en manos de tribunales regionales y teológicos. Los barones estaban confundidos y estupefactos y los jueces se sentían como si los hubieran llamado para hacer de enfermeras de cornete. Sánchez, en fin, dimitió, se borró de la pandemia. Todo olía a cague, pero sobre todo olía a chamusquina, que tampoco había que ser magistrado del Constitucional para ver las incongruencias y las contradicciones.

Era / es inconstitucional la cogobernanza, algo tan absurdo como comorirse o cocagar. Aquí cada cual tiene sus competencias, que no se pueden prestar ni abandonar como si fueran una bicicleta. No se puede improvisar de repente un Estado federal por la flojera o el capricho de Sánchez de ponerse a pedir la carta de almohadas en la peor crisis de los últimos tiempos. Es inconstitucional que el Gobierno suspenda el derecho del Parlamento a controlarlo, aunque Sánchez siempre argumente que la verdadera y alta misión de la oposición es apoyarlo, aplaudirlo y arrojarle botas de Valdepeñas y sostenes de corsetería fina de feminista liberal. Era inconstitucional, también, aquel estado de alarma / glaciación, no por su duración casi kepleriana sino porque esa duración era arbitraria. Sí, era como si el estado de alarma fuera para Sánchez un largo domingo sin horas. Todo esto era / es inconstitucional, pero el TC parece que dicta sus resoluciones en el pasado y ya sabemos que el pasado no afecta a Sánchez, que nace cada mañana de puros sol y rocío.

Sánchez, por supuesto, no se sentirá concernido por estas cosas que dicen los señores del Constitucional como si las dijeran en latín, igual que no se sintió concernido por una pandemia terrible contra la que envió a combatir a alcaldes, barrenderos y jueces de lindes. Seguro que lo convierte en otra discusión teológica, o en conspiración de esa derecha de lámpara de araña que también manda en el TC. La verdad es que Sánchez sólo sirve para lo fácil, sólo manda en lo fácil y sólo torea a vacas enamoradas. Es lo que hacen no ya los perezosos sino los ventajistas.

Violar la Constitución y dejar al país desconcertado e indefenso merecía la pena si podía conservar la tapadera. Era un riesgo, sí, pero Sánchez es una especie de trapecista de la cobardía, un artista de la vergüenza. Además, ya decimos que el pasado no le afecta. Ese crujido cuando el elegido de repente no quería mandar, cuando el torero de tipines no quería posar... Ese gatillazo o pereza de guapo, en fin, era además inconstitucional. Pero nadie lo recordará. Si acaso, recordarán cómo supo imponer toda su autoridad para que, mientras el país se hundía, a él le pusieran la habitación oscurita y le llevaran a la cama un huevo pasado por agua, casi heráldico o fabuloso.