Los tractores se mueven por las ciudades y las carreteras como mamuts descongelados, mientras la política se mueve más rápido que ellos por ver quién los capitanea, los rentabiliza o los acusa. Los agricultores quizá sólo quieren hacer agricultura, como el arquitecto quiere hacer arquitectura, pero aquí nada puede ser científico, material, tangible ni palmario, todo tiene que ser ideológico, marcialmente ideológico incluso. Aquí no se mueve nada sin un comisario, una agenda, un patrocinio o un cuartelazo políticos, así que el que todos esos tractores, que son como tanques de piedra, anden ahora por las calles sin más, por hambre o por abandono, como mamuts con hambre, a algunos les parece tan extraño como si flotaran. La derechaza con zahón y canana se les arrima, aunque a Juan García-Gallardo, ese patán con meñique de marquesito, lo echaron cuando se acercaba a hacerse la foto de turista, como una foto de safari con jirafa. Y la izquierdona, diletante, urbana y posmoderna, hace mucho que abandonó o perdió el campo para o por hacer poesía del botellón, así que dicen que todo eso es derecha, como todo lo que no manejan ellos, y terminan antes.

Los tractores megalíticos y los agricultores barbáricos vienen montunos y agrestes, negando esta civilización que cree que vive de la utopía, el simbolismo o el chip más que del agua y el cereal, y negando además, cree uno, la brutal inercia partidista del país, la polarización boba en la que nos educan unos políticos que no son bobos, sino que han tomado bien la medida de esta boba sociedad. Los agricultores que están en la calle serán de izquierdas o de derechas, o estarán perdidos o mosqueados como muchos españoles, pero han decidido salir sin banderita de plástico, sin bombo patrocinado como Manolo el del bombo, sin esos sindicalistas panzones y liberados que llevan la camisa de cuadros como un uniforme de maestrante, sin esos líderes políticos que se ponen la cazadora sport como un traje de gitanillo para la feria. Son los propios agricultores los que están echando a los políticos de sus sentadas y barricadas, de sus telúricas cencerradas de mamuts. Son los propios agricultores los que no quieren el alineamiento partidista, sin duda porque saben que ningún partido los ha escuchado nunca. Pero aquí hace mucho que no podemos mirar sin ver política, incluso cuando sólo vemos necesidad.

Ya no hay señoritos, o los señoritos de la izquierda igualaron a los de la derecha, y el truco, en cualquier caso, dejó de funcionar

La derecha recolectora de cabreos sale a cazar cabreos como a cazar venados, y la izquierda absentista del campo, como esos señoritos absentistas que ahora ven en cada labriego, o la izquierda absentista de la realidad sin más, no puede reclamar el campo o la realidad que abandonaron, así que los coloca entre los enemigos. Todo el campo en la derecha, ahí como un ejército de hoces y bieldos al otro lado de la acequia. Es curioso, porque hubo un tiempo en que las hoces y los bieldos eran el ejército de la izquierda, y los revolucionarios con librito rojo se iban a la siega y a la vendimia, y se plantaban ante el señorito o el manijero. Pero ya no hay señoritos, o los señoritos de la izquierda igualaron a los de la derecha, y el truco, en cualquier caso, dejó de funcionar. La izquierda se hizo new age, se hizo porrera, se hizo simbólica, se hizo de estatua y jardín, y eso no va bien en el campo, que es todo terrones de realidad, naturaleza implacable y voluntad más que odio. Pero yo creo que la ideología decae siempre ante la necesidad, y es lo que pasa aquí.

Todo aquí es política, que es el gran motor del país, mientras que en el campo el gran motor sigue siendo el sol, más o menos igual que cuando los egipcios. Todo es política, y lo que no lo sea, enseguida lo intentará convertir en política el político. Cómo no van a intentar hacer política, y hasta guerra, de este ejército de bárbaros y elefantes con sonidos de cuerno y pieles extendidas, tan vistoso y tremebundo. Seguro que lo han intentado desde el principio y seguro que seguirán intentándolo, seguro que hay entremetidos y seguro que hay rebusqueros. Pero a mí me parece que salir a la calle sin patrocinio político evidente ya deja bastante claro que no hay patrocinio, que es lo que primero se hace notar, como la publicidad de una gorra. Y, sobre todo, creo que la necesidad es la medida inversa de la politización, o al menos convierte en irrelevante los intentos de politización. Es evidente que el campo se está muriendo, que está en peligro en toda Europa, que tira sus naranjas y su leche, que quema sus pirámides vegetales como si quemara las pirámides mayas de la civilización, y que nos va mostrando a todos el hambre, o el lujo de no tener hambre, cuando vamos a la compra casi como si ya fuéramos tribus con lanza.

Salen los tractores como mamuts, comida o enemigo para mil fieras, y salen los políticos, como tigres de dientes de sable, a por ellos, que los políticos también comen tractores si hace falta. Es probable que salgan a por ellos hasta los actores del Goya, con hambre infinita de gloria, sitio y jamón. El agricultor a lo mejor sólo quiere hacer agricultura, como el arquitecto quiere hacer arquitectura, y a pesar de eso un tomate será para algunos tan político como la bandera roja del acorazado Potemkin, y un ingenioso rascacielos será para algunos sólo una ojiva del capitalismo. Los políticos todo lo ven política. Para salir de esa trampa hay que mirar no por la supervivencia de los partidos, ni siquiera por la de los agricultores o los tomates, sino por la supervivencia de todos. Así los ejércitos serán menos ejército y hasta los bobos serán menos asequibles.