Después de la vivienda oculta, el agua subterránea, los abuelos aburridos, la juventud calenturienta y la salud mental, Sánchez acaba de descubrir el racismo y, a partir de ahí, el fútbol. Sánchez parece ese chaval ingenuo que lo iba descubriendo todo en aquellos billares que eran una selva de fieltro y serrín, y donde las monedas, los encendedores y las cremalleras de las chupas sonaban como cargar balas en un revólver. Allí se descubría el tabaco y la cerveza, el peligro y los precios, el rock y la bronca, el enemigo y la chica, pero ya no hay billares y todo pasa en Twitter, hasta las detenciones de Marlaska. Sánchez no está haciendo una campaña, está haciendo una de esas novelas de descubrimiento juvenil que transcurren en un verano húmedo de deltas marítimos y púbicos. El propio Marlaska se ha levantado pubescente y ya lo hemos visto fardar de detenciones como de ligues, por ahí por las redes, de Madrid a Valencia y luego en Melilla, como siguiendo ese Interrail de los ligues.

Sánchez lo está descubriendo todo ahora, y solucionándolo luego con un simple gesto de mechero, como cuando uno creía que lo solucionaba todo con la primera calada en aquellos billares donde nos jugábamos la reputación, las gafas o el virgo entre bolazos y comecocos. El que faltaba era Marlaska, poniendo orden en las loberas del racismo sin más que levantarse la solapa de la chupa con sonido de kungfú de discoteca. Así, ha ordenado unas cuantas detenciones ejemplificantes, televisivas y como americanas, con los niñatos esposados grabados por cámaras meneonas y también un poco niñatas, entre la bruja de Blair y el TikTok. E incluso, coincidiendo o aprovechando, la policía ha detenido a gente del partido promarroquí de Melilla, que todo indica que ha participado en la compra de voto por correo.

No sólo nos van a arreglar el odio racista o botijero en los estadios de fútbol, sino que nos van a arreglar incluso ese desasosiego con Marruecos. Y todo sin dejar el pinball, que Sánchez cuando camina parece que está a por la bola extra de caderazo. Ya podemos olvidarnos del racismo y la violencia, de Vinicius a la Segunda B, de Mestalla al Bernabéu y quizá de Montserrat a Getxo; como ya podemos olvidarnos de las sospechas con Marruecos, que hemos tenido un día de detenciones como un día agridulce de macarreo y algodón de azúcar, como si esto fuera Grease. Si se puede arreglar el problema de la vivienda o del dinero pintándolos literalmente, se puede arreglar nuestro odio esquinero y hasta los pringosos lazos con Mohamed VI con un par de detenciones inmediatas y de vídeos gonzos. 

Sí, faltaba Marlaska en la pandilla, al final del billar como al final de los autobuses de las excursiones, con esos malotes que en el fondo eran malotes de chicle de fresa ácida

Sí, faltaba Marlaska en la pandilla, al final del billar como al final de los autobuses de las excursiones, con esos malotes que en el fondo eran malotes de chicle de fresa ácida, catapulta de gomilla y cinco duros guardados como dólares de plata o balas de plata para la maquinita o para toda la juventud. Entre sueños de recién casado, esas casas aparecidas tras los carteles como tras una tapa de yogur y esos dineros como de quiniela franquista, con un poco de suerte y otro poco de providencia divina o política; entre toda la tómbola sanchista, en fin, nos faltaba el héroe de acción, el justiciero resolutivo, o sea Marlaska. Este justiciero, eso sí, te arresta a un niñato que ha colgado una muñeca hinchable de un puente pero puede que tarde un poco más en pillar al que ha descalabrado o a amenazado a un cayetano, que es que van provocando, ahí con el jersey amarillo como el mamón de la canción de Hombres G.

Nos faltaba Marlaska para terminar de ver cómo la necesidad del país sólo es necesidad si cuadra con la necesidad de Sánchez, ya lo decíamos el otro día. Nos faltaba ver la parte más física o brutal de esa necesidad, en la que el marmolillo que grita ante un autobús es buscado y detenido como el Lute aunque no hay tanta prisa con el otro marmolillo de escrache salvaje, de escaparate ardiendo o incluso de facha ardiendo, que el facha arde bella y melancólicamente como un velerito pijo. A Marlaska se le pueden escapar los sediciosos y los espías que entran en la Moncloa vestidos de jeque de Rodolfo Valentino, pero atrapa en nada al cabezabolo de fondo sur al que han comido la cabeza de bolo la ultraderecha y Ana Rosa Quintana. A los matones de la revolución del pueblo, de la Cataluña ortodoxa o de la Euskal Herria neolítica va a ser más difícil verlos haciendo twerking con las esposas en el mismo Twitter de la policía.

De nuevo habrá que decir que nadie ha descubierto la casa de nuestros sueños ni el odio de nuestro corazón, ese odio que es negocio y por eso pervive. El fútbol ya era un desagüe social, como era una mafia de mesón, y se toleraba o se tolera. Y el racismo ya era una simple perspectiva entre nuestras regiones de mitologías y agravios folclóricos o sangrientos, y se toleraba o se tolera. Marlaska ahora hace redadas pedagógicas, exculpatorias y electoralistas, que la política también es odio con perspectiva. Detiene a unos cuantos ultras o a unos cuantos promarroquíes como en un auto de fe, pero sin que afecte mucho al negocio futbolero ni sanchista, que a lo mejor se trata de eso, de equilibrar el escarmiento con el negocio. 

Nos seguimos preguntando por el color del odio, pero los tendrá todos mientras valga dinero o votos. También nos seguimos preguntando cómo se puede atrever el entorno marroquí a intentar ya pucherazos electorales en España, si acaso eso venía con el Sáhara, como otra bola extra. Y aún nos preguntaremos más misterios, que a Sánchez le quedan muchos descubrimientos que no lo son, seguidos de resueltas y definitivas soluciones que tampoco lo son. Yo creo que nunca se le va a acabar la munición de monedas de cinco duros ni de caderazos de sábado noche.