El Gobierno de Sánchez, que siempre estuvo roto, con esa cosa de tazón mal pegado o de dentadura postiza que se cae cada dos por tres como un ojo de cristal; el Gobierno, decía, se vuelve a romper con la ley del ‘sólo sí es sí’. Y no es tanto por las ideas sobre la mujer y su bien, esas ideas un poco marianas y evangélicas que tiene esta izquierda sobre la mujer, aún más que la derecha, sino porque ya toca. En realidad, las mujeres, su libertad, su miedo y su sexo, ese sexo primigenio donde nacen las mitologías, las culturas y los abismos, hace mucho que quedaron olvidados en la pelea por el sitio ideológico, la oportunidad ideológica y la supremacía ideológica. No hay más que ver la despreocupación, el pasotismo y hasta el jolgorio que ha mostrado Igualdad ante el dolor y la estupefacción que producía entre las mismas mujeres abusadas la rebaja de penas. La ínclita Pam, vestida como Teresa Rabal y haciendo monólogos y risas con los violadores que salían a la calle, nos queda como demostración de que la mujer que sufre no les preocupa tanto como la mujer que les venga a sostener la pancarta, como una esclava con paipái.

El Gobierno de coalición se rompe, toda la alianza Frankenstein se rompe, con sus costuras podridas y sus clavos de ataúd mal puestos, aunque así llevan toda la legislatura, claro. El PSOE está cerca de tener que recurrir al PP para la reforma de la ley de ‘sólo sí es sí’ porque sus socios han decidido irse con Irene Montero a la caza del Estado machirulo, o del Estado sin más, que de lo que se trata es de acabar con el Estado. La cosa se rompe, o al menos se tambalea calculadamente, no por las mujeres libres o temerosas, sino porque ya toca. Sánchez, que ha gobernado complaciendo a extremismos y fanatismos, tenía que espantarse de repente por esos mismos extremismos y fanatismos. A su vez, esos extremismos y fanatismos tenían que reivindicarse frente a un PSOE en el fondo burguesón y españolazo, al que le tiemblan las piernas ante los jueces con tricornio, los ricos con babero y los periodistas como mamachichos de Florentino Pérez. Podría haber sido por cualquier otra cosa, pero ha sido por esta ley, que no va de la mujer ni de la violación sino de supervivencia.

Lo mejor es irse al Código Penal, porque en los escenarios en los que Irene Montero o Ione Belarra se pasean con una cosa entre rapera, domadora y samurái sólo hay coreografía, gongs y mentiras. Tomen el Código Penal de Montero, compárenlo con la ley anterior y con la reforma que ha propuesto ahora el PSOE (casi idéntica, por cierto, a la que hizo el PP), y a ver si son ustedes capaces de encontrar algo que suprima la necesidad del consentimiento o que hable de cerrar fuerte las piernas. En cambio, sí se ve que, por ejemplo, donde antes ponía de 5 a 10 años las feministas pusieron de 2 a 8 años, sin duda por pedagogía. Mirar el articulado de las leyes, no el rapeo de Montero, un rapeo como con tigre de la mano, eso es lo que nos puede traducir del podemita a la realidad. Eso, claro, también es traducir del sanchismo a la realidad, porque esa ley no se aprobó en el gineceo de Igualdad, con Montero y Pam vistiendo pantalón de peto a juego, sino en el Consejo de Ministros, bajo la dignidad y la autoridad de Pedro Sánchez y de mucho arte contemporáneo agónico como él.

Esto se rompe, se rompe de nuevo, se rompe sin romperse del todo, claro, que tampoco es que Irene Montero se vaya a ir al Retiro a pasear a su tigre rapero, que un ministerio siempre es mejor. Pero nada de esto tiene que ver con la mujer, sino con el espacio y el tiempo políticos. Nunca tuvo que ver con la mujer, si acaso sólo con la mujer como producto, como simple nicho de negocio, que ya es difícil concebir algo menos feminista y menos de izquierdas. Producto y oportunidad, puro capitalismo. Podemos identificó otro nicho de negocio, como el descontento del 15-M, en este caso la mujer que de repente llenaba las calles diciendo “no es abuso, es violación”, o sea que compraba una palabra en vez de pedir justicia. Eso fue lo que hizo Podemos, venderle la palabra embotellada olvidando la justicia, o incluso saboteando la justicia, que es una manera de sabotear el sistema. Para vender una mera palabra como nueva justicia había que decir que lo de antes no era justicia, sino otra forma de violencia patriarcal. Eso los convertía, además, en fundadores de la nueva justicia, del nuevo feminismo, de la nueva liberación y del nuevo Estado. No era nada de eso, sólo cambiaron una palabra mientras las mujeres sufrían igual o más y los violadores sonreían. Eso sí, si todo era una palabra, no se puede renunciar a esa palabra que lo es todo, sufran las mujeres o se venga abajo el mundo. Es lo que está pasando ahora.

Esta ley es perfecta. Es una ley que define al sistema como el verdadero violador, que quiere demostrar que la justicia es imposible en este sistema

Lo decía yo el otro día, esta ley es perfecta. Es una ley que define al sistema como el verdadero violador (con el otro violador, apenas un agente ciego, no sirve ser “punitivo”, recuerden). Es una ley que quiere demostrar que la justicia es imposible en este sistema, se mantenga esa ley o se modifique, porque en ambos casos el sistema vuelve a imponer su violencia a través de los jueces cojoncianos o de los partidos con tembleque. Es una ley que los coloca a ellos como mesías de esta nueva época de feminismo, de justicia y de dignidad, y hasta como mártires, ya lo estamos viendo. Pero nada de eso es verdad, sólo cambiaron una palabra, abrieron las cárceles y confundieron con el caos y con la mentira.

La ley es una ley antisistema total, que sirve ante todo para negar la propia ley y proponerse ellos como alternativa. Nunca tuvo que ver con las mujeres. Tampoco lo demás suyo tuvo que ver con la clase, los pobres, los pueblos, las identidades o la democracia. Todo es mercancía, que a eso Gramsci lo llamaba hegemonía y Laclau lo llamaba significante vacío, pero viene a ser lo mismo. Todo es mercancía, las palabras y hasta las mujeres pintadas de lila, como virgencitas de Fátima fluorescentes para creyentes desesperados o bobos. Todo es mercancía, y aunque cada vez les quedan menos clientes, ahora toca vender otra vez.