El auténtico ‘tsunami’ político vivido en los últimos días en el seno del PP es de los que marcan un antes y un despuésen la historia de cualquier formación. Que las relaciones entre la Dirección Nacional del primer partido de la oposición y la lideresade uno de sus gobiernos autonómicos estrella-el de la Comunidad de Madrid- eran pésimas, era un secreto a voces. Lo que es muy poco habitual es que esas hostilidades estallen, menos aún en público, en la forma tan brutal en la que lo han hecho.

Habría que remontarnos a épocas muy pretéritas, en las que la corrupción sofocante de la España de los años 90 dividió al PSOE de González y Guerra en dos bandos irreconciliables -renovadores y guerristas- o las luchas cainitas entre Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal, con el consentimiento o el desinterés del entonces presidente Rajoy por intentar sofocarlas, para encontrar nada parecido. Mucho me temo que la bronca entre Pablo Casado e Isabel Díaz-Ayuso tiene muchos más grados de intensidad en la escala media de los terremotos políticos.

Una batalla interna sin precedentes

Todavía es pronto para sentenciar que el PP se ha fracturado definitivamente en dos, o si está abocado, más pronto que tarde, a un Congreso extraordinario en el que se ponga en cuestión el liderazgo de Pablo Casado… o no, que diría Mariano Rajoy, pero el estallido ha sido brutal.

Ni siquiera aquel ‘sangriento’ Comité Federal del PSOE del 1 de octubre de 2016, que terminó con Pedro Sánchez fuera de la Secretaría General, tuvo la virulencia que ahora se aprecia, entre otras cosas porque el PSOE, formación con más de 140 años de historia, no llegó a fracturarse. En esta ocasión, mucho me temo que el PP sí que corre un serio riesgo de partirse en dos.

En realidad, la combinación entre presuntas corruptelas, o corrupciones, unido a tramas de espionaje más propias de organizaciones de las cloacas, y no de formaciones serias integrantes de un Sistema firme y democráticamente establecido, mezcladas con ansias de poder indisimuladas tanto a nivel partidario como institucional, no son algo nuevo. La política, desgraciadamente, y no sólo la española, está repleta de ellas a lo largo de su reciente historia.

Decía el gran Giulio Andreotti, expresidente del Gobierno italiano, que: ‘Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos mortales… y compañeros de partido”. Lapidaria sentencia que bien podría aplicarse a la increíble trifulca interna a la que estamos teniendo que asistir en estos últimos y dolorosísimos días para el PP… y para una ciudadanía que contempla indignada cómo algunos de sus representantes se tiren los trastos a la cabeza en vez de estar en lo que debieran estar, que es en solucionar los problemas y las angustias reales de los españoles, suficientemente castigados tras estos dos años de terrible pandemia. 

En esta ocasión, lo que marca la diferencia es precisamente esto; que el conflicto ha trascendido el ámbito de la mera lucha por el control del partido, o de su federación territorial, y ha entrado de lleno en el terreno de lo personal. Es sabido que las peores cuñas son las que provienen de la misma madera y por ello hemos escuchado en las últimas horas constantes y dolientes alusiones a la antigua relación de buena amistad entre Casado y Ayuso, a lo mucho que el primero ha hecho por la segunda en los últimos diecisiete años, etcétera, etcétera, etcétera…

Torpezas y estrategias atropelladas, de unos y de otros

No parece que ninguno de los actores de esta tragedia haya actuado de manera inteligente en su puesta en escena, ni desde el punto de vista político, ni tampoco de liderazgo. Las confusas declaraciones del presidente nacional del PP en cuanto a si el contrato del hermano de la presidenta madrileña era jurídicamente ortodoxo o no, o simplemente poco ético, en aras a justificar el expediente abierto, corren en paralelo a una cierta ofuscación por parte de esta última, que ha jugado en todo momento la carta de hermana dolida -lógico- por las acusaciones recibidas en medio de las cuales ha entreverado su énfasis acerca de la legalidad de la comisión recibida presuntamente por Tomás Díaz Ayuso, de 55.00 euros y no de 286.000 según ha aclarado. No menos erróneo me ha parecido el despliegue del aparato de Sol al sacar a la palestra a dos consejeros, Javier Fernández-Lasquetty y Enrique Ruiz-Escudero -Enrique López finalmente se excusó- para arropar en público a su jefa, dando datos paradójicamente sobre un contrato que según la presidenta no pasó jamás por la mesa del Consejo de Gobierno de la CAM. Todo muy confuso… todo muy extraño.

¿Quid prodest? ¿A quién beneficia todo este turbio asunto?

No compro, en absoluto, esa tesis simplista de que todo ha sido una operación urdida por quién sabe qué extraños poderes ocultos en los aledaños del Palacio de La Moncloa, o la más osada aún, la que apunta a un pacto entre Pedro Sánchez y Pablo Casado para que, a cambio de que este último se conforme con ser el líder de la oposición ad eternum, el primero le ayude a eliminar políticamente a su gran rival.

Cierto es que, y en política nada es casual y sí causal, sorprende la concatenación de hechos curiosos en los últimos días, como el voto equivocado de un diputado popular gracias al cual salió adelante la Reforma Laboral del Gobierno o los ofrecimientos de abstención en la investidura de Fernández Mañueco, por parte del PSOE en Castilla y León, para que el PP no se vea obligado a echarse en manos de la ultraderecha de Vox. ¿Se estará fraguando una gran coalición a la alemana? Pues miren, no sería ni mucho menos lo que le podría ocurrir a este país, aunque si ello es así, creo que todos agradeceríamos que fuera con conversaciones y acuerdos transparentes, con luz y taquígrafos, y no entre las brumas de la oscuridad y operaciones trapaceras. 

Lo que sí está claro es que Casado y Díaz Ayuso han pasado en pocos meses de la amistad al odio y a la guerra fratricida. También está claro que en la sede de Vox están brindando desde hace unos días con cava o champán, quizás le gusta más. También es evidente que se ha destrozado por completo la estrategia de la derecha de volver a Moncloa a corto plazo; veo muy complicado que de esta guerra la derecha salga fortalecida.

Manca finezza politica, como diría de nuevo Andreotti.

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