Aunque Feijóo disimule ahora desde su torreón de Génova, desalojado a escobazos de sus fantasmas como de palomas, todos los partidos se han querido aprovechar del reparto de los altos jueces, que les parecen brillantes canicas negras en el bolsillo. Los altos jueces, con su charol, su kitsch y su casticismo de capa y medallón, como alguacilillos de los toros con latines, tienen sin embargo poder para salvar y crujir a los políticos y sus intereses. Este poder, por supuesto, es prestado, sólo es el poder de la ley con el margen escaso que deja la exégesis de sus ambigüedades (de la ambigüedad de las leyes no tienen la culpa los jueces, sino los legisladores, que son, ay, políticos). Pero este margen es suficientemente importante, y de esto ya se dio cuenta el PSOE de Felipe y Guerra, al que le debemos el estado actual del asunto, como de casi todos los asuntos.

No es cierto que la Constitución establezca como obligatorio el sistema de pachas que sale a defender Bolaños con ese aire sacramental que le da él a lo puramente partidista. La ley hay que cumplirla, sí, pero no está mal recordar que sigue siendo una ley que redactaron unos políticos con ojos ávidos de niño, pensando en los jueces como en un tesoro de canicas o de grillos en el bolsillo. Aquel felipismo que construía la modernidad con atajos, o construía su propio poder con excusa de la modernidad, no podía pretender controlar la banca, los medios y hasta las asociaciones de vecinos y sin embargo olvidarse del Poder Judicial, ese tesoro de templarios o de urracas. Esto lo remedió Guerra, leguleyeando en la propia Constitución.

La lógica no se hizo literalidad, por despiste o quizá con intención de anublar

Nuestra Carta Magna, en el artículo 122.3, sólo establece que el Congreso y el Senado proponen cada uno a cuatro miembros del CGPJ de entre “abogados y juristas de reconocido prestigio” y “por mayoría de tres quintos”. Pero lo hace sólo después de decir que 12 vocales se elegirán “entre jueces y magistrados de todas las categorías judiciales en los términos que establezca la ley orgánica”, sin mencionar las Cortes para nada, ni tampoco las mayorías necesarias. Parece lógico, según la redacción y el sentido común, que esos 12 vocales los eligen los propios jueces. Es decir, si el Congreso y el Senado, con el quebrado exacto de sus pertinentes mayorías además, sólo se mencionan en segundo lugar, a la hora de elegir la parte minoritaria del CGPJ, es porque no intervienen en la elección de la parte mayoritaria, cuyo mecanismo y matemática deberían especificarse con más razón que la minoritaria. Pero la lógica no se hizo literalidad, por despiste o quizá con intención de anublar.

En realidad, lo que dice la literalidad de la Constitución es que el Congreso y el Senado elegirán cada uno a 4 vocales entre abogados y juristas, y los otros 12, los que deben salir de jueces y magistrados, se podrían elegir en teoría de cualquier manera. Los podrían elegir las Cortes, como ahora, incluso con una mayoría simple (como quiso Sánchez), o los podría elegir el propio presidente del Gobierno desde su colchón como la barcaza de Cleopatra. Los podrían elegir la ONCE, o la Asociación Nacional de Pediatría, o el Colegio de Peritos de Madrid, mientras apareciera en la ley orgánica correspondiente, y la literalidad de nuestra Constitución no se vería comprometida. Esto es absurdo, o me lo parece a mí, que en realidad no sé de leyes. O, al contrario, es tremendamente lógico. De ese absurdo, de esa lógica, de ese anublado, se aprovechó Guerra y se aprovechó hasta Rajoy. Sánchez, el gran aprovechador, también.

Creo que habría que aclarar que este deseo de los políticos por los jueces no es simétrico, es más como el deseo de los viejos verdes por la carne joven bajo la licra negra"

El poder judicial sigue manoseado por la política, y eso se ve incluso en Feijóo, que asume que habrá jueces indepes en el TC, que yo no sé por qué me los imagino allí un poco como Manuel Castells en el Gobierno, con pinta de caerse de los estrados para que la inacción o la alevosía parezcan sólo sueño o despiste. No lo descarto, porque Sánchez, nos lo ha demostrado, es capaz de todo, y un señor con churro amarillo en el TC no va a desentonar más que Iglesias con mochila y guillotina en el Gobierno. Aun así, creo que habría que aclarar que este deseo de los políticos por los jueces no es simétrico, es más como el deseo de los viejos verdes por la carne joven bajo la licra negra. Quiero decir que estos jueces no sueñan con ser cuota de partido ni necesitan ser cuota de partido, que es algo así como si necesitaran un sugar daddy. Estos jueces ya han llegado a lo más alto del funcionariado y para el carácter del funcionario eso significa toda la carrera y toda la vanidad que necesitan en la vida. La realidad es que el hecho de que un juez ponga su ideología por encima de las leyes no es imposible, pero sí raro, además de arriesgado. Así que, en fin, yo diría que los partidos se juegan al billar los ligues que no tienen y que no se pueden jugar, y eso es puro macarreo.

Se puede pensar que el poder de los jueces es sólo vicario, pero también los sacerdotes han tenido durante la historia el poder prestado de unas cuantas leyendas agrestes o algunos rollos salomónicos, y sin embargo eso les ha bastado. Yo creo que hay gente que aún ve a los jueces como sacerdotes de la democracia, o ven a la democracia como una teología de jueces. Uno está convencido de que no es así, de que no es tan fácil torcer la ley con un par de ropones adictos o incluso corruptos, y de que los poderes del Estado compensándose o vigilándose siempre son más deseables que los poderes acumulándose. Por eso siempre será más tranquilizador que los jueces elijan a su órgano de gobierno que no que el Gobierno meta en los tribunales a su ministro con botafumeiro, sea Bolaños o sea otro.

No, los jueces no son sumos sacerdotes ni son sicarios, o no suelen serlo. Pero si algunos lo fueran, un sistema descentralizado anularía o disolvería la corrupción mucho mejor que las cuotas y las componendas entre partidos, y por supuesto mejor que la división de poderes destrozada por asambleístas de bieldo o presidencialismos apolíneos. Todos han fantaseado con controlar el Poder Judicial, ese tesoro de guijarros de niño, y no sabe uno todavía si la voluntad de reforma de Feijóo obedece sólo a las ganas de fastidiar a Sánchez (conviene dudar siempre del que se hacer repentinamente reformista, honrado o casto, y además uno recuerda que Rajoy también llevaba esa reforma en su programa y luego se le olvidó como un paraguas). Los jueces no son lacayos ni grupis ni trofeos, o no suelen serlo, pero los políticos no ayudan a que nos lo creamos. Ni siquiera los que dicen querer la independencia de los jueces, y creer en el Montesquieu al que Alfonso Guerra asesinó como a una María Antonieta calva, renunciarían a unos tribunales con los jueces colocados como sus golosinas de regaliz, en una fantasía de cumpleaños. Nunca, hasta ahora, lo han hecho.