La convención del PSOE de Madrid era como un entierro en el julio de la capital, entre flores de nevera y piramidones de tanatorio medio derretidos. La última llamada antifascista, con aquel Gabilondo soso, beatífico y despistado, con un par de gafas en la nariz y otro par en la frente, los dejó en nada, en menos que la izquierda folclórica (a lo mejor la verdadera izquierda folclórica es el PSOE, después de todo). En el PSOE de Madrid sólo había un señor cosiéndose las coderas de profesor, a la sombra de la Espasa como la sombra de una gran lechuza negra, pero al menos había alguien. Ahora ya no sabemos ni quién hay, quizá porque no hay nadie, no hay nada, sólo ese entierro en cemento chocolatero y en celofán rojo. Ante el partido de rígido cuerpo presente, igual que un señor notario, sólo había hijos hablando con melancolía, con rabia, con miedo y sin herencia. Parecían pedirle un milagro reventón y festero más a Tierno Galván que a Sánchez.

En la convención de Madrid, con aire de convención de viajantes de telas, que creo que ya no hay, hablaban portavoces municipales o municipalizados, como si el partido estuviera compuesto sólo de autobuseros. O simplemente hablaba gente desconocida, que en vez del PSOE aquello podría haber sido el Partido Liberal o alguno de ésos que caben en un taxi o son sólo un taxi, que me parece que dijo en la prehistoria Garrigues Walker. Yo creo que mandaron a Adriana Lastra a la convención para eso mismo, para que aún se asociara aquello al PSOE, no a un partido de veganos o de nudistas, escandalizados y tristes de pellejo ante un mundo carnívoro y abrigado contra el que no pueden luchar. Pero el problema cree uno que no es del PSOE de Madrid, o lo que quede de él ahí discutiendo como en un ateneíllo de pueblo unas discusiones graves y sin consecuencias. El problema es que es muy mal momento para reconstruir un partido cuando no hay partido, sólo Sánchez.

Lastra, que es fiel, ortodoxa, inflexible y seca como una jefa de taller soviético, no tenía otro discurso, ni otra manera de animar al PSOE madrileño, que Sánchez. O sea, la gasolina de Sánchez, las ayudas de Sánchez y toda esa economía cutre de cupones de supermercado. Y, por si acaso, recordaba los estribillos contra la derecha, que son como cuando en la verbena suena Paquito el chocolatero. Ya saben, el miedo, la falta de libertad y otro material de fondo de armario que incluye cilicios, látigos, cepos y puros, muchos puros, como los que se fuman los poderes que quieren derribar o atufar a Sánchez (él lo denunciaba desde las tribunas dispuestas por otros poderes al menos equivalentes, aunque sin tanto botafumeiro por lo visto). Sin embargo, el problema no era Gabilondo, como no lo es Juan Espadas, otro triste, ni es quien esté ahora en el PSOE madrileño, ahí puesto para que Ayuso lo salpique cada día como con el camión de la limpieza municipal. El problema, por supuesto, es Sánchez.

El PSOE de Madrid, o todo el PSOE si no se libra del sanchismo, parece condenado o parece muerto. A menos que en las próximas autonómicas sólo voten las alegres consortes y comadres de los altos atlantes de la OTAN

El PSOE madrileño está como está no porque no encuentre a un cabeza de cartel más potente, o sea una Susana que no hay en Madrid, ni porque el PSOE madrileño comunique mal, que se dice ahora (de momento, no tiene nada que comunicar, salvo las horas de las misas de difunto). El problema es Sánchez, al que nunca le han preocupado el partido ni la realidad, sólo la imagen y los estribillos (los estribillos que sigue usando Lastra). Cuando apeló a los estribillos contra Ayuso, un Madrid que ya no vive en la Movida ni tampoco vive de abstracciones o historiografías dolientes, como se puede pensar de Cataluña o Andalucía, simplemente revolcó al PSOE. El profesor con las coderas de polvo y las gafas dobles, como un viejo aviador de biblioteca, se fue y luego vino algún otro o alguna otra que tampoco importaban porque el PSOE sólo es Sánchez, es Sánchez el que gana y el que pierde, y desde aquel desastre de las elecciones madrileñas no deja de perder.

Adriana Lastra vino a infundir valor y a dejar frases de velatorio, esas cabezadas como campanazos espaciados y esas manos blandas de los entierros, pero ella representa precisamente ese sanchismo fracasado y empecinado. Ahora, cuando la oficiala Lastra pretende reivindicar la “verdad” o la realidad con cupones y cazos de monja, el sanchismo ya no tiene credibilidad, así que al PSOE de Madrid, ese entierro, sólo le echan otro muerto más, en este caso Sánchez, y así no hay manera de levantar cabeza. Además, aunque a la federación madrileña le dieran ahora un partido y un líder, tendría que vencer a Ayuso, que más que una gobernante parece ya una cosa del pueblo, una ninfa del Manzanares o una musa de esa Movida que ya no hay, salvo la que lleva ella misma.

En el PSOE de Madrid, o lo que quede de él ahí discutiendo como en un monasterio ácimo unas discusiones graves y sin consecuencias, dicen estar en una situación “crítica”. “O remontamos o el sueño se acabó”, ha sentenciado Mar Espinar, una de sus portavoces municipales o municipalizadas, una de las del taxi, en fin. Es una frase más supurante que las frases de catecismo de Lastra, pero tampoco sirve para nada. El partido es Sánchez y ya apenas hay Sánchez. Si el PSOE de Andalucía, que venía como de un imperio de la cretona, está como está, qué va a hacer el PSOE de Madrid, que viene como de una flor de luto, la flor de solapa de profesor pobre de Gabilondo o de Tierno Galván. Sólo queda esperanza en las baronías, o sea donde han permanecido partido, tradición y poder al margen de Sánchez (el poder es mucho más sustancioso que la loción íntima). El PSOE de Madrid, o todo el PSOE si no se libra del sanchismo, parece condenado o parece muerto. A menos que en las próximas autonómicas sólo voten las alegres consortes y comadres de los altos atlantes de la OTAN.