Hace unos días que nos abandonó la voz del feeling de aquellos años 80 en los que todo era posible. Ha dejado un eco sordo, denso, repentino. Como el del final de otras canciones que no eran las suyas. Las de Irene Cara solían acabar en fade out, como yéndose poco a poco, como no queriendo terminar nunca.
Se ha contado mucho sobre la oscarizada, sus orígenes en el Bronx, y sus raíces cubanas por parte de madre y puertorriqueñas por las de su papá, obrero y saxofonista. Ese fue el caldo de cultivo perfecto para probar suerte en las artes escénicas, pero trabajando duro. Se aplicó de lo lindo el discurso de la serie Fama, en la que, a diferencia de la película, no participó.
Claro, la fama cuesta. Por eso los orígenes humildes crean estrellas muy trabajadoras.
Hemos pasado prácticamente la totalidad de su vida sin querer saber mucho más de esa artista
¡Qué curioso! Con apenas un par de éxitos musicales, Irene Cara es considerada uno de los símbolos de los años 80. Será porque no es a ella a quien echamos de menos. Hemos pasado prácticamente la totalidad de su vida sin querer saber mucho más de esa artista a la que todos recuerdan queriendo darle su sitio cuando ya es tarde. En realidad lo que echamos de menos es la cultura del “esfuérzate y lo conseguirás” que se escondía detrás de la “moralina” de las series y películas de aquella década. Echamos de menos tener certezas. Tenemos nostalgia de un tiempo en el que todos sabíamos a qué atenernos, fuera bueno o malo. Llegaba la información templada, a bocados, entre pan y Nocilla. Quien tenía la suerte de viajar se convertía en gurú inspirador. Quienes venían de Manhattan o Londres nos enseñaban ropa, complementos, música, tecnología… que luego veíamos en películas y conciertos de las giras internacionales de los más grandes.
Tampoco pedíamos más. Porque uno no desea lo que no conoce. Por eso salíamos del cine, tras unas de esas cintas, pletóricos, deseando comernos el mundo a lo american style. Con esfuerzo, y unas mallas llamativas compradas en unos grandes almacenes, millones de jóvenes en todo el mundo se preparaban para la fama. Esa ilusión es la que se transpira en los clásicos de la mujer que nos dejó misteriosamente hace horas.
Fama nunca morirá. Se encarna en cada uno de los impulsos que declaran sentir infinidad de personas y aquellos que todavía no se han rendido. Porque hasta en el empleado gris con la labor más rutinaria del mundo, hay un artista. En mayor o menor medida, todos hemos recibido esos dones, y eso nos convierte en depositarios y responsables de hacerlos crecer. O no, claro. Quizá el sueño ahora sea hacernos ricos con criptomonedas, pero aquel es el pequeño Universo que creamos y que ahora añoramos.
Ahí está la canción que encumbró a la norteamericana de sangre latina. Pasó seis semanas en el número uno del Billboard Hot 100 y encabezó las listas de todo el mundo. Recibió la certificación Gold de la Recording Industry Association of America por ventas de un millón de copias y ganó el Premio de la Academia y el Globo de Oro a la Mejor Canción Original y con ella consiguió el Premio Grammy a la Mejor Interpretación Vocal Pop Femenina. Ella sí cumplió entonces, en aquel 1983, el sueño de la década.
Decir “What a Feeling” (Qué sentimiento) tiene unas implicaciones robustas, instaladas en nuestro subconsciente colectivo como especie. Podíamos ir en bicicleta por la ciudad, llevar puestos los auriculares por la calle mientras bailábamos, y sobre todo creer que al final todo era posible. ¿Lo fue?
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