Estos pacifistas de miga de sofá, estos pacifistas de ruló con cactus, estos pacifistas de bandera de braga, estos pacifistas de poncho del perrete, estos pacifistas de ombligo de cuenco tibetano, estos pacifistas de poeta de cordel, estos pacifistas de bocadillo de Mafalda, estos pacifistas de collar de cocos, lo primero que uno se pregunta es si serán pacifistas u otra cosa. Hay incluso pacifistas con la camiseta del Che, que a lo mejor se han creído que era cantautor, que va así con una boina como de Leiva. O sea, que entre los pacifistas que lo son porque se imaginan el Imagine cada vez que tienden la ropa blanca, o porque es su religión sin religión, o por socializar, o por ligar, o porque hace juego con su estampado o con su mascota, o por pereza, o por cobardía, o porque son calvos con melena y estudiaron flauta y ya no puede haber más horizonte en su vida; entre todos estos, decía, incluso están los pacifistas que no son pacifistas sino derrotistas en un lado y guerrilleros en otro. O sea, Pablo Iglesias y así.

España mandará finalmente a Ucrania “material ofensivo”, que más que armas se diría que son chistes verdes, máquinas de cortes de manga o aquel seiscientos con enano insultando de Gila, que no mata pero desmoraliza. Sánchez se desdice pero deja ahí el eufemismo desdicho, acusador y ridículo. Lo que antes era “material defensivo”, para que siguiera sonando algo guerrero, guerrero de herrería al menos, se ha tenido que volver “material ofensivo” como si siempre hubiera estado ahí esa otra cara de la moneda de hierro. El “material ofensivo”, que a lo mejor son Interviús viejos o películas Disney de las de antes, parece menos armamento y menos reculada de Sánchez.

Al Pablo Iglesias de La Tuerka casi se le saltaba la lagrimita de macho, que es como un colmillo de tigre, recordando cómo los Panteras Negras patrullaban con armas

Sánchez recula con eufemismo o con sinvergonzonería, como siempre, pero esto del material ofensivo, agresivo, patriarcal y fálico no ha gustado nada a sus socios de gobierno. En Podemos son más de diplomacia y de palomas de cerámica, que yo creo que a Putin se le podría convencer más fácil y menos arriesgadamente con un cenicero picassiano. Los ministros de Podemos, en fin, se quedaban mancos de aplausos en sus bancos azules, con cierto desdén de jefe indio invitado, y, desde su nube de retablo de altar de la izquierda, también Pablo Iglesias tronaba, aunque sin balas, como un cañón de confeti.

No sé si Ione Belarra, Irene Montero, Yolanda Díaz y Alberto Garzón serán pacifistas de cestita de mimbre, de yogur depurativo, de compiyogui, de pies planos, de parto acuático, de berro ecológico, de guitarra tatuada, de casete de Ana Belén, de pipa de agua o de cortina de macarrones, pero desde luego Pablo Iglesias no es pacifista. O sería un pacifista que cree que “el derecho a portar armas es una de las bases de la democracia”, que regala camisetas de los Panteras Negras a militronchos de Chávez, que alaba y da las gracias a los brigadistas, a los maquis y a los fraperos, que pone en los altares (más o menos donde está él ahora, rodeado de velas de vieja y trenzas de vieja), a Lenin, a Castro, a Malcolm X y, claro, cómo no, al Che, el inmortal Jesucristo con metralleta del comunismo de beatona. 

A lo mejor Belarra, Montero, Díaz y Garzón también piensan lo mismo y estamos aquí suponiendo distingos y separando con esa cortinilla de macarrones a los revolucionarios con chaqueta metálica y a los pacifistas con la “solución diplomática” como un potaje de margaritas. Pero Pablo Iglesias no es un pacifista, ningún revolucionario podría serlo, que a lo mejor por eso se fue de la política, porque sin pistolón y sin olla con tornillos no le veía ninguna gracia a la cosa. Al Pablo Iglesias de La Tuerka casi se le saltaba la lagrimita de macho, que es como un colmillo de tigre, recordando cómo los Panteras Negras patrullaban con armas, y citaba a uno de ellos, Huey Newton: “Un pueblo desarmado puede ser sometido a la esclavitud en cualquier momento”. Ante la violencia molona de rollo funky, rollo habanero o rollo republicano, Pablo Iglesias se cuadra. Ante Putin, con quien a lo mejor comparte el colmillo de tigre o el calzoncillo de tigre, ya no le parece que esto de la resistencia ciudadana sea tan necesario ni tan sublime, y dice cosas como que “los civiles armados enfrentándose a un ejército profesional bien armado es el preámbulo de una tragedia”, que “hay que tener cuidado con esto del heroísmo”, o que “apostar por la paz” es “lo más difícil”. En realidad su salida no era la paz, sino la rendición, o sea otro eufemismo.

Estos pacifistas de Buda elefante, estos pacifistas de galletita de la risa, estos pacifistas de violonchelo blanco, estos pacifistas de la puta mili, estos pacifistas de estatua viviente, estos pacifistas de musical de deshollinadores, estos pacifistas de pececillos que les comen los pies negros, estos pacifistas de #Noalaguerra como una pulsera de caramelo, yo lo que me pregunto es si serán pacifistas u otra cosa. En el caso de Pablo Iglesias y los demás de Podemos o de IU (uno recuerda mucho ese folclore de la marcha a Rota, que al final era como El Rocío con cantautores y medalla de cofradía del Che), parece que no.

Las mismas convicciones éticas sobre la libertad o la violencia no pueden llevar en un caso a una resistencia heroica y en otro a la rendición automática. Pero, salvo para un escaso porcentaje de sinceros bobos pacifistas, estos pacifistas de gafitas de Lennon, estos pacifistas de paloma de garabato, no se trata de ética, claro, sino de alineamiento estratégico. Sí, esa histórica victoria contra la democracia liberal de Occidente, no hay nada que desee más el mesías con tanga de tigre siberiano. O sea, Pablo Iglesias.