Félix Bolaños, superministro con pantaloncito corto, dicen que es un verdadero killer de la negociación, cosa que nos deja algo así como un desconcertante tirolés asesino. Bolaños, terror de las mesitas de caoba, pistolero de las botellitas de agua, gorila de las gafitas empañadas con ojo resfriado o vago, resulta que es el que manda en el Gobierno a la hora de negociar con sus socios y eso le da una autoridad como de llevar fusta, esa fusta que agitan todavía con más energía y crueldad los bajitos, aprovechando que el arma de su venganza no les arrastra. Esa autoridad, esa fusta, esa cosa de mandón bávaro con flequillito cortinero y calcetines altos, parece que ha llevado a ciertos roces con Yolanda Díaz, que no negocia tan bien o simplemente no negocia, sólo le hace ghosting a Podemos y por eso le tumban los decretos como si le tiraran sus cántaras de cuento de la lechera. Bolaños, sicario con asma, ninja mortal manejando caramelos de menta, va a tener que explicarle a la blandengue de Yolanda que el secreto es ceder en todo y salir soplando el inhalador como si fuera un revólver.

Bolaños, cowboy con guardapolvo de polvo de biblioteca, pirata que no salta el plinto, señor Lobo que toca el clarinete, es un negociador temible cuyo dominio de la situación, del juego, de la política y del miedo se manifiesta en su capacidad para rendirse en todo y, por si fuera poco, después de una angustiosa agonía, larga e inútil como el recreo de los empollones. Ya explicó Turull que ellos iban a votar que no en el famoso superpleno, pero el PSOE empezó a conceder y a conceder y así, la verdad, no hay manera de que un socio de Sánchez pueda perder una negociación. Esto, luego, el PSOE lo vende como éxito en la negociación, en el diálogo, en la gobernabilidad, en la convivencia, y hasta en la sociabilidad de ese patio de recreo en el que le quitan todos los cromos a Sánchez y todos los bocadillos a Bolaños. Yo creo que Bolaños, después de agitar la fusta como un matamoscas, va a tener que encargarse de negociar con Podemos, que Yolanda se puede cargar todo el sanchismo con eso de perder algo por no darlo todo.

A lo mejor es cierto que Yolanda no sabe negociar, o no sabe hacer nada, sólo espuma con las palabras, sobre todo las palabras de la izquierda, que son como sales de baño y hacen espuma con cualquier cosa. Yo creo que Yolanda no sabe siquiera escuchar, que después de aquel largo y ensimismado “proceso de escucha” suyo, todo lo que escuchó fue su propia voz y todo lo que vio fue su reflejo de pastorcilla en el río. Yo creo, incluso, que Yolanda escucha al revés, o sea que escucha en los demás justo lo que ella está pensando. Ya ha pasado un par de veces que nuestra vicepresidenta, espumosa pero vecindona, nos ha contado la anécdota un poco principesca de ir al colegio de su niña y que allí le digan que están muy contentos con algo que ella ha hecho (reunirse con Puigdemont, por ejemplo) o muy enfadados por algo que le han hecho a ella (lo de Podemos, sin ir más lejos). Pero, por alguna razón, esto de escuchar sólo ecos de su mente o de su bañera no le funciona con Podemos, la ruidosa franquicia familiar de demoliciones y ferrallas de Pablo Iglesias, y eso a lo mejor la ha bloqueado.

Quizá Yolanda Díaz no sabe negociar, que cuando escucha algo diferente a lo que le susurran los arroyos, los pajaritos, los padres aplebeyados de su colegio o su cabeza entoallada de espuma, le suena como un doloroso campanazo en los tímpanos. Yolanda arrinconó y humilló a Podemos, que es lo que le decían las voces, las hadas de la almohada y el instinto de supervivencia, pero no sintió que tuviera que negociar nada con ellos luego. Pensó que Iglesias, sin duda, también habría oído los pajarillos de la izquierda, y los orfeones del AMPA, y los musicales de obreros y leñadores, a lo Village People, celebrándola a ella, y ya estaba todo hecho. La verdad es que Yolanda tenía razón cuando dijo que así no se podía gobernar, o sea llevándole la contraria no a ella como vicepresidenta de la izquierda ensimismada y burbujeante sino a la esencia de la izquierda, manifestada en ella como la naturaleza en la primavera.

Bolaños, superministro con mosqueta, gamberro con ajedrez magnético, matón de pizarrín y sorbete, tampoco diría uno que sabe negociar, que no es negociar entregar el bocadillo y correr otra vez a las faldas de monja de Sánchez

Seguramente Yolanda no sirve para negociar, ni para gobernar, de lo cual a Sánchez sólo le fastidia, naturalmente, lo primero. Pero Bolaños, superministro con mosqueta, gamberro con ajedrez magnético, matón de pizarrín y sorbete, tampoco diría uno que sabe negociar, que no es negociar entregar el bocadillo y correr otra vez a las faldas de monja de Sánchez. Tampoco Sánchez sabe hacer política, sólo pesar mercancía en la báscula del fielato de la Moncloa. El sanchismo tiene toda una mitología de dureza y durabilidad que sólo consiste, en realidad, en tragar con todo lo que haga falta y luego vendernos a Sánchez como un mago de la política y los colchones, o a Bolaños como un asesino con yoyó.

Después de que Bolaños, duro con ruedines, tiburón de merendola, temible negociador con espuelas de sonajero, haya devuelto al independentismo a la convivencia y a la reconciliación, lo que tenemos es a Turull diciendo eso de referéndum o “colorín colorado”. Pero Bolaños, superministro que es como Mad Max en triciclo, se presentará de nuevo, con lechuga en los dientes, como si mascara tabaco, y gafa gorda con esparadrapo, con gloria y cicatriz de pata de palo, y les concederá el referéndum. Es cierto que Podemos sólo quiere ahora venganza pura, pero démosle una oportunidad a Bolaños, macarra con boli de cuatro colores, pavor de los clubes de teatro, sanguinario de mercromina, terrible como el Hombre de Malvavisco, dureza pavisosa del pavo de todo el sanchismo. Si él se encarga ahora de negociar con Podemos, no sólo vamos a ver la republiqueta de Tractoria sino la revolución posmarxista de los botellines y las moscas.