Feijóo se ha encontrado de repente con que puede gobernar un país, con todos sus ministerios ajardinados y cuarteleros, y tiene que ir pensando qué hace con ellos, como con el dinero inesperado de la lotería. Uno creía que un político estaba siempre preparado para gobernar, que tenía ya en la cabeza el Gobierno y el país como la novia tiene en la cabeza la boda (las novias tienen decidido el carruaje antes que el novio). Pero, por lo que sabe uno, que tampoco sabe mucho, Feijóo aún estaba como acostumbrándose a estar en Madrid, en el telediario, en el Senado de mesa esquinera, acostumbrándose al castillo de Génova, lleno de sustos, y a Sánchez, que lo trataba como a un maletilla. Feijóo aún estaba posponiendo o pensándose su proyecto de país cuando se ha encontrado con que Sánchez, con un balazo en el pecho, lo arrastraba a las generales como los muertos te arrastran a su muerte desde un precipicio o desde una diligencia tiroteada. Lo de derogar el sanchismo está bien como lema, pero hay que tener otras cosas claras, que Feijóo da la impresión de que ahora es una novia inversa, con novio pero sin carruaje.

Feijóo, que no sabemos si quería / quiere galleguizar Cataluña, o ayusear o desayusear el PP; que no sabemos si era / es moderado o dubitativo, si es el nuevo Rajoy, tibio como un cafelito suyo que se le quedó en la mesa, o es otro Casado con inseguridades de bienqueda, que diría Cayetana; Feijóo, en fin, se ha tenido que preparar de repente, como para saltar desde ese trampolín de piscina que parece el balconcillo de Génova, y uno lo ve ahí todavía como con su bañador de cine mudo, dispuesto y desubicado a la vez. Feijóo, contemplativo, borroso, siempre como tras una ventana de lluvia, empañada de ambigüedad, quizá esperaba empezar a creerse presidente, o empezar a quererse querido. Apenas había comenzado a fichar a algún figurón o figurín para sus fundaciones con más corcho que doctrina, apenas había empezado a configurar eso que aquí en el periódico hemos llamado el Gobierno en la sombra, y apenas había dejado las ideas de siempre de la derecha, que tiene ahí como en fresquera, como viejas recetas de la abuela. Ahora, al menos, enumera ministerios y leyes, aunque aún me parece que falta un proyecto sólido y articulado, más allá de señalarnos a Sánchez como un zombi berenjena bailón de Michael Jackson.

Feijóo tiene el lema, eso de derogar el sanchismo; y la intención de demoler ministerios como palacetes de la Castellana con bidé luisino, que también es evidente y hasta higiénico, pero primario

Feijóo tiene el lema, eso de derogar el sanchismo, que parece evidente pero también es ambiguo; y la intención de demoler ministerios como palacetes de la Castellana con bidé luisino, que también es evidente y hasta higiénico, pero primario. Aún hay mucho de simbólico, eso del sanchismo como una estatua a tirar del caballo, arrastrada desde Moncloa hasta Colón o donde sea, y eso de deshacerse de esos ministerios todo biombo, que no eran necesarios más que para colocar al ministro de cuota podemita, de cuota de IU o de cuota de Colau, ahí con su póster, su cactus y su hilo musical, como un bedel o un vigilante de parking. También es simbólico derogar esas leyes que eran simbólicas, además de aciagas o simplemente antijurídicas, leyes hechas un ovillo de pactos y partidos y chantajes y camisetas viejas. Pero, claro, luego habrá que construir una alternativa, la gobernanza no simbólica sino corpórea.

Seguramente aún no le ha dado tiempo a pensarlo todo, o a decidirse entre todo, pero Feijóo pronto tendrá que empezar a explicar cómo sería esa España sin el sanchismo, y con él ahí no sabemos si entre la gaita, el ayusismo, el bonillismo, el neoarriolismo o qué. Derogar el sanchismo suena rotundo, a mazo de obra o de juez con peluquín, aunque yo creo que es poco preciso. El sanchismo no es una idea ni una ideología, ni siquiera una estética aunque tenga una estética, como la tiene el tango, entre el exhibicionismo y la amargura. El sanchismo ni siquiera son las leyes que han salido del sanchismo como de la picadora o del casino, con lo que iba cayendo en el embudo o en la ruleta. El sanchismo, como ya he dicho, es un manual de perfecta política egoísta, donde los principios se rinden a la oportunidad, o simplemente no hay principios, sólo interés. La acción de Gobierno de Sánchez se resume, pues, en buscar justificación para actos de interés que ya hace mucho que al ciudadano le resultan injustificables. Como recordaba Joaquín Manso en El Mundo, es justo la trampa de Tácito: cuando el gobernante ha perdido la credibilidad, ya da igual lo que haga. Por eso derogar el sanchismo tendría que incluir restablecer la coherencia y los principios como rectores de la política. Lo que no sabe uno, claro, es si Feijóo, allí en la soledad o compañía de los fantasmas de Génova, ha decidido ya cuáles son estos principios.

Feijóo ha prometido hacer limpieza de ministerios, esos ministerios pajarera, esos ministerios tómbola, esos ministerios que parecían poblados de película del Oeste, con sólo un tipo con escopeta o con banjo folclórico ante una fachada pelada, sostenida por tablones. Feijóo derogaría la ley trans, que otras similares se están desmoronando ya por toda Europa; tocaría la ley de memoria democrática y la ley de eutanasia, ya veremos cómo, y en general el sanchismo y sus consecuencias se irían deshaciendo como un lazo, el complicado, pomposo y hortera lazo berenjena que tenía Sánchez en la solapa o en el polisón. Eso está bien para empezar una entrevista o un debate de los que toquen, pero Feijóo tendrá que explicar pronto no ya qué quiere deshacer, sino qué quiere hacer. Por ejemplo, ¿se reformará la ley del Poder Judicial o se les volverá a olvidar en la otra chaqueta? Lo que no sabe uno, claro, es si Feijóo, allí por las frías altas salas de Génova, donde la gente se mueve como en un hospital, con eco de carritos, bandejas y agujas, ya ha decidido algo o aún está mirando la lluvia fina, el café con leche y las encuestas.