Pedro Sánchez se ha tenido que ir a Viena, la ciudad que es como un violín de hojaldre, para darse cuenta de que su socio Podemos hace “ruido”. Sánchez ya está por el teatro de Europa, haciendo su ballet como un bailarín de paquetón, preparando la presidencia española que a él le debe de parecer como montar El lago de los cisnes, y ahora resulta que le molesta el ruido de Podemos, como el ruido de una tómbola, y a lo mejor le molesta hasta el ajo español, como a Victoria Beckham. Viena en realidad es un poco como un Madrid de los Austrias con orujo de valses y más chocolate que tocino, pero Sánchez allí se pone el guante de baile, se pone rapé, se pone sensible, se pone exquisito, se pone olvidadizo y a lo mejor se pone cateto. En Viena, con el Danubio como un río de encajito y la música como el azúcar que le han echado a la ciudad por encima, Sánchez ha descubierto que Podemos es ruido a dos carrillos y que no se le puede llevar a la ópera, aunque se le pueda meter en la Moncloa, en la Comisión de Secretos, en el Código Penal y hasta en los genitales de coño de la Bernarda del españolito.

En Viena, que es una cajita de música, Sánchez ha tomado conciencia de todo ese ruido podemita que ya había estado soportando y que seguramente en España no notaba porque aquí todo es ruido. Igual que uno se termina acostumbrando a la obra del vecino, esa obra eterna, arqueológica o ferroviaria; o al somier del vecino o al baño del vecino, que nos hace imaginar a un vecino del Oeste, follando y bañándose con el banjo y con las botas; igual que uno se termina acostumbrando a todo esto y a más, Sánchez se terminó acostumbrando al podemismo, que llegó a ser sólo un zumbido de frigorífico o así. El extremismo, el iliberalismo, el posmarxismo, el populismo, el martilleo antisistema, la revolución con el puñito picapedrero, la matraca del Régimen del 78, las leyes con megáfono en la oreja o en la ingle, que te volaban la cabeza o los genitales, y hasta el ‘sí es sí’, que sonaba a rueda pinchada, todo eso terminó siendo para Sánchez como una brisa musical, como una barcarola de Chopin.

Todo ese ruido de Podemos, incluso con Pablo Iglesias todavía con pandereta y carraca en los atriles gubernamentales, apenas le llegaba a Sánchez como un ruido de fondo urbano, más amigable que molesto, esa compañía o esa nana que llegan a hacer el tráfico y el zarzueleo de la ciudad y la gente, y que son como una nana del Danubio, o eso le parecía a Sánchez hasta que llegó a Viena, donde todo suena a porcelana que en realidad nunca suena. Sánchez tenía el oído acostumbrado, taponado o perdido, o a lo mejor es que a él toda esa charanga de Podemos le seguía sonando a música, al menos mientras las encuestas aún le perdonaban la vida. A lo mejor es que Sánchez es como un Beethoven de la progresía, que sigue haciendo progresía, incluso mejor progresía, totalmente sordo, sordo lo mismo para el piano, para la criada, para la lógica y para la moral. 

Podemos hace ruido y tiene "intenciones electoralistas", mientras que Sánchez hace historia y bordado y sólo tiene intenciones resolutivas y prácticas

Sánchez, en Viena, parece que oyó el silencio, que suena a paso de baile, y enseguida se fue a unos periodistas con el descubrimiento, un descubrimiento que traía, inevitablemente, el reproche a Podemos, tan ruidoso y cacharrero. Podemos sólo hace ruido, “genera ruido”, que parece que dijo el presidente, como queriendo hacer de ese ruido podemita una máquina sistemática o al menos un proyecto ingenieril. Por el contrario, Sánchez sólo hace historia, que es una labor silenciosa, aunque no callada: ya se lo dejó claro a Máximo Huerta, que aunque sólo venía a dimitir se llevó de aquel encuentro con el presidente algo así como una nao del V Centenario sanchista ya preparada y firmada. Podemos hace ruido y tiene “intenciones electoralistas”, mientras que Sánchez hace historia y bordado y sólo tiene intenciones resolutivas y prácticas. A mí, la verdad, lo más resolutivo y práctico me parecería acabar con ese ruido. O sea que uno no entiende que Sánchez se vaya a Viena a patinar en el silencio, con vela de arpa, para desmontar la feria de Podemos, en vez de desmontarla aquí, echándolos de sus ministerios de histeria y batukada.

Pedro Sánchez se ha ido a Viena, ciudad que parece un clavecín abierto al cielo, y allí se ha dado cuenta del organillo o la gaita que es su socio, o sea su propio Gobierno, esa orquesta de circo. Sánchez ha empezado su gira por Europa, gira como del Bolshoi de la Moncloa, gira de figura que duerme con antifaz en hoteles que ya son sinfónicos desde la fachada, y, claro, se le ha sensibilizado el oído como se le sensibilizan la piel o el estómago a las grandes estrellas con tutú. Parece que va a visitar todavía como 15 países, que yo creo que tiene tiempo para que le vaya modulando todavía más el oído y hasta el acento, y regrese de la presidencia europea con sensibilidad de pianista lánguido, hablando incluso ese idioma de la sensibilidad absoluta de los concertistas, que es una mezcla de inglés, alemán y desmayos de cine mudo.

Beethoven murió en Viena, sordo y despeinado para las láminas, pero Sánchez, nuestro genio sordo o con exquisita oreja, muy selectiva y muy olvidadiza, aún no sabemos si lo que ha hecho allí ha sido recuperar el oído de verdad o disimular amaneradamente la congénita sordera. Quizá la sordera con Podemos nunca se fue o quizá vuelva pronto, con el olor a ajo de su política, con el confortable ruido del vecino, que al fin y al cabo gracias al vecino con banjo y con espuelas tiene Sánchez casa en la Moncloa. Seguramente, Sánchez está sordo aquí y en Viena.