De toda la izquierda a la izquierda del PSOE, de toda la izquierda rinconera, sólo va a quedar Yolanda Díaz como la elegante araña del rincón, elegante por única y por indiferente, toda pañuelos blancos y escarcha blanca de ella misma. La araña del rincón, como una princesa con su arpa, come sola, escucha sola, teje sola, y de momento no sabemos si hará otra cosa aparte de presidir ese rincón como una ínsula de sombra, como un castillo en un acantilado. Yolanda Díaz bajó a la campaña andaluza, deslizándose por sus hilos finos y brillantes como lágrimas, pero no sabemos si se puede decir que fracasó. Si fracasó, seguramente fracasó en otros, porque desconocemos si en aquella ensalada de izquierdas ella era la jefa, la inspiración, la patrocinadora o la gorrona. Lo que sabemos es que, tras el fracaso, ella volvió a subir por su hilo o su escalerita de caracol, sin tocar nada, sin terminar nada, sin empezar nada, sin saber nada, sin perder nada. Y allí sigue la araña o la princesa, como un lucero en su triángulo de cielo y escayola.

De las otras izquierdas con las que jugaba la princesa del rincón, igual que con tacitas, cada vez queda menos. No quedan tacitas, no quedan amigas, y la princesa bebe el té invisible de las muñecas ella sola, en un dedalito regio y frío. Las cosas maravillosas que surgían junto a Ada Colau, Mónica García, Mónica Oltra y Fátima Hamed no eran, al parecer, su proyecto, aunque no dejaban de serlo tampoco. Yolanda quizá sólo se probaba izquierdas o se probaba sombreros, a ver cómo iba quedando ella, y a lo mejor sigue en eso. Pero seguramente esto ya no importa tanto, que quien no se ha caído en el baile, o sea Oltra, quizá se ha caído del guindo, o sea Mónica García o Más País en general, que ya han visto que una princesa que sube y baja con sombrillita tampoco es garantía de ganar nada, ni siquiera allí donde la izquierda tenía antes como su mina de hierro, en la Andalucía del jornalero con chepa de sombra y del señorito con espuela de filigrana.

A Yolanda Díaz le gritaban presidenta por los mítines, pero sonaba como si quisieran hacer presidenta a Marta Sánchez

Yolanda Díaz puede renegar del fracaso porque ella es verdad que todavía no ha hecho ni ha propuesto nada, sólo es como una infanta o monja visitadora que bendice con su presencia no sé qué autoridad, magisterio, promesa o gloria. Ni siquiera podemos decir que esté perdiendo apoyos, compañeros, partidarios o majorettes, porque, que sepamos, siempre ha estado ella sola en su saloncito de música, en su desván de juguetes, aplaudida sólo por sus propios peluches. Todavía, ya lo he dicho alguna vez, no la ha votado nadie para ser la nueva ni la vieja izquierda, pero tampoco ha ido ella a que la voten. Ella sólo va, como en la campaña andaluza, a tirar suavemente una piedra al estanque o a espolvorear migas a los pájaros o a los votantes, y luego se va con campanadas de diva, de princesa Disney, de hada madrina o de fantasma dickensiano. Por ejemplo, la candidata de Por Andalucía era suya, o de su gusto, o de su imposición, pero una vez que ha fracasado, la princesa se limita a volver a su proceso de escucha, a su capullo de mariposa, a su pijama de ositos.

Yolanda Díaz no es de Podemos ni es de IU, ni siquiera es del partido o de la hermandad de las cosas maravillosas, que ya hemos visto que a esas amigas de hacerse trenzas las puede dejar tiradas, o la pueden dejar tirada a ella, que quizá cansa ya tanto vedetismo, tanta carroza de diosa o de musa y tanto discurso de Miss Primavera. A Yolanda Díaz le gritaban presidenta por los mítines, pero sonaba como si quisieran hacer presidenta a Marta Sánchez. Yolanda Díaz no se atreve a presidir ni a dirigir nada ella sola, sin compiyoguis, sin empanadilla de siglas o sin romería floral. Yolanda Díaz sólo es de Yolanda Díaz, de su rincón alto y solitario de señorita o de luna, pero ni siquiera se atreve a ir con eso por delante. Tiene que inventarse lo del proceso de escucha, cosa que le ahorra pensar, y tiene que soñarse empujada por el pueblo global y ceremoniosamente, como una estatua de la Isla de Pascua, cosa que le ahorra la necesidad de que la voten.

Yolanda Díaz, princesa de columpio, reina de la cachemira de las alturas, sutil araña de rincón como una gárgola de seda, se va quedando sin izquierda y sin gente, que a lo mejor es lo que está esperando, que no quede nada salvo ella. En realidad nunca necesitó izquierda ni gente, que son cosas que ella lleva dentro, como su tela o como sus hijos. Tras las andaluzas, balanceándose hasta el micrófono como hasta una lámpara, dijo que el resultado de las elecciones le daba tristeza porque “las políticas de la derecha van en dirección opuesta a lo que las personas necesitan”. En Andalucía, el 56’59% de las “personas” había votado al PP o a Vox y sólo el 7’68% a su candidata, se supone que porque las “personas” no saben lo que necesitan. Yo creo que es ella la que no sabe lo que quiere. Lo mismo Yolanda Díaz va a Andalucía otra vez, bajando por su escalinata de conchas, como a una calita, y escucha algo muy diferente a lo votado, algo así como el eco de su voz o de su arpa. Es lo único que podría escuchar la princesa que no sale de su rincón con espejo, como una polillita atrapada en el farol de su aureola.