Ábalos se ha quedado solo, pero no indefenso. Después de haber metido en sus ministerios a gorilas y gorrillas con autoridad de sheriff sin ley, lo hemos visto recurrir a la dignidad y al puchero como la señorita de la diligencia. Al filo de la lágrima, una lágrima casi bordada, como las de esos pañuelos lacrimatorios de las viudas del Oeste, parecía confesar o quizá sólo teatralizar su debilidad. Despidiéndose de los compañeros y de la vida como en un aria o en una almena, nos venía a decir que ya no tenía poder ni fuerza, sólo la espada del caballero sin espada y aún la capa roja del PSOE, como un héroe de antifaz, rosa y perilla. Pero Ábalos tiene en su mano herida o dramática a Sánchez y a la legislatura, que no me parece algo que puedan tener los débiles, los derrotados ni, menos aún, los muertos. Ábalos no se ha ido a un fuerte ni a un convento, sólo continúa negociando. Sea lo que sea lo que el PSOE le haya ofrecido, Ábalos ha llegado a la evidente conclusión de que va a conseguir mucho más esparciendo melancolía o amagos desde el gallinero del Grupo Mixto que en su casa. Primero, consigue el aforamiento. Y, a partir de ahí, lo mismo hasta la amnistía.

Ábalos, el más fiero y leal en el combate y en los mesones, como el mosquetero afable, rijosillo y comilón de Sánchez, ha sido definitivamente defenestrado por el PSOE, palabra que usan mucho ahora con él y que en puridad significa arrojado por la ventana. Pero arrojar a alguien por la ventana lo deja en la calle descalabrado y avergonzado, y Ábalos, sin embargo, va a seguir hermosote y mantenido. Ábalos tendrá un escaño alto, poderoso, enjuiciador, como la silla de un árbitro de tenis, y, lo hemos visto, la posibilidad o el lujo de hacerse el digno, el orgulloso y hasta el poeta con verso suelto. Además, Ábalos sabe (yo sólo puedo suponerlo) que Sánchez tiene miedo, que nada en las normas y códigos del PSOE habla de dejar el escaño sin estar imputado y aun así el que fue primer caballero del presidente, como un Lancelot talaverano, ha sido desterrado por altísima traición y altísimos cuernos. Está claro que Sánchez lo quería lejos pronto, cosa que hace aún más sospechoso al presidente y hace aún más fuerte a Ábalos, ahí colgado de su cornisa del Congreso como un palomo buchón, observador y rapaz.

Ábalos, que fue el escudero o el pisador de Sánchez en gran parte de ese camino de destrozo o desbrozo, no va a ser ahora más abnegado que su jefe

Eso del sacrificio por el partido es una memez, más en el sanchismo. Nadie se imagina a Sánchez dimitiendo para preservar el buen nombre, la historia, la dignidad, la esencia del PSOE, siquiera su mera existencia fuera de la Moncloa, como ya estamos viendo con el abandono o la demolición de lo que se llama el poder territorial, el armazón calcáreo y humano del partido. Apelar al sacrificio por el partido es un sarcasmo después de que Sánchez se haya dedicado a destruirlo, o más bien haberlo destruido sin más, puede que inadvertidamente, mientras caminaba, como un señorito entre las petunias, pensando en sus cosas. Ábalos, que fue el escudero o el pisador de Sánchez en gran parte de ese camino de destrozo o desbrozo, no va a ser ahora más abnegado que su jefe. Otra cosa es la lealtad personal, pero esa lealtad, ya lo decía yo el otro día, es de ida y vuelta, requiere toma y daca. Y Sánchez parece que no está correspondiendo a las expectativas de reciprocidad o complicidad de Ábalos.

El sacrificio hubiera llevado a Ábalos a su casa, a esperar en zapatillas la justicia o la muerte. O el olvido, que suele llegar antes de lo que uno se imagina, tanto para culpables como para inocentes. Allí en casa no sería ni un héroe ni un pirata, sólo alguien que se pudre entre los papeles de periódico, la borrosidad de su nombre y la duda de si llegó a la cárcel o se quedó emparedado en el chalé, como nos pasa por ejemplo con todos esos altos cargos de los ERE. Más amable y agradecido que el cruel e idiota sacrificio, y mucho más sanchista, es la transacción, el pacto, que es en lo que Sánchez fundamenta su poder y, a la vez, lo que constituye su mayor debilidad, como le pasa a Wotan. El débil no es Ábalos, que cuenta con la gran ventaja de estar muerto, o sea que ya no puede morir otra vez, ni tiene nada que perder ni que guardar. El débil es Sánchez, al que puede derribar ahora cualquier rebotado, cualquier loco, cualquier idealista, cualquier fanático o cualquier aprovechado. Y lo más doloroso es que el rebotado, el loco, el idealista, el fanático o el aprovechado resultan, gracias al propio sanchismo, indistinguibles.

Ábalos tiene las ventajas de estar muerto, la de no tener miedo, la de no tener prisa, la de no tener desgaste, la de no tener deudas. Así que ya todo depende de si lo que le ofrece Sánchez le proporciona mayor paz o satisfacción que esa sensación de incorporeidad, libertad y desquite de los fantasmas, que ya sabemos que pueden ser juguetones o vengativos. Sí, Ábalos puede estar solo, pero no indefenso. Si ha decidido seguir ahí, al menos de momento, es porque tiene material para negociar algo que sea mejor que la muerte en zapatillas, la muerte en el telediario o la muerte en la cafetería del Congreso, que es una muerte triste como la de un azafato entre azafatos o un pingüino entre pingüinos. Nadie pasa de serlo todo a ser nada, que esa herencia se la lleva uno siempre, incluso, o sobre todo, al gallinero del Grupo Mixto, donde hay más muescas de pistolero que lágrimas de viuda. Ábalos tiene la ventaja de estar muerto y de que Sánchez, ahora, le tenga miedo a todo, más que a nada a las apariciones y a los esqueletos.