Marlaska no quería seguir como ministro, se sabe quemado, casi achicharrado por tantas polémicas y decisiones contrarias a lo que él había defendido como juez. Mucho antes de que Francina Armengol dictara fecha para la investidura de Sánchez, ya estaba recogiendo sus cosas del despacho. Su secretaria fue a comprar grandes bolsas para tirar lo innecesario y buscó cajas para llevarse los recuerdos más queridos, mientras la trituradora de papel destruía sin cesar infinidad de documentos personales que no eran del interés del siguiente que ocupara su puesto. Se cerraron las cajas y se dejó el despacho impoluto para quien viniera con la cartera del Ministerio del Interior.

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