El pasado 18 de noviembre, más de 2.000 personas abarrotaron La Riviera de Madrid para ver a Samantha Hudson. Cuando bien avanzada su actuación la intérprete de canciones como "Perra", "Maricón", "Por España" o "Burguesa arruinada" gritó desde el escenario a una afición absolutamente entregada que le gustaría bombardear la sala de conciertos y matar a todos los hijos de puta que estaban –que estábamos– allí por ella, nadie se sintió ofendido. Muy al contrario, el creciente entusiasmo se transformó en delirio. El público parecía dispuesto a dejarse exterminar por la penúltima estrella del underground español. Esa noche, la inclasificable artista salió de allí coronada. El punk hoy es una travesti enfurecida.

Este miércoles se ha sabido que Doritos ha cancelado un contrato publicitario con Samantha Hudson debido a unos mensajes supuestamente escandalosos que publicó hace nueve años, cuando era adolescente, y que llevan mucho tiempo dando tumbos por la red. Tuits en los que decía cosas como "acabo de pasarle la lengua a mi prima pequeña por la vagina y me ha sonreído. Los más pequeños también merecen placer". O "si una menor de edad me viniera a pedir ayuda porque está siendo víctima de acoso sexual, le escupiría en la cara".

Estos días, un puñado de haters ejerciendo funciones de policía de la moral recuperó estos mensajes y los volvió a poner en circulación llamando al boicot de los sabrosos aperitivos fabricados por Pepsico. El tópico dice que el dinero es cobarde; los hechos demuestran que no hay nada más cobarde que una multinacional con una crisis reputacional quemándole entre las manos. Y en efecto, Doritos ha tirado por la calle de en medio y ha borrado todo rastro de su colaboración con la deslenguada Samantha, para regocijo de sus odiadores y pese a que hace tiempo que ella se disculpó y arrepintió por lo escrito en 2015.

Aunque su relativa popularidad pueda hacer pensar lo contrario, Samantha Hudson es un personaje extremo que dice y hace cosas extremas. No es para todos los públicos. Por ello, su relación con el mainstream nunca ha sido sencilla. Intentó someterse a las estrechas convenciones de un formato televisivo familiar como MasterChef Celebrity y salió escaldada. Se declara marxista y anticapitalista, pero ha colaborado con numerosas marcas que representan de un modo u otro el sistema que ella dice combatir. Y mientras cabalga sus contradicciones, las marcas han seguido hasta ahora llamando a su puerta, porque es brillante y tiene talento, se esté de acuerdo o no con ella.

La relación entre negocio y heterodoxia ha resultado fértil desde que existe la economía de mercado. Al heterodoxo le brinda relevancia, amplificación de su discurso y, en el mejor de los casos, riqueza. Y a quien hace negocio le permite renovar una oferta uniformizada por los estudios de mercado, la tiranía del gusto medio y hoy, además, por los algoritmos. Pero esta relación también tiene sus riesgos. El principal para el heterodoxo es perder su libertad. Para quien le contrata, perder a sus clientes. Doritos no ha querido arriesgarse a esto último. Pero quién sabe si puede ser peor el remedio que la enfermedad.

Aquí va una ilustración protagonizada por dos ejemplos de heterodoxia que, siguiendo a su admirado Warhol, han hecho un arte de ponerse al servicio del mercado. En 2011, Alaska y Mario Vaquerizo posaron para el fotógrafo y cineasta canadiense Bruce Labruce como María Magdalena y Jesucristo. Su recreación de la Piedad formó parte de la exposición Obscenity, que en 2012, coincidiendo con la edición de ARCO de aquel año, fue atacada por un grupo vinculado con la extrema derecha. Además, aquella inofensiva provocación le costó a Vaquerizo su colaboración semanal como tertuliano de la Cope.

Todo ello quedó recogido en un episodio de Alaska y Mario, el reality que entonces protagonizaban ambos en MTV. En un trayecto en coche, Alaska no ocultaba su malestar por lo sucedido con unas palabras que durante un tiempo funcionaron casi como un manifiesto del colectivo LGTBI. "Que no se le olvide a la gente quiénes somos. Podemos ser muy educadas y podemos ser muy cultas... y podemos estar encantadas de tratarnos con todo el mundo", afirmaba la cantante. Pero que "a nadie se le olvide" que "yo llevo tatuado en el brazo a una travesti que se comió una caca de perro", advertía, en referencia a la salvaje Divine y su escena de coprofagia en la película de John Waters Pink Flamingos. "Que no nos toquen el hornito porque sale la travesti que llevo dentro".

Todo esto para decir que cuidado con tocarle el hornito a los fans de Samantha. Si ella se lo pide, quizá estén dispuestos a comerse una caca de perro. O a dejar de comer Doritos. O incluso a montar un boicot contra Pepsico más relevante que el de los incels que detestan a Samantha. El punk hoy es una travesti enfurecida.