Pedro Sánchez se ha hecho el encontradizo con Obama, que es como hacerse el encontradizo con Brad Pitt, o sea algo imposible. Sánchez se dedica últimamente a coleccionar estampitas, a cazar reliquias o a robar auras, entre el fetichismo, la superstición y el hambre, un poco vieja de ermita, un poco vampiro energético, un poco fan de pop coreano y un poco fan de los zapatos de tacón. Primero se quiso rozar con el papa Francisco, a través de ese ministro trotaconventos que es Félix Bolaños, un roce algo confuso o enfermizo, como quien se roza por el antiguo traje de novia de la novia de Dios. Ahora se ha querido rozar por Obama, que es como rozarse por un águila de sable explayada. Del papa, según Bolaños, se llevó la bondad igual que una sandalia de esparto. De Obama se habrá llevado un trozo de grandeza como un rizo de ángel o de musa pastoril. Con todo eso, luego, supongo que Sánchez hace pócimas o disfraces que le convierten en líder mundial, estadista histórico, santo de perejil o siquiera presidente un poco más.
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