Uno ya le había puesto el ministerio a Colau, antes que Yolanda, antes que Sánchez y antes que ella misma, no ya por lo que se comentaba por los foros de la investidura, que son como zocos con telas, pellejos y carteristas, sino porque yo a ella le veía verdadera vocación de ministra, como la que tiene vocación de monja, esa vocación modesta y santa que cuanto más se cultiva más te achaparra. Colau dice ahora que ha rechazado ser ministra, no porque se lo haya ofrecido Sánchez, porque se le haya aparecido el Gran Investido con su levitón de plumas de ángel gubernativo, sino porque se lo había pedido insistentemente “su espacio político”, que uno imagina como una casa llena de gatos que le hablan. La verdad es que si hay algo más puro que la vocación de ministra monja es la vocación de mártir de la izquierda, y yo creo que Colau ha nacido para esto, para ser la altiva ermitaña de sus gatos después de haber sido la altiva alcaldesa también de sus gatos, todo con un idéntico e inútil heroísmo de mantita, modestia, satisfacción y miseria.

Parece que todos esos “espacios políticos” que pelean por las tripas de la investidura pueden ahora elegir en la tómbola de los ministerios como el que elegía entre la yogurtera y el peluche en la tómbola de la feria

Colau ha rechazado ser ministra, que parece que los ministerios los están ofreciendo así, como muñecas chochonas para políticas chochonas; que todos esos “espacios políticos” que pelean por las tripas de la investidura y de España pueden ahora elegir en la tómbola de los ministerios como el que elegía entre la yogurtera y el peluche en la tómbola de la feria. Oficialmente las carteras del Gobierno aún no se están repartiendo, pero claro, a uno le extraña que se esté repartiendo todo el Estado y no los ministerios, que al fin y al cabo son sólo cuarteles feos que no significan demasiado comparados con otorgar virreinatos o bulas vitalicias. El caso es que los “espacios políticos” van proyectando sus ministerios y ministros con los trapos que tiene cada uno, que tampoco importa mucho si el ministerio tiene dentro algo o sólo es el balconcillo simbólico con bandera de la izquierda y del pueblo, como esas banderas de balconcillo que hacen las toallas y los tapetes tendidos. Colau, la verdad, era en su “espacio político” como esa toalla de playa de la vecina que se despliega igual que un estandarte por una almena.

Colau ha rechazado ser ministra, y no me extraña que haya sido considerada ministrable en tanto que mascota reconocible y afelpada de su izquierda. Se hablaba de Vivienda, concretamente, sin duda por aprovechar el balconcillo que ya tenía decorado ella desde su alcaldía de corrala, con las zapatillas de estar por casa aireándose sobre la bombona de butano, la persiana de cuerdecilla y las macetas de perejil recoletas y teológicas, todo como un camposanto de esperanzas de pobre. Tampoco hay que espantarse mucho de esto porque ser ministro ahora está al alcance de cualquiera, incluso de Colau. Antes teníamos catedráticos de gafa gorda y biblioteca con piano y globo terráqueo y ahora tenemos activistas de sus ingles, soñadores de canción protesta, influencers de sus gatos o betuneros de Sánchez, que un poco eso parece Bolaños. Quiero decir que ya tenemos a Alberto Garzón, a Belarra, a Irene Montero, a la propia Yolanda con una vicepresidencia de hacer miel de abeja, y Colau ni se habría notado.

Colau ha rechazado ser ministra, aunque lo mismo luego se arrepiente, que el héroe, al iniciar su viaje, siempre rechaza la llamada a la aventura, desde Ulises a Neo. O es que Colau se ha dado cuenta de que lo único mejor que ser ministra es rechazar ser ministra, como rechazar el Nobel por gamberro o por modesto, que las dos cosas otorgan un prestigio que trasciende el papeleo, las medallas y el propio mérito, y una vanidad que sublima cualquier otra vanidad. Claro que Colau ha rechazado ser ministra antes de recibir el telefonazo o siquiera la insinuación, o sea que se ha puesto el Nobel para después quitárselo, que a mí me parece un alarde de modestia de lo más vanidoso y de lo más sospechoso. Me ha recordado a Yolanda, que ya saben que declaró que ella no quería ser ministra, ni vicepresidenta, ni formar ningún partido, y ahí está, con una franquicia sonriente, pecosa y trenzosa de todo eso, como la franquicia de Wendy’s. O es que Colau rechaza el ministerio que nunca tuvo por evitar la vergüenza de que no se lo den, la vergüenza irónica de que la monja ministerial se quede para vestir santos.

Colau nos ha dejado sin ministerio, o nos ha dejado un ministerio vacío, triste y lloroso como Fonseca. Nadie llenará nunca un ministerio con trapo, migas y atrapasueños como lo hubiera llenado ella, y eso que nos hemos perdido todos. En esos consejos de ministros del Gobierno de ultraprogreso (el Gobierno de progreso se quedó ya viejo y sobrepasado, como aquellos inocentes indultos a esos presos de Lledoners que parecían bandidos de Lucky Luke); en esos vistosos consejos de ministros que saben aunar la izquierda de balconcillo con el espíritu Mad men que lleva Sánchez en los pantalones; ahí, decía, nos va a faltar siempre Ada Colau como si nos faltara el perejil del Paco Porras de la izquierda, que algo así ha sido ella. Aunque quizá no sea demasiado tarde, que son muchos “espacios políticos” esperando y muchos ministerios volando por el aire, como toda España a pedazos, para el que los cace. Y ahí sigue la vanidad del modesto heroísmo de la izquierda, lo mismo para rechazarlos que para cogerlos, que Colau aún podría ser, a la vez, ministra y mártir.