El Gobierno asegura que no va a modificar el decreto de ahorro energético, yo creo que porque es una obra de arte o quizá toda una encíclica de este Sánchez de Castel Gandolfo que tenemos ahora, especie de papa en chanclas. Rectificar sería renunciar a la infalibilidad y admitir la vulgaridad, la torpeza, la improvisación o directamente la herejía. Sánchez, con sus decretos, está entre la pasión garabateadora de Pollock y la santidad hipada del místico, y no puede revertir esos éxtasis suyos de una noche (que Pollock pintara su Mural en una noche a lo mejor es leyenda, pero los decretos de una noche, como si fueran el Tenorio, no lo son). Ni los socios de Sánchez entienden el decreto, al que no sólo han puesto pegas Ayuso, violetera de las bombillas, y el PP feriante en general, sino el País Vasco y Cataluña. No se entiende el qué, ni el porqué ni el cómo, pero tampoco se entendía a Pollock ni a santa Teresa, claro. Sánchez, insisto, es un artista y es más importante su inspiración, desabrochado de cuello y goteante de brocha gorda, que las medidas, su claridad y su utilidad.

Andan locas las autonomías, andan locos los comerciantes y yo creo que andan locos hasta los cacos, a los que me imagino proyectando alunizajes como verdaderas misiones Apolo a los escaparates titilantes. Pero Sánchez está tranquilo y seguro, él se ha quitado la corbata como Juana de Arco se cortó el pelo y el país tiene que acompañarlo en su destino fogoso y afogado, destino que él ha convertido en ley por la vía de este real decreto firmado con sello de cera, manga luisina y no sé si chocolate de El Pardo. Ahora, el país sólo puede arder en la fe con Sánchez, aunque mientras arde, con los turistas y los maniquíes derretidos e indistinguibles, todavía protesta, claro, que es una vieja costumbre veraniega. Protestan las autonomías, protestan los comerciantes, protesta el españolito que se ve fundiéndose con sus ropas de color Frigodedo en tiendas de suvenires convertidas en asadores de gente, y sólo Sánchez parece estar contento y siempre fresco.

Sánchez se descorbata con Martini y con látigo, como el marqués de Sade descorbatándose, y hay quien aún se extraña de que al personal le cueste colaborar con sus ocurrencias"

Sánchez no tiene memoria, por eso no entiende que el personal, obligado a pasar calor burocráticamente por el Gobierno después de haber pasado calor castizamente por el anticiclón de las Azores, lo primero que haga sea, precisamente, recordar. Me refiero a recordar la tremenda metedura de pata de Sánchez con Argelia, o que España se ha prohibido a sí misma (una prohibición corbatera) explotar el gas y el uranio, o que la energía nuclear es tabú para Sánchez, como para un amish los botones. Antes de intentar entender el decreto ininteligible, antes de saltar de disposición en disposición como de colchón en colchón de Sánchez, de lo primero que uno se da cuenta es de que Sánchez prefiere asarnos a todos en su chimenea antes que descolocar su decoración, y apagarlo todo antes que arreglar su política internacional y energética. Prefiere, de nuevo, que paguen la gente y la economía antes que su ego. Sánchez se descorbata con Martini y con látigo, como el marqués de Sade descorbatándose, y hay quien aún se extraña de que al personal le cueste colaborar con sus ocurrencias.

El Gobierno no piensa cambiar el decreto, al menos de momento, que lo mismo después de hablar con los socios se encuentra una palabra menos fea, como la encontraron para derogar sin derogar la reforma laboral inderogable. La verdad es que lo mismo no hace falta, lo mismo en ese decreto ya está la justificación de cualquier cosa y la contraria, como en la Biblia o en la historia. Quizá todo es cuestión de interpretación, o sea de arbitrariedad, que es como funciona Sánchez. Por ejemplo, la famosa norma de los 19 y los 27 grados está referida al mantenimiento de una humedad relativa del 30 al 70%, que no sabe uno si con el 71% ya se puede poner la temperatura que uno quiera o si la humedad también viene decretada por el Gobierno como los días de fiesta. O a ver qué se entiende por “trabajo ligero”, que ya permitiría bajar a 25 grados según la legislación previa. ¿Se hace trabajo ligero en una zapatería, trayendo y llevando zapatos monstruosos a los pies de la señora callosa? O a ver quién paga las puertas, los humidificadores, los displays o la ruina… La respuesta a todo esto es que dependerá, de nuevo, de la inspiración y la necesidad de Sánchez, que todo está escrito pero todo es oscuro.

Quizá todo es cuestión de interpretación, o sea de arbitrariedad, que es como funciona Sánchez"

La norma es ambigua, arbitraria, basta y seguramente inútil en comparación con otras medidas que se podrían y se deberían tomar, pero Sánchez ha declarado el apagón como el luto, simbólico y vano. Era tan importante el luto y tan poco importantes los detalles que se dejó que la confusión y los termostatos se calentaran antes de empezar a aclarar cosas que deberían haberse explicado el primer día, en la primera comparecencia sin corbata. Pero la ambigüedad no es tan dañina como el fondo. El otro día, en Antena 3, una experta explicaba que, en realidad, con los límites a la refrigeración apenas se ahorra en gas, pero sí estamos perdiendo mucha energía en la planta termosolar de Extremadura, simplemente porque no hay capacidad para evacuar toda la que se produce. Hacen falta reformas estructurales, pero eso no le permitiría a Sánchez construir salvaciones fáciles y despachar enemigos igual de fáciles.

La ley es la ley, también este decreto de una noche de cementerios, candiles y piedra pómez. La ley es la ley, pero a Sánchez eso tampoco le ha importado mucho nunca. Madrid recurrirá al Constitucional, cuyas resoluciones sólo se aplican en el pasado, que a ver para qué sirve eso, y los socios seguro que consiguen negociar en ese margen que dejan las frases mal redactadas y las intenciones bien escondidas. Nada de esto debió hacerse así, pero a Sánchez le salió esto en su éxtasis, como a Nerón le hubiera salido una composición para lira. Lo urgente no era ahorrar, sino dar una solución (cualquiera) y un espectáculo, ese espectáculo tramposo de gente sin corbata como un mago sin mangas. El caso es que casi nadie, salvo Sánchez, está contento. Yo creo que Sánchez se ha equivocado, otra vez. Él no recuerda y no mide, pero la gente sí. Además, el calor da mala leche y poca paciencia, y Sánchez sólo da calor.