No hace tanto tiempo se decía que el fútbol era el deporte de todos. O de aquel manido comentario de los más intelectuales y poco amantes del balompié: “el fútbol es el opio del pueblo”.

Hace algo más de una década uno podía ir a comer un bocadillo de panceta con queso y disfrutar de la humedad del Calderón, del humo de habano en el Bernabéu o del sofoco del Villamarín por apenas 30 euros. Qué tiempos en los que no había que soportar olor a perrito caliente y nachos con queso en los aledaños, altavoces por encima del umbral del dolor o miles de cámaras encendidas mientras tu equipo marca el gol de la clasificación a siguiente ronda.

Según hemos ido acostumbrándonos a este fútbol aburguesado y de ideas importadas baratas estadounidenses, el precio de las entradas ha ido subiendo inversamente a la esencia y cultura con la que más de uno crecimos en los estadios o en frente del televisor. Y si no, que se lo digan a los aficionados del Athletic o del Mallorca.

La Real Federación Española de Fútbol, un organismo que no debería lucrarse por la venta de entradas, ha pensado que la mejor opción para fomentar el fútbol español es que los aficionados se rasquen bien el bolsillo. Al gasto de la comida, bebida, hotel y transporte, los hinchas deberán pagar hasta 260 euros. Uno detrás de otro. Algún directivo de la RFEF dirá que hay tickets por 40 euros. Y tienen razón, pero lo único que podrán ver los seguidores en esa localidad será la cara y el amarillo reflectante del personal de Prosegur.

Al gasto de la comida, bebida, hotel y transporte, los hinchas deberán pagar hasta 260 euros por 90 minutos

Es paradójico que sea precisamente el Athletic de Bilbao (o sus aficionados) el que sufra la desfachatez de la RFEF. En 2012, cuando los leones casi ganan su primera competición europea, la directiva vasca invitó a los seguidores alemanes del Schalke 04 a pagar 90 euros por un partido de eliminatoria. Los aficionados teutones, que de protestas saben un rato para defender los intereses del fútbol popular, mostraron una pancarta que quedará para el recuerdo: "¿Entrada 90€ = 1 euro por minuto? El fútbol no es sexo telefónico".

Y en eso se ha convertido el fútbol. En una suerte de sexo telefónico. Porque no es solo cosa de la RFEF. LaLiga de Javier Tebas, que tanto vela por sus intereses de antipirateo, mira para otro lado cuando Real Madrid, Barcelona y otros clubes venden sus entradas con dos ceros a la derecha. Qué más da el aficionado. A más de un euro el minuto.

Convendría que los mandamases de equipos y directivos de las organizaciones hicieran el ejercicio de meter en una bolsa cada minuto un euro durante hora y media. Aunque, a lo mejor, no les parezca tanto dinero al presidente de LaLiga, que se ha subido el sueldo un 50% en los últimos diez años o al de la RFEF, con los precedentes de Rubiales y Villar de fondo.

No se piensen que es cosa del fútbol de élite porque los clubes más humildes también saca su cepillo cuando pueden, que es casi siempre. Sin ir más lejos, un derbi de filiales ya cuesta 20 euros. Exactamente el mismo precio que pagarán los seguidores del Bayern de Múnich por ver todo unos cuartos de final de la Champions League. Lo mismo tendrían que hacérselo mirar los dirigentes de nuestro fútbol. El problema no es cómo está montado este circo, el problema está el ímpetu por llenarse los bolsillos a costa de los de siempre.

Podríamos pensar en que no es necesario ir al estadio para poder ver los partidos de Primera o de Segunda. Que para eso está la televisión. Pero si poder sentarse en una butaca de cualquier campo es una tarea digna de ingeniería financiera para las familias españolas que aún se recomponen de la crisis inflacionaria, el hecho de disfrutar con amigos en el salón de tu casa es aún peor.

LaLiga y la RFEF se han creído que un amante del fútbol pueden pagar 120 euros a Telefónica u Orange para ver un Almería-Granada. Y que me perdonen los aficionados de esos dos equipos. Las telecos te venderán que el paquete contratado da cobijo a Internet y a líneas fijas y móviles. Convendría también que los directivos de las operadoras hicieran un ejercicio de autocrítica para saber si de verdad los clientes quieren contratar todos esos servicios. Pero también si es justo el precio que se paga. En Alemania, con un salario medio muy superior al español, pagan por ver toda la Bundesliga un 35% menos que aquí.

Y todo estallará. Los aficionados, que cada vez son menos, dejarán de pagar los bochornosos precios por las entradas y por la televisión. Y la burbuja explotará, como ya lo hicieron las empresas que se hacían de oro ofreciendo sexo telefónico no hace mucho tiempo.