Mónica García, nuestra nueva ministra de cuota y de Sanidad, y que tiene algo de Nancy enfermera por el discurso y el atrezo alegórico, pretende que el españolito se dé las bajas médicas él mismo, responsablemente, bajo la sabia prescripción de la resaca, la pereza o la picardía. No sé si Sánchez tenía noticia de estas intenciones o la ministra se ha venido arriba, por estrenar sus alas de ministra o de enfermera, de monja de hospital con cornete (algo había que hacer, poner de nuevo la mascarilla de moda o comenzar la revolución españolísima de las sábanas pegadas). Pero yo creo que a Sánchez no le va a importar que aumente la pillería, al menos mientras él siga siendo el rey de los pillos. Más bien le conviene, que así se va llevando a todo el país a su terreno, a su negocio, a su estraperlo, en el que gana a todos y gana más que todos. Ya saben que aquí basta que se den los billetes gratis para que los trenes viajen vacíos, como oficinas de la Administración a la hora del desayuno. A lo mejor Sánchez lo que quiere es promocionar, normalizar o gripalizar que España sea pícara, que en esa España él puede ser un héroe, un personaje, un potentado, un maestro, un dios.

España es un país de pillos o de desengañados, que el que no está en el negocio de los pícaros está en el cansancio o el cinismo de los desilusionados. Y cualquiera de estas dos Españas le viene bien a Sánchez. A la hora del despertador de los currantes, que sigue sonando a sirena de fábrica, a yunque martilleado o a gallo puñetero aunque salgan pajaritos y soletes por el móvil; a esa hora de frío en la nariz y frío en la ducha, con enero como una Rusia de orejeras y trenes rompehielos fuera; a esa hora, el españolito verá que se le posa en el hombro el diablete sanchista de rabo fino y bailón y le habla de baja responsable, que a lo mejor incluso es buena para la convivencia. El tajo, el jefe, el deslome, la tartera, el archivador, el mono con la conciencia de clase deshilachada o el triste traje con pátina de mortaja estarán en el otro lado, en las manos de un angelote con cara de primo o de desgraciado, la cara del propio currante quizá, y a ver qué puede uno esperar de esta situación.

El catarro gordo o sólo la legaña gorda, o la resaca gorda del que está en la edad o del que ya no tiene la edad, o la hartura gorda, o la manta gorda que tiene piernas de amante gorda entre tus piernas… Y, ante eso la responsabilidad, como un mosquito alrededor de la cama que se ha vuelto viscosa y arenosa, como en los sueños. A ver qué espera Sánchez del españolito, del currante que vive para trabajar sin poder vivir de trabajar, o del funcionario que, además del ángel que lo rapta para la dormición del desayuno con sus alas de mantequilla, ahora tiene una enfermera que lo acuna en casa o lo consuela en el dolor de niño de los que sufren, como una enfermera de Verdún, y le dice que con este frío, esta moquita o este dolor de huesos o de tripita o de corazón lo mejor para la Sanidad universal, gratuita, justiciera y convivencial es que se quede en la cama. Y yo creo que lo que quiere Sánchez es que el españolito sucumba, muelle y adormecido, en sus brazos de enfermera perversa.

Sánchez es el gran tentador, que te sube la manta o te baja el IVA o te apaga el despertador o te pone el tren gratis a cambio de tu alma cansada de currito o de tu alma telarañosa de pobre o de tu alma amojamada de escéptico

Sánchez es el gran tentador, que te sube la manta o te baja el IVA o te apaga el despertador o te pone el tren gratis (nada es gratis, en realidad, que siempre lo paga alguien) a cambio de tu alma cansada de currito o de tu alma telarañosa de pobre o de tu alma amojamada de escéptico. O del alma estatal, olvidada y demodé, como una póliza antigua, de todo el país o de toda la democracia. A mí esto me parece más importante que el debate técnico, que es un debate como de fontanero, obvio y un poco bobo. Está claro que dejar a los enfermos reales o imaginarios en sus casas, con el calcetín gordo y la batamanta tejida de ganchitos de queso, es más barato y va a desahogar mucho a los médicos. Pero los médicos no están ahogados por esta gripe de caballo triple o cuádruple que ha venido con los jinetes del Apocalipsis, sino por la falta de recursos. Con la autobaja se pueden vaciar los hospitales, pero así también España entera va a viajar un día vacía, como los trenes vacíos del sanchismo.

“Sabemos cómo es este país”, decía aquí una médica, más resignada que sabia. Y sí, es el país del dinero negro, de la facturita sin IVA con garabato de carpintero, del fraude en el desempleo, en los contratos, en la seguridad social y en el Fisco, que parece una cosa mítica o mitológica de Lola Flores, como el tigre que se la quería comer. Es el país de la Gürtel y de los ERE, es el país de los listillos, los aprovechados, los tramposos, los recomendados y los sisadores. Y en este país, Sánchez es el rey de los pillos y el gran tentador. A los de la pela les da negocio, a los de la sangre les da raza, a los de la izquierda les da símbolos, a los jóvenes les regala el calentón europeo y a los curritos les regala la fantasía de mandarse ellos mismos a la cama, esa autoridad que parece más de madre que de médico.

En Europa sí funciona la autobaja, dicen algunos ingenuos o guasones. Sí, y el carril bici, y hasta un primer ministro con 34 años, como en Francia, cuando aquí, con esa edad, estaría bajándose de los trenes del calentón de Sánchez, los únicos que van a ir llenos. No es la medida, sino el sistema. No es la autobaja por una legaña como un orzuelo de cupletera, sino que el rey de los pillos nos vaya envolviendo en la pillería como en la manta con amante o con enfermera de noche. Qué va a hacer el rey de los pillos sino ir levantando el reino entero sobre la pillería. Pronto, no sólo serán las oficinas o los trenes, sino que la propia democracia parecerá un vagón fumigado. Y aún nos dirá Sánchez que eso es bueno para la convivencia y para los bronquios.