La negociación para mejorar las condiciones de los etarras presos pone de relieve la falta de escrúpulos del Gobierno. Ese tratamiento especial, que desemboca en traslados y en la concesión de segundos y terceros grados, en fin, la semilibertad, para algunos de los asesinos más sanguinarios de la banda, es el precio a pagar por el apoyo a la investidura o a los presupuestos por parte de EH Bildu. Nunca cinco escaños habían servido para tanto. Tampoco ningún Gobierno se había prestado, hasta ahora, a aceptar un intercambio tan inmoral.

El hecho de que ETA haya dejado de matar ("hace diez años", insisten los que defienden que EH Bildu es un partido como cualquier otro, como si estuviéramos hablando de las guerras carlistas) parece justificarlo todo. Sin duda, la dispersión, que fue un arma para debilitar a la organización terrorista, ahora no tiene sentido. Pero de ahí a negociar con sus interlocutores las condiciones de los traslados o de sus beneficios penitenciarios va un trecho muy grande.

Las palabras de Otegi, pronunciadas en el mes de octubre pasado ante sus bases, en las que el líder de EH Bildu admitía que haría todo lo posible para sacar a los presos, incluido dar su visto bueno a las cuentas del Estado, son suficientemente reveladoras. Lo que vemos ahora a través de un detallado informe de la Guardia Civil que investiga una denuncia por enaltecimiento en los Ongi Etorris a los excarcelados, no es más que la otra cara de la moneda. EH Bildu apoya al Gobierno y el Gobierno cumple su parte facilitándoles la vida a los presos. En resumen, esto es lo que parecía.

Llama la atención que el pivote de la negociación sea nada más y nada menos que el secretario general de Instituciones Penitenciarias, que no es un funcionario cualquiera. Eso implica que la operación es material sensible. La lleva Ángel Luis Ortiz, que es un hombre de la plena confianza del ministro Grande Marlaska.

Probablemente, la clave que explica por qué Sánchez no ha destituido al ministro del Interior esté en su papel como gestor de esta vergonzosa negociación

También es de destacar que el Gobierno no haya puesto reparos a que el hombre que lleva la voz cantante en este cambalache sea nada más y nada menos que Antonio López Ruiz, Kubati, el jefe del Comando Goierri, uno de los más sanguinarios de la banda, y que, entre sus hitos, cuenta con el asesinato de su excompañera María Dolores González Catarain, Yoyes, acusada de "traición" por la dirección de ETA.

La trascendencia de esta negociación a escondidas, vergonzosa, no consiste sólo en que los presos de ETA estén "dopados" (según expresión de los negociadores), lo que les diferencia para bien del resto de reclusos, sino que el Gobierno, al hacerlo, está colaborando con EH Bildu, no sabemos si conscientemente, en recuperar el orgullo de haber pertenecido a ese mundo tenebroso que durante decenios causó el terror no sólo en el País Vasco, sino en muchas partes de España.

Contamos hace unas semanas en estas páginas que una de las peticiones que ha hecho EH Bildu al Gobierno ha sido la sustitución del fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Jesús Alonso, por poner pegas a los beneficios que se les otorga a los etarras por parte de Instituciones Penitenciarias. Esa pieza sería de gran valor para el entramado de la izquierda abertzale. No se descarta que Otegi la consiga.

ETA como organización terrorista ya no existe, pero su entorno sí. La prueba de la solidez de ese mundo está en que el colectivo de presos sigue funcionando como un bloque, que castiga a los que no quieren seguir sus férreas instrucciones. El abogado jefe de la estrategia es nada menos que Txema Matanzas, que pasó diez años en prisión por colaborar con la organización terrorista.

Es lógico que Otegi se niegue a condenar a ETA. Sin hacerlo está logrando cosas que tal vez de otra forma no podría. Por eso tampoco los presos -la mayoría de ellos- se arrepienten de sus crímenes: de lo que se trata es de mantener el legado, el prestigio de una banda que utilizaba sistemáticamente el asesinato, el secuestro y la extorsión. Claro, dicen ellos, lo hacían por una buena causa: la independencia de Euskadi. La verdad es que no me extraña que la AVT esté hasta el gorro de este Gobierno y de su ministro del Interior.

Muchos nos preguntábamos por qué Grande Marlaska no salió en su día en la remodelación del Gobierno, teniendo como tiene el presidente sobrados motivos para destituirle. Pues bien, aquí seguramente se encuentre la prueba de su resistencia, de su capacidad para aguantar las críticas de la Policía y la Guardia Civil, sus constantes meteduras de pata. Es difícil que Pedro Sánchez encuentre a un hombre tan idóneo para hacer este trabajo. Grande Marlaska encarceló a muchos etarras. Ahora está haciendo todo lo posible por liberarlos.