Irene Montero, con verso trágico o quizá sólo de romanza, ha dicho que no va a permitir que se toque el “corazón” de la ley del ‘sólo sí es sí’, que a lo mejor sólo es su propio corazón, ese corazón que se llena de soberbia y se encoge de berrinches. La desastrosa ley se rectificará, aunque la ministra aún no se atreva a llamarlo así, pero habrá que tener cuidado de no tocar ese corazón con tirita o ese corazón con hipo, ese corazón de sangre o ese corazón de porcelana. Quizá está feo aplicar la lógica con todo este ramaje de corazones en flor en la cara, pero, una de dos, o bien acabar con la rebaja de penas no toca ese corazoncito de la ley, y por tanto no hay motivo de preocupación, o la rebaja de penas forma parte de ese corazoncito, lo que sería aberrante. Yo creo que el corazón de la ley, en realidad, es una pegatina, un tatuaje de copla, una pintada de persiana, una rima de la Complu como una rima de tuno. Y que lo trágico es que a Montero le duela más que le toquen la pegatina que no que los violadores salgan a la calle con un ramo de rosas de parte del ministerio más feminista de la historia.

Cuando se metió el verso como ley, resultó que el precio de la literatura mala era el beneficio para cientos de violadores

El corazón de la ley, ese corazón de papel o de tiza, siempre fue propaganda, o sea siempre fue literario, y la literatura no la puedes modificar sin cargarte el significado, la intención, la épica, el arte. Modificar la ley del ‘sólo sí es sí’ sería cargarse la performance, el ritual, el relato de fogata que cuenta la historia de que tuvieron que llegar ellas o ellos o elles para “poner en el centro el consentimiento”, que evidentemente ya estaba ahí. La ley salió de un cántico, “no es abuso, es violación”, que no era ya semántico sino simbólico, o sea que formaba parte de una mitología, no de una gramática. Pero la literatura tiene mala traducción en el derecho, y al revés, claro. Tiene todo el sentido que haya tipos penales diferentes según la violencia ejercida (si sacar o no la navaja resulta irrelevante, el delincuente la sacará para asegurarse el éxito). Pero esto, claro, no cabía en el verso. Viceversa, cuando se metió el verso como ley, resultó que el precio de la literatura mala era el beneficio para cientos de violadores. Aunque eso no afectaba al corazón pedregoso del asunto, que era, como digo, el mito.

Por defender el mito, que es como una literaturidad de lo social, Montero ha resistido contra el derecho, contra la lógica y contra la ética. Su mito era ese patriarcado cojonciano que incluso en sus leyes seguía asumiendo la “cultura de la violación”, y la nueva buena era la posibilidad de hacer unas leyes purificadoras, adánicas (o evíticas), mágicas en cierto modo, a la vez poesía y justicia, una cosa que tenía que resultar, como ha resultado, cargante, bíblica, contradictoria y, ya lo hemos visto, contraproducente y hasta inmoral. Como los mitos tienen que mantenerse invariables e infalibles, cualquier fallo en sus dictados o en las profecías, igual que ocurre con los milenaristas de secta de ruló o iglesia de pajar, sólo confirman más la creencia. En este caso, el patriarcado reacciona y los jueces fachas y machistas, en sus tronos con los cojones colgando como una estola, como en esa leyenda sobre los papas, se dedican a soltar violadores para dejar mal la ley y la verdadera fe. En boca de Montero y los suyos, los jueces, membranosos, coruscantemente negros, tienen todos los atributos del Diablo de esos curas de cristazo y sobao. Hasta Carmena era una traidora, un Judas con jerseicillo pelusero.

La verdad es que lo de la mujer provocando sólo lo están empleando ellos con Ayuso, que su feminismo no la considera una fémina sino algún otro engendro de su mitología

Montero no puede hacer otra cosa que defender su mito, que ésa es su vida entera, contenga o no contradicciones, absurdos, inmoralidades o crueldades, como ocurre con todos los fanatismos. Lejos de ver el error o la maldad de sus actos, incluso con los violadores saliendo con tarjeta regalo del Ministerio, ellos sólo ven al Maligno. Así que la ministra o suma sacerdotisa nos advierte ahora de la “ofensiva de la derecha política, judicial y mediática” (se dice así, con sus tres ejércitos), que está deseando volver a eso de que iba provocando con la minifalda, la minifarda de Manolo Escobar, esa minifalda de los toros, esos toros con garbanzos de Paco Gandía o algo así, que hasta esas alturas de gallardete españolazo puede arborizar el mito si hace falta. La verdad es que lo de la mujer provocando sólo lo están empleando ellos con Ayuso, que su feminismo no la considera una fémina sino algún otro engendro de su mitología, mezcla de gorgona y serpiente del Edén. Los demás, la derecha untuosa y hasta la izquierda modosita, en realidad se conforman, de momento, con que dejen de salir violadores a la calle, que yo creo que ya en las cárceles tienen a la ministra Montero en las plegarias con Los Chichos y en las taquillas con Samantha Fox.

Irene Montero habla del corazón de la ley pero yo creo que nunca quisieron hacer una ley, ni justicia, sólo una chapa, o sólo un culebrón, o sólo una gran fogata para la propaganda de sus cielos trompeteros y sus miserables infiernos literarios y vengativos. Montero no ha querido modificar la ley, y sigue sin quererlo, porque, como a todos los fanáticos, le preocupa más que se ponga en duda el dogma que no que los inocentes sufran. Las mujeres aturdidas y asustadas ante esta ley nefasta y absurda serán sin duda consideradas bienaventuradas mártires de la causa, cosa tristísima. Y quizá los violadores beneficiados lleguen a alcanzar el estatus evangélico de buen ladrón o Judas necesario, cosa repugnante. Irene Montero habla del corazón de la ley, que ella menciona recogiendo y empequeñeciendo mucho las manos, como si fuera un corazón de colibrí o un corazón robado. Pero esta ley, que nunca tuvo cabeza, ha demostrado que, sobre todo, no tiene corazón.