La Sanidad ha llegado como un otoño de esparadrapo que cae sobre los tréboles, ha llegado astronómicamente o incluso mágicamente, llenándolo todo de mantas, charcos, estornudos y gorrioncillos de gente por la calle. Me refiero a que médicos faltan siempre, los análisis tardan siempre, y la señora de la cola tarda siempre, la que más, mientras busca y enseña su radiografía con penumbra de bodegón, más como una herencia que como una prueba diagnóstica, más como la foto de un abuelo que como la foto de boda de su esqueleto, que es lo que parecen todas las radiografías. Todo esto ya pasaba, decía, y nadie salía a la calle por la Sanidad como por una nevada o por un año nuevo chino, con tambores y dragones, con patines y pompones. Pero ahora la Sanidad ha llegado (antes sólo estaba en la fresquera de los cielos y en el baúl de los partidos políticos), y sentimos la enfermedad súbitamente, como el frío, y sentimos el pulso en la sien, como el sol apostado tras las esquinas, y sentimos la sangre en la garganta, como fruta de temporada. La Sanidad ha llegado y lo mismo la ha traído una paloma enfermiza o la ha traído Ayuso como una castañera de hermosas manos frías.

La Sanidad ha llegado, al menos a Madrid, donde quizá llega antes, como las cosechas de ropa de El Corte Inglés, como esa Navidad temprana y compactada de Madrid que es como corcho compactado en espera de repartirse para toda España, igual que los décimos hojaldrados de Doña Manolita. La verdad es que por Zaragoza, por Guadalajara o por Badajoz la Sanidad sólo parece Correos, algo que es más o menos igual en todas partes. Pero la Sanidad de Madrid es especial, deben de estar en Madrid algo así como las cocheras de todos los ángeles de ambulancia de la Sanidad, y todas sus diosas de la salud o del inframundo, ahí dentro de sus fuentes como bandejas con forma de riñón, que a lo mejor eso es Ayuso, diosa de los muertos con ojo egipcio y ala de encaje. Como sea, uno se puede morir a la puerta del ambulatorio como a la puerta de una posada de villancico, o rezándole al bote de orina como a un cáliz artúrico, solamente si está en Madrid. Por ahí fuera lo mismo te mueres igual pero te mueres sin épica y además te mueres, muy vulgarmente, de tu enfermedad. Sólo en Madrid se muere uno trágica e inevitablemente de Sanidad, como el que se muere de pleuresía o de presidio.

La Sanidad sólo puede ser de Madrid, como el Cielo de Madrid o la Gloria de Madrid, esa Sanidad de Madrid que es la inspiración, la ambición y el destino de los enfermos como de los poetas

Por ahí fuera también faltarán médicos, que faltan en todos lados porque los políticos los tratan como a camareros con guantes de servir; por ahí también los muertos adelantarán con ruedines a su especialista, que a veces nadie corre tanto como un muerto; por ahí también las horribles camas articuladas se apilarán horriblemente como horribles insectos; por ahí también se nos perderán o se nos hundirán los ecografistas, que parecen vivir en submarinos; pero eso a lo mejor no es la Sanidad sino la fatalidad. La Sanidad sólo puede ser de Madrid, como el Cielo de Madrid o la Gloria de Madrid, esa Sanidad de Madrid que es la inspiración, la ambición y el destino de los enfermos como de los poetas (ya ven que coincide la llegada de la Sanidad, con viento ensabanado y frío de aguja, con el otoño de los poetas, que ya se ponen bufanda de bronce esperando la glorieta). En Castelldefels o en Malpartida ya digo que lo mismo te mueres igual, pero no hay un poeta o un zancudo al lado que le haga el gorigori o la cabriola a la sanidad pública, o sea que te mueres para nada o a lo mejor ni te has muerto. Sólo en Madrid se muere uno total, pedagógica y reglamentariamente, con cédula de héroe y esquela en El País, como todo un señor notario alférez de complemento, pero en progre.

La Sanidad ha llegado de repente, como un cometa helado, al menos a Madrid. La ha traído gente que venía como con el botiquín de trinchera o con el megáfono con margarita de la Marcha a Rota, y no sé si ya, después de Madrid, se llevarán la Sanidad a otro sitio, en su tren nevado de algodón o en su turné musical. O no hace falta, que quizá eso sería como levantarse contra los carteros zaragozanos. Los números, que contienen verdades y trampas, dicen que Madrid es la autonomía que menos invierte en sanidad por habitante, pero su lista de espera es de las mejores, como la lista de sus hospitales. Es cierto que las urgencias extrahospitalarias con médico están mejor que con enfermero o con cura con hisopo, pero lo importante es que haya un hospital cerca, no que en el ambulatorio te puedan tratar un ictus, que me parece una exigencia idiota. Es cierto que faltan médicos pero también que, mientras llegaba o no llegaba la Sanidad en nube o en autobús, se empezaron a dar de baja en masa, como en una intoxicación de cuentitis o electoralitis.  Y es cierto que, en vez de hablar de la sedición y los sediciosos, estamos hablando de si la señora con la radiografía eterna de Madrid sufre más o menos que la señora con la radiografía eterna de otro lado, que yo no lo creo, porque la cosa tiene que ver más con la eternidad del asunto que con la señora o la radiografía.

Ha llegado la Sanidad a Madrid, ya ven, como podría haber llegado a cualquier sitio y en cualquier tiempo, que es lo que suele ocurrir con estas reclamaciones por la salud, por la vida, por el pan o por el planeta, que son entrañables y eternas como la señora de la radiografía. Eso sí, también son graduables, claro, como cuando en la sanidad andaluza chavesiana y poschavesiana el milagro del silencio sindical parecía un milagro de Lourdes que la medicina no podía explicar. Ha llegado la Sanidad a Madrid, en fin, cuando toca, en víspera no de infecciones sino de elecciones. Por supuesto, no es que la Sanidad viva en las torres de Madrid como una diosa con carcaj ni una cigüeña con gorro de enfermera, ni que la traigan ahora de novedad como si trajeran el cloroformo. Lo que pasa es que en Madrid está Ayuso, que es a la que vienen a ver y a conquistar como se viene a ver El rey león y como se viene a conquistar, tonta y catetamente, la gloria de palomar de las rotondas.