España se para con su carretón de pueblo, España se derrama en su cántaro de lechera, España se seca de su cerveza goda, mientras el Gobierno dice que todo es culpa de una ultraderecha de estampa jotera y la ministra de Transportes tartamudea como en un chiste de Arévalo. Después de más de una semana de huelga, o de paro patronal según esos académicos de sindicato con voluta en la manga arremangada, o de boicot según el sotanillo de propaganda de la Moncloa, más de una semana de jaleo y cabreo en todo caso, el Gobierno no sólo no consigue articular ninguna solución sino que casi ni articula palabra. Quisieron vender un acuerdo al peso, 500 millones que se traducen en unos 4 céntimos por litro de combustible, y sólo consiguieron que se sumaran más organizaciones de transportistas y que Raquel Sánchez pareciera un hámster armiñado atrapado en una noria de circunloquios.

España se para con su caravana de cestas, trapos, vasijas, cacharros, como una caravana de buhoneros que nos puede dejar sin pan, sin sartenes, sin botones, sin nada. No sólo son los camioneros, son también los agricultores, los pescadores, los ganaderos, y están parando como si a ellos, antes, se les hubiera parado el sol, no porque quieran más aguinaldo ni más moscosos. El Gobierno intenta reducirlos a una recua de derechistas encomendados a Radiolé y san Cristóbal, que escuchan al Fary en cabinas adornadas con flecos como un auto de choque y se pasean por la Castellana en jacas guapas de feria. Pero ellos son los que hacen funcionar al país, ahí todavía moviendo sus azadas romanas, sus cuerdas egipcias, sus molinos de agua y sus pedales de piedra. Ellos son los que hacen funcionar el país a partir de la simple física del sol, y si ellos no pueden funcionar eso significa que no funciona el país y, por supuesto, que no funciona el Gobierno.

El colapso está siguiendo el estricto orden de la lógica y la fatalidad

El país no se paró con la huelga ni las manifestaciones, sino que la huelga y las manifestaciones llegaron porque el país estaba parado, como un émbolo o un molino parados. Los que no pararon ni cuando lo peor del bicho no van a parar ahora sólo porque los arenguen Abascal o Losantos, que en las cabinas covadongueñas de los camiones seguro que suenan a aparición apocalíptica. Ya no cuela lo de la minoría, lo de los radicales violentos, lo de los fachas torrentianos o lo de los señoritos de zahón y yegua torda, que resulta que la izquierda piensa que la gente del campo tiene que ir en alpargatas y arpillera o ya son marqueses de Las Marismas (el único marqués de Las Marismas es Sánchez, que sí llega con meneo de grupa de yegua torda a Doñana y a Bajo de Guía). Ya no cuela, y no porque cada vez sean más los que paran, sino porque el colapso está siguiendo el estricto orden de la lógica y de la fatalidad.

Contra la teoría de la derecha de cueva y cuévano está la obviedad de que el país no se está parando en una secuencia política, sino puramente aristotélica, exactamente como se pararía todo si se parara el motor inmóvil del mundo. La energía, el transporte, las materias primas, el sector primario, la industria, los servicios, y luego ya toda la economía o toda nuestra realidad... No es un orden o un emplazamiento determinado por esferas de influencia política, como cuando hace huelga el funcionariado activista de claustro o de ambulatorio, o el sindicalista con el único trabajo a soplete de la propia huelga. Tampoco viene por coyunturas particulares, como las huelgas recurrentes y sequizas de los astilleros de Cádiz. No, esto se va parando como se iría parando todo el sistema, como se iría parando todo hasta la catástrofe final, hasta el colapso total. Es un orden casi físico, como el de una demolición o el de un circuito de dominó.

Un presidente ausente que no quiere tomar decisiones si no tiene detrás la 'cogobernanza', la 'unidad' o peluchitos así

No es la derecha o derechaza, campera, ventera o pantojista, es el colapso. Y ante el colapso sólo tenemos una ministra ininteligible o distraedora y un presidente ausente, que no quiere tomar decisiones si no tiene detrás, como un colchón sobre su famoso colchón, la “cogobernanza”, la “unidad” o peluchitos así. O sea, que no quiere tomar decisiones que no incluyan en sí mismas la excusa o el escape ante el fracaso, o que asuman el fracaso pero con excusa o escape. Más de una semana de huelga, y en la primera reunión sólo había un número redondito, sonoro, de aniversario o de centenario colombino, un dinero sonajero que el Gobierno no se había preocupado en especificar cómo se repartiría o cómo se cobraría. 500 millones como unas gafas de Nochevieja con ese número con la que saliera el ministro Bolaños. 500 millones como un número, por supuesto, con excusa incluida. ¿Quién rechaza 500 millones? Pero los 500 millones luego son cuatro céntimos por barba y litro, y quizá una medalla conmemorativa con un Sánchez entre carabelas, como un Pinzón hecho un pincel.

Más de una semana de huelga, y lo que queda. Pero el conflicto y el colapso no empiezan ni terminan en los camioneros, ni siquiera en los camioneros con santuario de Covadonga o del Fary en el salpicadero. Por eso no va a funcionar que la Guardia Civil escolte camiones de leche y cerveza como si escoltara un tesoro visigodo. Todo se va parando porque el primero que está parado es el Gobierno. Aunque lo peor es darse cuenta de que Sánchez nunca se movió salvo para buscar la excusa, y que, por tanto, del colapso ya no nos puede salvar ni la Virgen ni el Fary, sólo la pura chiripa.

España se para con su carretón de pueblo, España se derrama en su cántaro de lechera, España se seca de su cerveza goda, mientras el Gobierno dice que todo es culpa de una ultraderecha de estampa jotera y la ministra de Transportes tartamudea como en un chiste de Arévalo. Después de más de una semana de huelga, o de paro patronal según esos académicos de sindicato con voluta en la manga arremangada, o de boicot según el sotanillo de propaganda de la Moncloa, más de una semana de jaleo y cabreo en todo caso, el Gobierno no sólo no consigue articular ninguna solución sino que casi ni articula palabra. Quisieron vender un acuerdo al peso, 500 millones que se traducen en unos 4 céntimos por litro de combustible, y sólo consiguieron que se sumaran más organizaciones de transportistas y que Raquel Sánchez pareciera un hámster armiñado atrapado en una noria de circunloquios.

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