Estamos cavando nuestra propia tumba, nos dice la ONU desde la Cumbre del Clima en el día de los muertos, ese día en el que limpiamos el polvo al aparadorcito de los difuntos o paseamos esqueletos con colores de piruleta. Aquí con los muertos hacemos dulce en los conventos y patinaje en los cementerios, así que poco nos va a asustar un cambio climático que, explicado así, sólo parece el médico quitándonos del tabaco. La muerte, la danza macabra, tan cristiana y manriqueña, la tenemos asumida y folclorizada, no da miedo sino hambre de pestiños, moscatel y miel de flores, un carpe díem con cazalla. Además, las noticias sólo nos sacan a Boris Johnson, a Biden, a Sánchez o a Greta Thunberg, pilotando ese cuatrimotor infantil contra el fin del mundo. Habría que hablar de que el cambio climático, antes de matarnos, nos arruinará y nos joderá de lo lindo. Y habría que sacar a los científicos, no a Miércoles Addams con nuestros presidentes, ahí todos como teleñecos en globo.

En las que siempre está Sánchez persiguiendo a Biden como Carpanta su pollo asado, inmóvil pero inaccesible"

LUIS MIGUEL FUENTES

La ONU quizá es verdad que está entre la burocracia y el folclore, como si fuera un gran festival de la OTI lleno de zampoñas, mantas con estampado de cóndor y locutores institucionalizados igual que nuncios. Estas cumbres sobre el clima no se distinguen de otras cumbres sobre cualquier otra cosa, en las que siempre se reúnen en círculo, alrededor de una bandeja de banderas como de pinchos de encurtidos, y en las que siempre está Sánchez persiguiendo a Biden como Carpanta su pollo asado, inmóvil pero inaccesible. La gente ya no sabe si se trata de reuniones de la OTAN, del G20 o de la ONU, que todo suena a lo mismo, a graves partidas del juego de los barquitos, a la misma hambre y la misma guerra eterna del planeta, y a la misma carrera en tacataca de Biden. Por muy serio que parezca Antonio Guterres, con su cosa de heterónimo de Pessoa, sólo se ve la eterna urgencia de la burocracia de la urgencia y el missmundismo perpetuo e hipócrita de la política internacional. 

Sale por la tele la Cumbre del Clima, a la que nadie atiende, como si fueran esos saltos de esquí que ya se han hecho transparentes en Año Nuevo igual que el abuelo en la mesa; sale Greta Thunberg en la promo de Salvados diciéndonos “tic tac” con su cara de aguantar la respiración, y esto a la gente le suena entre mundial de natación y MasterChef Junior. Además, salen hablándonos con metáforas de cementerio, cuando aquí los velatorios son la verdadera fiesta nacional, y salen explicándolo o dramatizándolo todo mis queridos colegas periodistas, que suelen ser buena gente muy de letras y muy de epitafio de rueda de prensa, pero quizá no distinguen la ciencia de la opinión, como el dióxido de carbono del monóxido de carbono. Esto, claro, lo tendrían que explicar los científicos, pero también nos encontramos con que la gente no sabe nada de ciencia, que hasta tienen a Fernando Simón por especialista. 

Quizá la mejor actitud para enfrentarse no al cambio climático, sino a los políticos, a los burócratas y a esa opinión pública que igual hace caso a Sánchez que a Iker Jiménez, es la del astrofísico y divulgador Neil deGrasse Tyson. En una ocasión le preguntaron qué debíamos hacer con esto del cambio climático, y lo primero que dijo fue que él no le dice a la gente qué hacer, que él sólo explica los efectos de que se hagan o no se hagan ciertas cosas. Es justo la diferencia que hay entre la ciencia y la moralina. “No estoy aquí para debatir, debate con tu madre, sino para ofrecer información”, llegaba a decir en la entrevista. Y la información es ésta: si la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera aumenta, los océanos responderán devolviendo cada vez más energía a la atmósfera, es decir, produciendo eventos climáticos cada vez más extremos. Esto no se puede debatir, es como debatir el funcionamiento de una pila. Simplemente, es así. No podemos decidir si existe el cambio climático como no podemos decidir si el hierro se oxida o no.

En la tele no sale Neil deGrasse Tyson, ni Carl Sagan, que ya advertía, mucho antes de la moda apocalíptica, de que la Tierra podría acabar pareciéndose a su vecino Venus, un infierno no tanto por la distancia al sol como por el brutal efecto invernadero. En realidad nuestro planeta ya sufrió una extinción masiva por calentamiento, la del Pérmico-Triásico, en la que desaparecieron el 95% de las especies. Parece que fue por la actividad volcánica, aunque a la física le da igual si es por los volcanes o por los autobuseros. No salen los científicos, en fin, a explicarnos esto, sino Sánchez con un paraguas de musical, o Biden como un jubilado en Las Vegas, o Greta Thunberg explotando como una ranita en un microondas, o Guterres con una balada de enterrador, casi romántica, ahora que venimos de los cementerios como de visitar una goleta.

Aquí siempre está el listo que descubre la conspiración mundial entre vídeos de rusos borrachos

No salen los científicos, pero quizá daría igual. Aquí siempre está el listo que descubre la conspiración mundial entre vídeos de rusos borrachos, o el margarito ideologizado que querrá hacerlo todo con boñigas recicladas y molinillos subvencionados como el bable, cuando la esperanza está en la energía nuclear, o sea actualizar y mejorar la fisión y, por supuesto, seguir investigando la fusión. A todos, eso sí, habría que explicarles que esto no explotará como la ranita, sino que habrá desastres, migraciones, hambrunas, crisis económicas, sanitarias y militares... No será una muerte con botijito de anís, sino la ruina a la mayor escala que hayamos conocido nunca. No es una opinión, es una ecuación. Aunque pueden debatir con su madre, con su gordi o con su espabilado diputado, si quieren. 

Estamos cavando nuestra propia tumba, nos dice la ONU desde la Cumbre del Clima en el día de los muertos, ese día en el que limpiamos el polvo al aparadorcito de los difuntos o paseamos esqueletos con colores de piruleta. Aquí con los muertos hacemos dulce en los conventos y patinaje en los cementerios, así que poco nos va a asustar un cambio climático que, explicado así, sólo parece el médico quitándonos del tabaco. La muerte, la danza macabra, tan cristiana y manriqueña, la tenemos asumida y folclorizada, no da miedo sino hambre de pestiños, moscatel y miel de flores, un carpe díem con cazalla. Además, las noticias sólo nos sacan a Boris Johnson, a Biden, a Sánchez o a Greta Thunberg, pilotando ese cuatrimotor infantil contra el fin del mundo. Habría que hablar de que el cambio climático, antes de matarnos, nos arruinará y nos joderá de lo lindo. Y habría que sacar a los científicos, no a Miércoles Addams con nuestros presidentes, ahí todos como teleñecos en globo.

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