Es un pueblo ideal. Tiene muralla, un torreón, un coqueto puerto y una bonita iglesia medieval. Piedras viejas y las mejores temperaturas de España para eludir el tórrido verano; los proselitistas del lugar hablan de microclima. En el término municipal hay más de veinte playas de arena muy fina y muy blanca, que todos los años se destacan en los recurrentes rankings de las mejores del planeta.

Es uno de los destinos estivales más demandados del país. Los turistas llegan atraídos por la belleza de este paraíso verde entre el mar y la montaña, pero también por su reputación gastronómica de sitio donde se come muy bien. Desgraciadamente, la mayoría de establecimientos ha sucumbido a la demanda dominante de menú del día y ha terminado por ofrecer una parodia indigesta de los platos típicos de la tierra.

Los hoteles rozan la plena ocupación y los alquileres vacacionales están por las nubes. Por eso, muchos vecinos compraron, cuando era accesible, pisos para arrendarlos durante julio y agosto. Los más avispados se las arreglan para vivir todo el año de lo recaudado. Otros se tienen que conformar con alquilar su propia casa durante esos dos meses de oro para procurarse un invierno más desahogado.

Puede preguntarse de qué pueblo se trata; o mejor aún, cuántos pueblos encajan tristemente en esta tenebrosa fábula

La demanda estacional ha provocado que, pese a contar con un respetable parque de viviendas, sea imposible encontrar en el pueblo un alquiler de larga duración. Los mismos que hacen el agosto ofrecen de septiembre a junio sus inmuebles “para profesores”, dando por sentada no solo la triste condición eventual de los profesionales de la enseñanza sino la capacidad del colegio y el instituto locales para absorber esta particular oferta inmobiliaria; haría falta una pequeña universidad para hacerlo.

Estos días han sido de mucho ajetreo en el pueblo; los que marchaban con sus cosas a cuestas destino a quién sabe dónde dejaban paso a los eficientes batallones de limpieza que en pocas horas ponían a punto los apartamentos para la llegada de los veraneantes.

Se manifiesta, además, el conocido efecto Ibiza: la carestía de alojamiento es tal que los negocios de temporada tienen dificultades para encontrar mano de obra. Los trabajadores, simplemente, no tienen donde caerse muertos al final de su jornada. Incluso los habituales pisos patera empiezan a escasear.

Hace ya unos años que, tras la penúltima burbuja, se reactivó la construcción en el pueblo. Agotados los terrenos edificables, con frecuencia los nuevos edificios se levantan en lo que fue el generoso solar de un obsoleto chalet previamente demolido. Los nuevos apartamentos se ofrecen a sus potenciales compradores como una –minúscula– parcela en el paraíso, pero representan en realidad la enésima pieza que contribuye a convertirlo en un escenario pesadillesco para quien se obstina en vivir allí durante todo el año.

Cuando hace mal día, algo bastante habitual –cosas del microclima–, centenares de visitantes recorren las calles del pueblo sin saber qué hacer, aparte de comerse un helado o comprarse otra pulserita. Un observador sensible y un poco quisquilloso no puede evitar pensar que todas esas personas, que multiplican por cinco la población del lugar, comerán y cenarán, y después pondrán a prueba la infraestructura de saneamiento del pueblo, desbordada, literalmente, en más de una ocasión debido al estrés estacional.

En septiembre todos volverán a sus ciudades y el pueblo entrará en letargo hasta la siguiente temporada. Una opulenta somnolencia de casa cerrada se apoderará de un lugar que, empeñado en su lucrativa estacionalización, renuncia a ser un pueblo de verdad; un pueblo poblado, viable. Que ha prescindido, parece que sin darse cuenta, de una de las cualidades que lo hacía atractivo a quienes buscaban una alternativa al típico sitio de playa: un cordial y gratificante desinterés.

Puede preguntarse de qué pueblo se trata; o mejor aún, cuántos pueblos encajan en esta tenebrosa fábula del turismo como mal invento y peor negocio. Y si este verano pasará unos días en uno de ellos.