Don Juan Carlos, rey de ranchera, con dinero y sin dinero, pasó por la Zarzuela después de alardear de mariachis, de bigotes y redaños. Es como un rey con dos pistolas, y eso a uno le parece que tiene un público muy reducido y ya moribundo, como el público del rodeo, de las galleras o de la tuna. El rey cascabelero, con cojera de ir detrás de las enfermeras y de los orfebres, vuelve a su palacio que ya no es su palacio y a su monarquía que ya no es su monarquía, no se da cuenta de que todo eso, su trono y su tronío, es algo que se quedó en otro siglo, como el sillón de Emmanuelle o el pendiente de Lola Flores. En el palacio de la Zarzuela, que parece una casa de Cuéntame con familia de Cuéntame, me imagino la comida y las conversaciones tensas y enroscadas en los candelabros, con los relojes sonando a galgo en la lejanía y la sopa de aire de la monarquía, sopa simbólica, servida heráldicamente. Y que, después, Felipe VI le quita a su padre, con tranquila autoridad, las dos pistolas de vaquero, como a un nieto de La gran familia.
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