Isabel Rodríguez, ministra portavoz o ministra de ludoteca, ha dicho que con Feijóo no se puede jugar ni al parchís, y lo decía con autoridad, que iba ella como vestida de ficha roja del grupo Parchís, precisamente. Rodríguez a mí me parece una autoridad en el parchís, como Teresa Rabal me parecía una autoridad en botones, petos y coletas. Rodríguez tiene algo de Chilindrina del Consejo de Ministros, ahí atendiendo a toda la reunión con el burbujeo de sus pecas de Peta Zetas y quedándose al final, como conclusión, argumento, arma o premio de la tómbola, con un parchís magnético al que jugará con un osito cojo de botón y tuerto de muelle. Yo, la verdad, veo poca maldad política y poca mala leche en esa metáfora del parchís, que es como dispararte con un corcho. Nadie se imagina a ningún malo, ni siquiera a Feijóo, jugando al parchís, contando veinte con su cara cruzada por una cicatriz como por un ciempiés. Aunque lo que tiene más gracia es que acuse a Feijóo de hacer trampas en el parchís dominguero un Sánchez que hace trampas no ya en el póker sino en la ruleta rusa.

Isabel Rodríguez llega de los Consejos de Ministros con juguetes o migas en la falda, para dar de comer a los periodistas como a bebés o a pájaros. Tiene algo de infantil y algo de macabra su sonrisa de velcro, esa sonrisa como arrancada a otro con la que nos cuenta asombrosas atrocidades sanchistas con un espíritu de cuentacuentos o de bruja de casita de chocolate, no se sabe nunca muy bien. En sus palabras, que salen siempre antinaturalmente de esa sonrisa, como si los tragabolas devolvieran las bolas, pactar con los filoetarras puede convertirse en algo “que no divide”, la recentralización fiscal sólo será “armonización”, la inflación puede servir para hablar de “dar tranquilidad a las familias”, y todo así. Isabel Rodríguez usa sonrisa de inyección y usa también juguetes de hospital, que son más un cebo para el sufrimiento que una compensación por él. Y el último juguete, en ese ministerio piñata o ese ministerio de ogros que es el suyo, es ahora el parchís.

Isabel Rodríguez no saca ahora el parchís de su falda nutricia y sus bolsitos de Mary Poppins porque Feijóo juegue a eso con trampas aviesas y la sonrisa malvada llena de pipas, como un espantapájaros de película de miedo. Rodríguez no saca el parchís para infantilizar la malicia de Feijóo, como un abusón de recreo, sino para infantilizar la inocencia del Gobierno. Es el Gobierno el que juega al inocente parchís, que diciéndolo mucho suena a resfriado de niño, a risa y estornudo de meterse un dado en la nariz o de rozarse con los bigotes del señor Don Gato. Esto no es ninguna tontería, porque Sánchez está en realidad en el último vagón del póker, el póker con revólver y con mano del hombre muerto; está en el casino jugándose el Estado con dados soplados por una dama con escote de tragaperras; está en el sotanillo de la Moncloa apostando la democracia y el dinero que no son suyos a la ruleta rusa, con el cañón, frío y sentenciador como un estetoscopio, en nuestra cabeza. Ponerlo en un parchís es como absolverlo o borrar su pasado, que es lo que más necesita Sánchez ahora.

Rodríguez no saca el parchís para infantilizar la malicia de Feijóo, como un abusón de recreo, sino para infantilizar la inocencia del Gobierno.

El parchís de Rodríguez lo que hace es sacar a Sánchez de ahí, de toda esa sordidez, ponerlo en un domingo de emparedado de oso Yogui a la vez que pone a Feijóo de malo, un malo como de película de campamento. Subastar el Estado en una rifa como la de Utrera, repartirse o regalar jueces como figuritas de ébano, cambiar el código penal por exigencia de los condenados, ése es el inocente parchís del Gobierno, parchís al que no se puede jugar con Feijóo, que no acepta las reglas de la casa, o sea las reglas de Sánchez. Rodríguez saca lo del parchís no porque Feijóo juegue al parchís sino porque es el Gobierno el que juega al parchís, al inocente parchís de los jubilados, de los convalecientes, de los pícnics, de los aburridos, de los matrimonios (ese sexo tranquilo que es el parchís)… Y así, el tramposo del parchís nos hace olvidar al tramposo de la ruleta rusa, el propio negocio macabro de la ruleta rusa.

Feijóo a lo mejor no juega muy bien ni al parchís de Sánchez ni al ajedrez persa de la política nacional, que no es ese tranquilo sonido de pote gallego en el fuego al que quizá está acostumbrado. En esta negociación sobre el CGPJ, Feijóo se ha equivocado en las expectativas, en los tiempos, en las excusas y en el tembleque con el que se ha retirado o quizá aún no se ha retirado, que no sabe uno ya qué pensar. Pero donde hay trampas y treses en la manga, donde se apuesta la democracia misma como la alianza de boda, es en la timba indepe o revolucionaria, allí en el último vagón de Sánchez, en el casino sin ventanas en el que se ha convertido el Gobierno. Un malo de parchís parece un malo que bebe leche o un malo de Fofito, por eso la comparación de Isabel Rodríguez la ve uno con poca malicia. Pero justo ahí está su tino, porque no se trata de hacer de Feijóo un malo de tacataca descubierto, sino que se trata de hacer de Sánchez un malo de saloon rehabilitado.

Feijóo no está teniendo suerte con los dados, con los descartes o con los faroles, pero es Sánchez el del vagón del póker patibulario y el de la ruleta rusa con sonido de sonaja de muertos; es Sánchez el que hace trampas y tratos apostando nuestro dinero y nuestra cabeza. Feijóo, juegue mejor o peor, la verdad es que sólo apuesta con lentejas, como en los bingos de vieja de sus cuentas de la vieja.