En este momento, me resulta tremendamente difícil hablar de Artsaj (Nagorno Karabaj), mi patria y tierra querida. No puedo encontrar las palabras adecuadas para describir el dolor que siento. Mis días transcurren en una frenética búsqueda de noticias sobre mi familia, tratando de averiguar dónde están y cómo están. No me queda mucho tiempo para reflexionar sobre nada más. Pero en mi interior, siento un dolor indescriptible.

Me llamo Lena, tengo 38 años y soy de Stepanakert, la capital de Artsaj. Nací y viví allí hasta los 24 años. Artsaj es más que un lugar, es mi hogar, mi familia, mi infancia, mi juventud. Mis recuerdos, a pesar de las guerras y las secuelas que dejaron, están llenos de colores, alegría, vida y momentos muy, muy felices.

Tenía tan solo cuatro o cinco años cuando comenzó la primera guerra [entre febrero de 1988 y mayo de 1994]. Los recuerdos son borrosos, pero en algún rincón de mi mente persisten los sonidos de las sirenas de los bombardeos antiaéreos, los refugios abarrotados donde nos escondíamos, los estruendos de los bombardeos y el rostro de mi abuela, mi madre y mis tías, quienes luchaba por ocultar sus emociones y protegernos.

Los recuerdos de la guerra de 2016, conocida como la guerra de los cuatro días son más nítidos. En abril de 2016, tenía planeada mi boda con mi pareja española en Stepanakert. Habíamos organizado una hermosa ceremonia con nuestras familias y amigos de Artsaj y España. Todo estaba listo y planeado. Llegamos a Ereván, la capital de Armenia, en la madrugada del 2 de abril, y una hora después estallaron las hostilidades.

A pesar de las dificultades y la incertidumbre, decidimos viajar a Artsaj juntos. Sentía una profunda necesidad de estar con mi familia en ese momento, y mi pareja, quien solo había visto escenas de guerra en películas, no dudó en acompañarme. Por supuesto, tuvimos que cancelar la ceremonia y la fiesta. Sin embargo, la familia de mi pareja no dudó en venir y brindarnos su apoyo.

Ahora puedo decir con claridad que esa guerra fue insignificante en comparación con lo que mi pueblo vivió en 2020 y en los últimos días, pero aún así, perdimos amigos y conocidos en ese conflicto. Fue un momento difícil, pero decidimos al menos celebrar la ceremonia religiosa en la Catedral de Shushi junto a nuestras familia armenia y española más cercana. Y así lo hicimos.

En Artsaj está toda mi familia: mis padres, mis dos hermanas, mis tías, mis primos y sus hijos, aproximadamente unas 30 personas. Claro, también están los cementerios de todos mis antepasados. Con mucho dolor, tristeza y lágrimas en los ojos, desde los más mayores hasta los más pequeños, tuvieron que salir de Stepanakert.

Quedarse ahora significaba aceptar la asimilación del pueblo de Artsaj dentro de Azerbaiyán

Son personas que han nacido y siempre han vivido en esta tierra que para nosotros es sagrada. Han construido su vida en ese lugar. Nunca han salido ni han deseado vivir en otro sitio. Han resistido todas las guerras y han sufrido muchas pérdidas. Sin embargo, quedarse ahora significaba aceptar lo que Azerbaiyán exigía: la asimilación del pueblo de Artsaj dentro de Azerbaiyán (no integración, sino asimilación). ¿Quién podría aceptar eso? En Artsaj no hay familia que no haya perdido uno o más familiares en estas guerras.

En Azerbaiyán, el discurso de odio contra los armenios ha alcanzado niveles alarmantes. Incluso difunden videos en las redes sociales donde adoctrinan a niños pequeños para que maten a todos los armenios. La "convivencia forzada" sería imposible.

El pueblo de Artsaj llevaba nueve meses bloqueado por Azerbaiyán, es decir, la única carretera que conecta Artsakj con Armenia estuvo cerrada este tiempo y los últimos cuatro meses ni siquiera se permitió el acceso humanitario. El 80-90% de todos los productos, incluyendo alimentos, medicamentos y combustible, ingresaban en Artsaj por esta carretera. ¿Pueden imaginarse supermercados y farmacias completamente vacíos durante tantos meses en España? No había nada, ni comida, ni medicamentos, ni gasoil, ni gas. La electricidad funcionaba con interrupciones.

En los últimos meses, todas estas carencias habían alcanzado niveles extremos: 30.000 niños, 20.000 ancianos, 7.000 personas con discapacidad... todos ellos afectados gravemente por la situación. A pesar de todas estas dificultades, la gente estaba preparada para resistir, querían quedarse en su tierra, seguir viviendo allí.

Este último ataque masivo de Azerbaiyán a los pueblos y ciudades de Artsaj pilló a todos por sorpresa. La gente estaba trabajando, los niños estaban en la escuela, otros hacían cola para comprar pan, cada uno ocupado con sus tareas diarias. ¿Pueden imaginar el caos que generó el bombardeo de Stepanakert? Padres buscando a sus hijos, hijos buscando a sus padres, gente que no sabía qué estaba ocurriendo, todos en pánico.

Hubo bombardeos por todas partes, los primeros muertos entre la población civil, personas desaparecidas, mujeres y niños que tuvieron que buscar "salvación" en Stepanakert o en la base militar de los soldados rusos en la carretera entre Stepanakert y Askeran. No se podía contactar con los familiares que vivían en diferentes pueblos y ciudades de Artsaj, solo llegaban noticias horribles de diferentes lugares que habían caído en manos de los militares azeríes o que habían quedado rodeados por ellos. Fue un verdadero horror.

Luego vino el alto el fuego, deseado sí, pero todos entendían lo que significaba ese alto el fuego y las negociaciones posteriores entre los representantes de Artsaj y Azerbaiyán.

Después llegó el pánico, la gente quería salir de allí. Sabían que Stepanakert estaba rodeada por las fuerzas armadas de Azerbaiyán, pero ¿cómo salir? Muchos aún no habían encontrado a sus familiares, nadie tenía combustible, los coches, después de haber estado tanto tiempo parados, no arrancaban (no olvidemos que había un bloqueo total de Artsaj). Comenzó el desplazamiento masivo hacia la capital.

Stepanakert, que era la ciudad más limpia y acogedora del mundo, se convirtió en un improvisado campo de refugiados

Stepanakert, que era la ciudad más limpia y acogedora del mundo, se convirtió en un improvisado campamento de refugiados. La gente de la ciudad llevó a las calles la poca comida que tenía en sus casas, ropa, colchones, mantas... Así los que iban llegando al menos podrían sobrevivir. Muchos habían salido de sus casas solo con la ropa que llevaban puesta.

El gobierno de Artsaj comenzó a distribuir combustible limitado para que al menos la gente pudiera llegar a Stepanakert y luego decidir qué hacer. Había noticias de que una de las gasolineras cerca de Stepanakert recibiría algo de gasolina. La cola de coches y de personas con barriles vacíos esperando sus cinco o diez litros de gasolina para salir hacia Armenia era kilométrica. Una espera que el lunes pasado se convirtió en otra tragedia masiva debido a la explosión de la gasolinera, que dejó cientos de víctimas entre muertos, heridos y desaparecidos.

El hospital central de Stepanakert no daba abasto, no había personal suficiente para atender a tantos heridos que necesitaban ayuda urgente, tampoco había medicamentos. La gente, incluyendo a mis familiares, llevó sábanas limpias, agua y medicamentos básicos para aliviar el insoportable dolor de esas personas.

Mi familia no quería partir, estaba resistiendo, pero lo hicieron finalmente para salvaguardar las vidas de los niños

Lena arsyan / foto: Sarkis hakobyan

Comenzó la primera salida masiva, el éxodo forzado hacia Armenia por la única carretera existente. Miles y miles de coches permanecieron parados durante muchas horas en ese tramo entre Stepanakert y Kornidzor (un poco menos de 90 km), porque todos tenían que pasar por el punto de control ilegal establecido por Azerbaiyán desde junio de 2023 en el puente de Hakari (o corredor de Lachin), lo que ralentizó y dificultó mucho ese viaje que ya era por sí mismo dramático.

Mi familia aguantó unos días más en Stepanakert; no querían partir, estaban resistiendo. Sin embargo, la perspectiva de la asimilación forzada en Azerbaiyán era inaceptable para todos, y su principal preocupación era salvaguardar al menos las vidas de los niños. No les quedó más opción que unirse a ese éxodo masivo, una dolorosa marcha que se extendió a lo largo de 48 angustiosas horas.

Nadie podía haber imaginado que ese tramo de carretera de apenas 90 kilómetros para llegar a Armenia sería tan largo, tan doloroso y aterrador

Este viaje lo describen todos como un verdadero camino de horror. Muchas personas con niños y ancianos se quedaban varadas en el camino debido a los problemas técnicos con sus vehículos, o porque se les había acabado la gasolina, enfrentando el hambre, la sed, el frío y la incapacidad de descansar adecuadamente. Nadie podía haber imaginado que ese tramo de carretera de apenas 90 kilómetros para llegar a Armenia sería tan largo, tan doloroso y aterrador. Además, después de pasar todas las dificultades, la gente tiene que pasar el punto de control de Azerbaiyán. Psicológicamente uno de los momentos más difíciles ya que nadie sabe si podrá salir de este control sin ser raptado por las fuerzas azeríes. Es difícil expresar con palabras o imágenes el horror vivido, pero fue una auténtica catástrofe.

Mi familia llegó a Armenia el jueves 28. Mientras ellos viajaban, mi prima y yo intentábamos organizar aspectos logísticos y en particular, encontrar un alojamiento. Encontrar un lugar donde albergar a todas estas personas, al menos temporalmente, se ha convertido en una tarea sumamente difícil. Pero al menos logramos coordinar algunos aspectos; aunque no hemos conseguido mantenerlos a todos juntos, al menos tienen un refugio donde descansar. Una vez que recobren un poco de fuerzas físicas y se recuperen emocionalmente, planificaremos los pasos siguientes.

A pesar de lo difícil que es, debemos encontrar la fortaleza para comenzar de nuevo, paso a paso. Como toda la población de Artsaj, yo también, era consciente de que no se podía confiar en Azerbaiyán. Conocíamos sus intenciones, acciones y objetivos. Tras la firma del acuerdo en noviembre de 2020, la mayoría de la población de Artsaj, regresó a sus hogares, confiando en que las fuerzas de paz de Rusia frenaría los planes de Azerbaiyán.

Todos sabíamos que esta paz relativa no sería duradera. Esperábamos provocaciones o ataques locales por parte de Azerbaiyán, pero ciertamente no anticipábamos un ataque masivo.

Es sumamente triste reconocer que el pueblo de Artsaj se encontró solo frente a Azerbaiyán

Es sumamente triste reconocer que el pueblo de Artsaj se encontró prácticamente solo frente a Azerbaiyán, quien recibía un fuerte apoyo, en todos los sentidos, de Turquía, un miembro de la OTAN. No soy político ni analista, pero al dejar de lado las emociones, llego a comprender que, a una escala global, las principales potencias como Estados Unidos, Rusia, China, Turquía… están rediseñando el mapa geopolítico mundial y tratando de consolidar nuevas alianzas. Los seres humanos son los que sufren las consecuencias de todos estos juegos geopolíticos.

Durante el bloqueo en Artsaj y en el transcurso de este último ataque, numerosas organizaciones internacionales han emitido llamamientos urgentes a Azerbaiyán. Incluso se han emitido resoluciones internacionales al respecto. Sin embargo, parece que todo esto tiene un impacto limitado en Azerbaiyán. La gente de Artsaj, y yo también, siente que la comunidad internacional observa y comprende lo que está ocurriendo y sabe perfectamente quién es el culpable, pero más allá de palabras o llamamientos generales, no se toman medidas concretas. En otras palabras, hay discursos, pero faltan acciones. No se aplican sanciones a Azerbaiyán, lo cual sería una manera de ejercer presión.

Entendemos las complejas relaciones económicas que existen con Azerbaiyán y la dependencia de Europa de este país en cuanto a suministro de gas. Sin embargo, sinceramente, habíamos creído que todos estos hermosos discursos sobre derechos humanos y el valor de la vida humana eran reales. Desafortunadamente, la vida nos está enseñando que, para algunos pueblos, estos principios existen y son reales, pero para otros, no.

¿Qué puedo decir sobre Armenia? Nosotros la llamamos Madre Armenia, y con eso, creo que se entiende todo. Es nuestro país, la tierra de todos los armenios. Toda esta lucha ha sido para volver a unirnos con Armenia, y eso es lo que deseamos. Es cierto que en tiempos recientes, nos hemos sentido un poco abandonados, incluso por el gobierno actual de Armenia. Sin embargo, no podemos enojarnos con nuestra patria; más bien, debemos esforzarnos por contribuir al cambio positivo y volver a sentir el cálido abrazo de nuestra Madre Armenia.

No creo ni deseo que esto sea el fin de Artsaj... Tengo fe en su resurgimiento y en su reunificación con Armenia

No creo ni deseo que esto sea el fin de Artsaj. Puede que me consideren un optimista irreparable o algo similar, pero yo tengo fe en el resurgimiento de Artsaj y su eventual reunificación con Armenia. Aún es temprano y resulta complicado prever lo que harán todas los que hoy se han convertido en refugiados. En primer lugar, es esencial garantizar su seguridad y cubrir sus necesidades básicas ahora que están en Armenia. El pueblo de Artsaj, además de ser infatigable en su lucha, es talentoso, creativo, trabajador y constructivo. Cualquiera que sea la decisión que tomen respecto a su futuro y dondequiera que vayan, no me cabe ninguna duda que aportarán un valor incalculable.


Lena Asryan es armenia, procedente de Stepanakert, capital de Artsaj (Nagorno Karabaj) y vive en España desde 2008. Llegó para estudiar un master y echó raíces al casarse con un español.