Ximo Puig se ha cargado el relato de la Moncloa de que las bajadas de impuestos dejan un desahucio de enfermos y viejitos, un rastro arroyado de churumbeles sin escuela y hasta bomberos que tienen que apagar los fuegos con sifón. La derecha baja impuestos no para aliviar al contribuyente ni para animar la economía, sino por pura maldad, ya se sabe. Pero Ximo Puig no es la derecha que quiere que sólo los ricos puedan ponerse inyecciones, finísimas inyecciones con ceremonia del té, como te las hacía antes el practicante con su estuchito metálico y su llama azul; no es la derecha que quiere que sólo los niños bien aprendan las raíces cuadradas, esotéricas y lujosas como templos egipcios, y que los pobres vuelvan al curandero, a la burra y a la firma de garabato de niño con lentitud de gubia. No, resulta que Ximo Puig es socialista y también baja impuestos. A ver qué se hace ahora con el relato y con los damnificados de la derechona.

María Jesús Montero, de nuevo atacada de los nervios (en realidad siempre está atacada, es como esas señoras de los tebeos con miedo a los ratones), lo llama una “espiral” de bajadas fiscales, una vorágine que no sólo puede dañar el presupuesto sino cargarse las ideologías. Ahora todo el mundo quiere bajar impuestos, antes de las elecciones o antes del fin del mundo, incluso los socialistas que siempre sacan lo del servicio público como se saca una placa del FBI (la mayoría confunde lo público con lo suyo, véanse esos funcionarios siempre tan comprometidos). El caso es que justo cuando Moncloa tenía al PP regalando puros a los de los puros y palacetes a los de los palacetes, y toda una cola de futuros expulsados de los hospitales con su bolsa de orina o su placenta colgando, va a tener que empezar a explicar, otra vez, que bajar impuestos también es socialista, siempre que se haga con moderación y con perspectiva de clase.

A uno siempre le hizo gracia ese argumento de que la derecha o derechona está ahí para servir a los más ricos, como si se pudieran ganar elecciones sólo con el voto de estos no ya ricos sino riquérrimos, algo así como si sólo te votaran los clubs de polo y Tamara Falcó. Yo diría que donde está verdaderamente la clientela provechosa es en los pobres, de ahí que tantos partidos se afanen en que sigan siendo pobres, pobres modélicos, heráldicos, tropa de pobres, famélica legión a la orden de sus líderes de la miseria. Bajar o subir impuestos son dos opciones macroeconómicas e ideológicas que pueden resultar convenientes según las circunstancias, pero no son necesariamente opciones morales o inmorales. Se pueden bajar ciertos impuestos confiando en que el Estado recaude más por otras vías, o aumentando el ahorro. Y el ahorro no tiene por qué ser en los antibióticos ni en la papilla del abuelo, puede ser en hormigón de ministerios, en menudeo de chiringuitos o en entrevistadores de Sánchez.

El problema que tiene la izquierda con la bajada de impuestos no es que no se puedan mantener los servicios públicos, sino que daña su estrategia de colonización de la sociedad

Moncloa tiene un problema con esto de que bajar impuestos pueda ser también de izquierdas, como ya dijo Zapatero, porque creo que la contradicción es insalvable (las contradicciones, es cierto, tampoco es que le importen mucho a Sánchez, que tiene su propia lógica de peluche como su propio avión de peluche). Moncloa dirá que, aunque las circunstancias no lo recomiendan (los tacañones de Europa y tal), bajar impuestos sí puede ser de izquierdas, mientras se baje a las rentas bajas y no a esos riquérrimos que desgravan el caballo, la villa y el Murillo. Ahí está todavía la diferencia, ancha diferencia moral suficiente para que la gente no confunda las derechas y las izquierdas ni siquiera en lo que es de sentido común. La contradicción es que así se demuestra que no era cuestión de volumen de recaudación (los riquérrimos son pocos y no dejan tanto a Hacienda como el currito), sino de venganza de clase. Es decir, no importan tanto los servicios públicos como el relato ideológico, la humareda de los puros y el charol del dinero, o sea la demagogia.

Eso de que bajar impuestos sea también de izquierdas no es ni verdad ni mentira, que aquí todos han hecho una cosa u otra cuando ha convenido, como se han hecho amigos de los señores de los puros también cuando ha convenido. No es ni verdad ni mentira, pero no deja de abocar a la izquierda a la contradicción. Supongo que los servicios públicos importan menos si estás a punto de perder las elecciones, si nadie cree ya a Sánchez y además la gente no tiene ni para la ensalada de tomate, esos tomates que ahora parecen frutas extraterrestres, casi carnívoras, que te muerden la mano a ti en el mercado. Entre la tradición y la emergencia, habrá que hacerle caso a la emergencia, por eso Ximo Puig parece ahora casi un ayuser.

Ximo Puig baja impuestos, siquiera con asterisco izquierdista, como esos anuncios de coches financiados, porque la emergencia es superior a la tradición e incluso a la coherencia. Yo sigo creyendo que más importante que la cantidad de dinero es cómo y dónde se usa, y que la relación entre recaudación y niveles de servicio público tiene más agujeros y ratoneras que equivalencia. De hecho, el problema que tiene la izquierda con la bajada de impuestos no es que no se puedan mantener los servicios públicos, sino que daña su estrategia de colonización de la sociedad. O sea, que más que desahuciar a enfermos con ruedines, lo que duele es desahuciar a monitores ideológicos y a asociaciones de alfareros o amas de casa subvencionadas.

Impuesto no es lo mismo que servicio público, habrá que ponerlo también bajo un asterisco. Todavía recuerdo cuando el socialísimo socialismo de Susana, a la vez que escondía los papeles de los ERE, también escondía a 500.000 pacientes de la escandalosa lista de espera de sanidad. Su izquierdista método consistía en derivarlos a centros concertados y borrarlos de las listas del Servicio Andaluz de Salud. Ahora, quizá Sánchez borre también sus damnificados y apendicectomizados a medias, a la vez que los de la derechona. No serán iguales, claro, porque los suyos tendrán el asterisco moral de la izquierda.