Algunos condenados por agresión sexual han visto reducidas sus penas gracias a la ley Montero, la del ‘sólo sí es sí’, así que la ministra de la sororidad, de la Amazonia y de las mujeres quizá autodeterminadas pero siempre frágiles está enrabietada y confusa. Esa ley suya era sobre todo retórica, reverberante, más ejemplarizante en verso que en sustancia, o sea que era más importante ponerle al delito otro nombre más sonoro, o meter toda la ley en una pegatina, que hacer que los tipos y las penas fueran coherentes y proporcionados. Como un juez no puede condenar ni absolver a pancartazos, ni con batucadas, y la ley estaba hecha pensando sólo en la rima, ahora hay unas penas mínimas o máximas que han cambiado o bailado y que los reos empiezan a reclamar. Montero culpa a los jueces por no saltarse su propia ley para darle gusto a su eslogan, ya ven, pero a mí esto me deja una esperanza: lo mismo la reforma de la sedición y la malversación acaba dándose la vuelta o disolviéndose igual, por la mala literatura de la ley o por la propia costumbre sanchista.
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