El pasado viernes dimitió el presidente de la BBC, Richard Sharp tras la publicación de un informe encargado por la empresa pública de comunicación en el que se pone de manifiesto que el ya dimitido intermedió a finales de 2020 en la concesión de un crédito de 800.000 libras al entonces primer ministro Boris Johnson. Sharp había sido un alto ejecutivo del banco de inversión Goldman Sachs y había donado 400.000 libras al Partido Conservador.

Johnson tenía apuros económicos porque se acaba de divorciar de su tercera esposa y, además, tenía que pagar las reformas que había hecho en Downing Street. Parece que ningún banco estaba dispuesto a darle el dinero al primer ministro si no había alguien solvente que le avalase. Sharp tenía un amigo canadiense y multimillonario, Sam Blyth, al que propuso la idea de convertirse en avalista del primer ministro en una cena celebrada en un exclusivo restaurante de Londres. Hasta ahí, lo único que llama la atención es el desbarajuste en el que vivía Johnson.

La cuestión es que Sharp le había dicho, antes de cerrar la operación, a Boris Johnson que presentaría su candidatura a la presidencia de la BBC, puesto que luego ocupó. ¿Era un do ut des: yo te ayudo con el crédito y tú me das el puesto? Es probable. Aunque lo que ha llevado a dimitir a Sharp, y eso es lo que recoge el informe hecho por el abogado Adam Heppinstall, es que el ex banquero no comunicase al comité que debía decidir su elección un hecho que claramente suponía un conflicto de intereses.

La noticia que levantó el escándalo la publicó The Sunday Times el 21 de enero y Sharp sólo ha podido aguantar en el cargo tres meses, a pesar de sus agarraderas en el Partido Conservador; por ejemplo, que durante su etapa en Goldman Sachs fue jefe del ahora primer ministro, Sishi Sunak, quien después le contrató como asesor cuando fue ministro de Economía.

Sharp había sufrido ya fuertes críticas cuando la BBC suspendió al ex futbolista Gary Lineker (que llegó a jugar el el FC Barcelona en 1986) del programa en el que participaba, Match of the day, por haber criticado la política migratoria de Sunak en un su cuenta de Twitter.

La dimisión del presidente de la BBC nos pone ante el espejo de una constante en la política española: el amiguismo

Aunque el cargo de Sharp tiene que ver con la gestión y no con la dirección informativa de la BBC estaba claro que el Partido Conservador tenía en la cúspide de la poderosa cadena pública a uno de los suyos, que ahora ha tenido que dimitir porque los contrapesos, periodísticos y políticos, siguen funcionando en el Reino Unido. Lo malo no es que haya amiguismo, sino que el amiguismo no se castigue.

¡Qué lejos nos queda la defenestración de Richard Sharp! Y no es precisamente porque nuestro Gobierno no practique de manera descarada el amiguismo; o, más exactamente, el servilismo. Todavía no sabemos por qué el Gobierno destituyó de manera vergonzante al presidente de la Agencia EFE, Fernando Garea. La elección de Elena Sánchez como presidenta interina de RTVE tiene como principal aval su afinidad al partido del Gobierno. Y si echamos una ojeada a otras empresas públicas, al margen de las que se dedican a la información, el panorama no mejora, sino todo lo contrario. Tal vez el ejemplo más ajustado al binomio amiguismo/servilismo sea el del presidente de Correos, Juan Manuel Serrano.

Llamé la atención en una ocasión sobre este hecho a un ministro y me respondió ofendido: "¿Acaso el PP no hizo lo mismo?". A casi nadie parece sorprenderle la recuperación perfeccionada del turnismo del siglo XIX instalado en la España tras la restauración.

Y es, sin embargo, uno de los mayores males de nuestra clase política: la convicción de que, una vez en el Gobierno, se pueden nombrar no sólo asesores a troche y moche, sino poner al frente de las empresas públicas a todos aquellos a los que se debe algún favor, o a los que conviene que nos deba un favor.

Mientras no existan criterios objetivos de selección, controles parlamentarios y despolitización de la gestión, en España seguiremos viviendo la política como un juego en el que los que ganan nunca son los ciudadanos, sino los que ostentan del poder.

Hay mucho que aprender sobre lo que le ha ocurrido a Richard Sharp. Pero a mi me llama especialmente la atención un detalle: que ningún banco estuviera dispuesto a prestarle dinero nada menos que al primer ministro si no tenía detrás un avalista solvente. Me pregunto qué hubiera ocurrido aquí.